El primer aviso lo había dado Martín Llaryora, aquel cordobés que se convirtió en gobernador un par de meses atrás y que había protagonizado un pequeño escándalo al descalificar a los porteños llamándolos “pituquitos” de Recoleta. Una antigüedad lingüística para un dirigente que acababa de cumplir 51 años.
Pero este domingo de elecciones aparecieron varias señales más.
Porque Axel Kicillof consiguió la reelección en la provincia de Buenos Aires después de cumplir 52 años. Ni siquiera la pobreza galopante del conurbano bonaerense ni el escándalo cinematográfico de Martín Insaurralde en el mar Mediterráneo lograron eclipsar al economista al que había castigado Cristina Kirchner en 2021, cuando entonces le tocó perder las elecciones legislativas bonaerenses. Tampoco parece importarles a muchos argentinos que su negociación insólita luego de la expropiación de YPF le haya hecho perder al país 27.000 millones de dólares.
En Entre Ríos, también logró convertirse en gobernador otro economista: Rogelio Frigerio. Un dirigente del PRO con apellido de linaje desarrollista que ya cumplió 53 años. Había triunfado en las PASO con cierta holgura y era el claro favorito para repetir el domingo, pero la recuperación del peronismo le provocó un susto y ganó apenas por tres puntos de diferencia.
Por poco quizás, pero con lo suficiente para abrirse un espacio en el recambio interno que se aproxima en la oposición después de la derrota de Patricia Bullrich en las elecciones presidenciales.
Aunque más cerca de los 60 que de los 50, Jorge Macri también puede reclamar un lugar entre los dirigentes de la nueva generación que asoma a partir del 22 de octubre. A los 58 años, se convirtió en el nuevo Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El tercero surgido del PRO y quien abordará el quinto mandato a cargo de este espacio político, luego de los dos gobiernos de Mauricio Macri y los otros dos que completó Horacio Rodríguez Larreta.
Cuando el primo Jorge termine su período en la Ciudad, habrán transcurrido dos décadas bajo gobiernos con la patente registrada del PRO. Toda una era que poco tiene que envidiarles a los veinte años de kirchnerismo.
Jorge Macri había estado seis años como intendente del municipio costero de Vicente López cuando quiso pegar el salto para disputar la Gobernación bonaerense. En aquel momento, el ascendente Rodríguez Larreta prefirió el experimento político con Diego Santilli y le ofreció un cargo de ministro de gobierno en la Ciudad para que después tuviera la oportunidad de competir para gobernarla.
Macri fue paciente, esperó y este domingo terminó ganando la compleja elección porteña para llegar a la Jefatura de Gobierno. Debía sacar el 50% de los votos, y pareció que se quedaba en el borde, pero podría terminar alcanzando el objetivo si obtiene la ayuda de los votos nulos que se ignoran en el escrutinio.
Llaryora, Kicillof, Frigerio y Jorge Macri son todos exponentes de una generación de dirigentes políticos que triunfaron para ocupar gobernaciones estratégicas y ubicarse en lugares expectantes para el recambio generacional de la política que el domingo recibió un impulso fundamental.
Claro que todos ellos deberán completar sus mandatos con eficacia y no cometer errores graves de posicionamiento para pensar en ocupar lugares más destacados en la escala del poder. Córdoba, Buenos Aires, Entre Ríos o la Capital son espacios suficientemente atractivos, pero los dirigentes políticos siempre esperan algo más. Es la sed insaciable de poder.
En cambio, el camino aparece más despejado para Sergio Massa y Javier Milei. El candidato peronista ya cumplió 51 años y su contrincante en el ballotage cumplió 53 años justamente este domingo.
El candidato libertario se había convertido en la revelación política de los últimos años y su estilo provocador, y a veces agresivo, lograba atraer a cientos de seguidores que admiraron primero sus definiciones económicas, y luego se rindieron ante la totalidad de su estilo político revolucionario.
Milei logró popularizar en el lenguaje de la política varios términos críticos para sus rivales, y utilizaba al máximo la flexibilidad del idioma castellano. Bautizó como “la casta política” a muchos de sus adversarios ocasionales; bautizó como “empresaurios” a varios hombres de negocios a los que acusaba de negarse a correr riesgos en sus inversiones, y los calificaba como personas antiguas que se negaban a desarrollar sus negocios sin la tutela o los beneficios que otorgaba el Estado.
Y, en el caso de sus adversarios políticos directos, utilizaba términos como el de “Juntos por el Cargo” para acusar a sus rivales de estar pendientes solo de las ventajas burocráticas que podían obtener de sus nuevos espacios de poder. Los juegos de palabras de Milei se volvieron muy famosos entre sus seguidores.
