
El pensamiento de Alberdi es tan claro como vigente. Cuando la matriz institucional promueve la igualdad de oportunidades y asegura tanto la libertad como el derecho de propiedad, las organizaciones y las personas van a vuelcan sus recursos en el saber y la tecnología, elementos que determinan el desarrollo.
El derecho de propiedad es esencial para la libertad y no puede haber libertad sin la protección a la propiedad. La libertad y la propiedad permiten que el ser humano se desarrolle integralmente.
Sin embargo, la sociedad argentina ha sido engañada, por décadas, con argumentos contrarios al pensamiento alberdiano. Más recientemente, el engaño se ha profundizado al hablar de la importancia de un “Estado presente” que, en rigor, ha permanecido ausente, sobre todo en la provisión de los servicios elementales. Quienes buscan el poder, por el poder en sí mismo, están detrás de este cometido.
La República se ha forjado al amparo de la generación de 1837, claramente liberal. Pero, con el paso del tiempo, fue perdiendo su rumbo. Y con ello, también, su libertad. Como dijera Immanuel Kant, “el hombre es libre si sólo tiene que obedecer a las leyes y no a las personas”.
Si hubiese que establecer una fecha, arriesgaría a decir que, a partir de la década de 1940, comienza el abandono del pensamiento de Alberdi, con prácticas limitantes al proceso productivo y de escaso respeto a las instituciones inclusivas y bajo el capricho del Ejecutivo de turno.
Así, han nacido instituciones (negativas) que minusvaloran el derecho de propiedad para beneficio de algunos y en desmedro de la gran parte del pueblo. De esta forma, empieza a perder valor la ley para dar lugar a la fuerza del populismo.
Friedrich von Hayek lo expresa claramente cuando dice que los líderes populistas pretenden saber más que las propias personas aquello que le conviene a cada uno. Califica a esta posición como la “fatal arrogancia”, cuando la autoridad pretende ordenar el sistema económico mediante “órdenes” discrecionales, con desprecio a las normas resultantes de años de evolución de la sociedad.
Con el populismo arrogante, la propiedad privada es violentada mediante incentivos donde, por ejemplo, surgen tomas o invasiones a terrenos privados que resultan de planes armados. O a través de formas más sutiles, que van desde quebrantar la propiedad privada con impuestos y trabas de todo tipo, hasta pretender imponer un nuevo lenguaje. Incluso la inflación es una forma de ataque a la propiedad, dado que es un impuesto, invisible.
Las dictaduras utilizan sus países como plataformas de ataque a la propiedad privada en países con democracia. Por el contrario, las democracias liberales son un faro de orientación.
En América del sur, existen dos ejemplos contrapuestos que patentizan todo esto.
La sórdida Venezuela de Hugo Chávez, con su machacón “exprópiese”, ha quedado sumergida en la pobreza, pese a sus extraordinarios recursos naturales. Luego de haber sido uno de los países más ricos, se ha convertido una nación de desesperante miseria y dolor.
Uruguay es el ejemplo contrario. Es el país de Latinoamérica mejor posicionado en la última edición del Índice Internacional de Derechos de Propiedad (IPRI), donde aparecen calificadas naciones de todo el mundo. Se encuentra en el escalón 29 a nivel internacional. El índice es un estudio comparativo sobre la importancia de la protección de los derechos de propiedad en el desarrollo económico de los países.
Quedó claro que la mayor parte de la sociedad argentina apuesta al respeto a la propiedad y a la libertad. Ha sido un grito dirigido directamente a la política.
Ello demuestra que la gente hoy rechaza la narrativa de las dictaduras que presenta la propiedad como una vergüenza y la causa de la pobreza. Estamos frente a un cambio histórico. En buena hora.
El autor es Consejero Académico de Libertad y Progreso
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