Según la perspectiva política de cada votante, Argentina renace o se termina de hundir dependiendo de quién resulte elegido. Sin embargo, ¿es razonable pensar que un cambio de presidente puede alterar significativamente el rumbo del país?
James M. Buchanan, premio Nobel de Economía, planteaba dudas a esta pregunta en su artículo “Política sin Romance”. La realidad, sostenía, es que los gobernantes son personas con fallas y virtudes iguales que cualquier otra. Más importante aún, los políticos operan dentro de un marco de instituciones, normas y reglas de juego, que en última instancia definen su accionar. Estas instituciones son mucho más determinantes a la hora de lograr que una sociedad se desarrolle o se estanque. Por lo tanto, es relativamente poco relevante quiénes son los jugadores. Lo importante es que las reglas sean las del juego que se quiere jugar: prosperidad o decadencia.
Es evidente que Argentina no posee un andamiaje institucional político que propicie el desarrollo. La vulnerabilidad de funciones entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial; la borrosa división entre poderes tanto horizontal como verticalmente y la arbitrariedad en la creación e implementación de las leyes son solo algunos ejemplos que ilustran la falta de orden a nivel institucional.
Lamentablemente, un cambio de gobierno no modifica esta situación, sólo selecciona otro grupo de personas para desempeñarse dentro del mismo marco. Por ende, el foco debería estar puesto en estas normas y reglas de juego más que en quién resulta ganador este domingo, o en noviembre. Estas instituciones deben ser conformadas de tal manera que, independientemente de quién gobierne, el sistema perdure y conduzca al desarrollo.
Lo importante es que las reglas sean las del juego que se quiere jugar: prosperidad o decadencia (Buchanan)
Los padres fundadores de Estados Unidos lo tenían bien claro cuando aquel país se independizó. Como sugería James Madison en Los Federalist Papers: “Si los hombres fueran ángeles, no sería necesario ningún gobierno.” Dado que los líderes no son ángeles, sino más bien personas susceptibles tanto al error como al acierto, es imprescindible establecer un marco institucional que posibilite un continuo control y equilibrio del gobierno.
El sistema político institucional no debe suponer que las personas son omniscientes, omnipresentes u omnipotentes, precisamente porque no lo son. Debe ser un sistema que se adecue a las personas tal cual son en la realidad.
En consonancia con otro premio Nobel de Economía, Friedrich. A. Hayek, es imperativo establecer “un sistema social cuyo funcionamiento no dependa de que encontremos buenos hombres para dirigirlo, o de que todos los hombres sean mejores de lo que son ahora, sino que haga uso de los hombres en toda su variedad y complejidad, a veces buenos y a veces malos, a veces inteligentes y más a menudo no tan lúcidos”.
Tal sistema requiere entonces prestarle fundamental atención a las complejidades, diferencias, virtudes y vicios de las personas. Las sociedades están compuestas por personas falibles, que viven en un mundo imperfecto, y que tratan de buscar normas y reglas de juego que les permitan vivir una vida mejor.
Siendo que estas mismas normas y reglas son creadas por personas que pueden equivocarse, es de esperar que existan fallas en su funcionamiento. Aquí es donde se debe reconocer que el problema no reside en las personas, sino en las reglas. La sociedad debe comprometerse a buscar un nuevo sistema institucional que les permita a todos vivir mejor y, en simultáneo, alcanzar la paz, la justicia, la prosperidad y la libertad.
Las sociedades están compuestas por personas falibles, que viven en un mundo imperfecto, y que tratan de buscar normas y reglas de juego que les permitan vivir una vida mejor
Suele ser más sencillo culpar al gobierno de turno y pensar que todo sería diferente si tal o cual tuviera la oportunidad de ser presidente. Sin embargo, argumentar que la batalla es entre “buenos y malos” tiene poco sentido, ya que eso presupone que el sistema solo es efectivo con las personas “correctas”.
El verdadero desafío no radica en que estas personas sean las elegidas sino establecer un conjunto de instituciones robustas que protejan al país incluso cuando los menos idóneos están a cargo.
Diferentes jugadores bajo las mismas reglas de siempre obtendrán los mismos resultados de siempre. En cambio, incluso los mismos jugadores de siempre dentro de reglas diferentes pueden obtener resultados muy diferentes. Un cambio institucional, no un simple cambio de presidente, transformará a la Argentina.
El autor es profesor adjunto economía - UCA Rosario