La telaraña ideológica y conceptual que construyó Milei fue restándole margen de acción y de crecimiento a sus eventuales rivales. Ese escenario complicó, sobre todo, a la oposición encarnada por Juntos por el Cambio, el espacio con el que compitió por cargos electorales y luego legislativos. Su objetivo principal, desde el principio, fue Horacio Rodríguez Larreta, al que acusaba de “zurdo”, socialista o keynesiano, como si la calificación económica fuese un hecho del que avergonzarse.
El desgaste de la imagen de Rodríguez Larreta, al que Milei convirtió en su principal enemigo, fue uno de los detonantes que contribuyeron a su derrota en la interna de Juntos por el Cambio ante la candidata Patricia Bullrich. Claro que, una vez instalada como candidata presidencial, Patricia inició un trabajo para despejar las dudas sobre el parecido de su perfil con el de Milei.
“Los argentinos no quieren segundas marcas”, se divirtió Milei en los primeros días, después de asistir a las elecciones primarias y convertirse en la gran sorpresa electoral. A los dirigentes de Juntos por el Cambio les costaba salir de esa suerte de extorsión a las que los sometía Milei. O eran amigos (y aliados potenciales) suyos. O montaba en cólera y criticaba a los dirigentes que lo habían tratado como sus amigos. De ese modo, Milei creció en los sondeos de opinión y acabó convertido en la gran estrella electoral de las PASO. Todo era festejo en las oficinas de Milei.
Entre las PASO del 13 de agosto y las elecciones de este último domingo, Bullrich profundizó su perfil disruptivo y parecido al de Milei, mientras Sergio Massa comenzó a hacer un trabajo paciente para ubicarse como la antítesis del libertario.
Reivindicó su labor como funcionario (a pesar de los resultados catastróficos) y resaltó el papel del Estado para solucionar buena parte de las dificultades de los argentinos actuales. El premio lo obtuvo este 22 de octubre. Casi el 37% de los argentinos lo eligió por sobre Milei y Bullrich, y lo convirtió en favorito para las próximas elecciones. El discurso de Massa después de consumada la victoria tuvo definiciones presidenciales. “Conmigo se terminó la grieta”, fue una de las frases más celebradas de los festejos.
Massa tendrá un desafío generacional con Cristina Kirchner. La Vicepresidenta negoció con él para que fuera el candidato presidencial y, a cambio, ubicó en las listas de candidatos a varios dirigentes a los que quiere en lugares estratégicos del Congreso: en las listas bonaerenses van Máximo Kirchner, como candidato a diputado. El ministro Wado De Pedro, como aspirante a senador; y a varios candidatos menos relevantes que completan todas las listas.
Aunque Massa no vislumbra por ahora la pretensión de suplantar el liderazgo de Cristina Kirchner, su ambición es ampliamente conocida por el kirchnerismo. En 2013, cuando el ministro puso en marcha el Frente Renovador y termino derrotando al kirchnerismo en las elecciones legislativas, el candidato solía vaticinar el fin del kirchnerismo y alardeaba con la intención de “meter presos a los ñoquis de La Cámpora”. Otros tiempos.
Si Massa logra ganar el ballotage y convertirse en el próximo presidente de los argentinos, el peronismo se verá sometido a otra batalla por su dominio. Con la energía del poder presidencial, podrá terminar reemplazando el liderazgo de Cristina por el suyo propio. Un proceso que no será breve ni incruento.
En el caso de Juntos por el Cambio, la realidad de la derrota por sí sola debilita la figura de Mauricio Macri, quien hasta último momento elogió la figura de Milei provocando primero el fastidio, y después el enojo de Patricia Bullrich.
Si se ha mencionado al ahora gobernador Frigerio y a Jorge Macri como eventuales herederos del poder en la coalición opositora, también habrá que incluir al resto de los gobernadores (los radicales Maximiliano Pullaro, de Santa Fe; o al correntino Gustavo Valdés) como aspirantes a desalojar a Macri del centro de decisiones. Se vienen días de furia para los cambiemitas.
La ofensiva de los adversarios internos de Cristina Kirchner y de Mauricio Macri será parte del paisaje de estos tiempos para el peronismo y Juntos por el Cambio.
Una decena de dirigentes, de los que mencionamos apena seis, están preparados para dar la batalla por el liderazgo de sus espacios. Son parte de la generación política Sub 60. Tienen la ventaja de formar parte de una nueva generación de dirigentes políticos y el triunfo en sus territorios como estandarte. El combate recién comienza, pero promete durar mucho tiempo mientras llega la hora decisiva e inevitable del recambio.