En los actuales debates políticos, se han soslayado tres temas: 1) el contexto geopolítico global y su incidencia sobre las diversas problemáticas o hipótesis de conflicto que presenta la Argentina; 2) la importancia de analizar y sostener los intereses nacionales por sobre los intereses personales o los criterios ideológicos de los candidatos, y 3) los criterios básicos que deben asumirse como Nación para enfrentar los desafíos de una guerra híbrida, sin límites, desatada en todos los rincones del mundo, en la cual todos (países, empresas, y la corporocracia internacional) tratan de aprovechar las debilidades y vulnerabilidades de terceros países en su propio provecho, tanto en lo económico como en lo geopolítico. En ese sentido, Argentina es una presa fácil para todos ellos, por su extrema fragilidad.
Por el contrario, se ha podido observar en todos los espectáculos en que se han convertido los debates políticos en las redes y medios de comunicación (salvo honrosas excepciones), cuatro aspectos absolutamente negativos: 1) hablar mucho del pasado, algo sobre el presente y muy poco sobre el futuro; 2) centrar cada discurso en aumentar las diferencias internas, sociales y políticas, en lugar de intentar rescatar algunas coincidencias o puntos de acuerdo, que podrían unir a los argentinos, lo que aumentaría algo la esperanza popular en el futuro; 3) seguir con la cantinela de “la culpa la tiene el otro”, como si “alguien que esté libre de culpa, pudiese tirar la primera piedra”; 4) proponer ideas extravagantes como principal herramienta del marketing político, para luego ir diluyéndolas y ocultándolas mediante intermediarios; un típico caso de engaño deliberado, muy utilizado en las guerras para confundir a los enemigos y marcar una agenda táctica conveniente, aunque de poca importancia.
Lo que se siembra luego se va a cosechar. Cada falencia de temas importantes o la reiterada utilización rudimentaria de los aspectos negativos anteriormente señalados, tendrá, irremediablemente, consecuencias en el corto o mediano plazo, en orden a mantener la crisis vigente, ya que 1) no estaríamos previendo los desafíos y las amenazas a las que estará sometido nuestro país, en cualquier circunstancia electoral; 2) los enfrentamientos políticos actuales se potenciarán antes las dificultades que, inevitablemente, se presentarán; 3) las expectativas de inmediatez que permanecen en el seno del pueblo, no darán tiempo para realizar largas transformaciones; 4) las luchas sectoriales aflorarán y se incrementarán; 5) la falta de consensos básicos provocará una mayor debilidad del poder nacional y de la vulnerabilidad de su soberanía.
La ausencia del concepto de patriotismo; el desprecio por mantener una cierta imagen de honradez en la gestión pública (de la cual son cómplices varios sectores sociales); la indefensión permanente de los intereses nacionales (más marcados ideológicamente en unos que en otros, aunque la práctica los homogeniza); y la extrema variabilidad del rumbo nacional, con cualquiera que se instale en el sillón de Rivadavia, nos muestra que la fragilidad estratégica nacional es enorme, ya que ningún viento nos será favorable debido a que, como sociedad altamente fragmentada, no tenemos claro el rumbo a seguir.
La visión de cabotaje de la dirigencia política nacional se mantiene en los términos del debate de la perimida ideología de la Guerra Fría: liberalismo vs estatismo; capitalismo vs socialismo; anticomunismo vs antinorteamericanismo. En la práctica cotidiana y desde hace muchas décadas EEUU, China, Europa, Rusia India y otros, utilizan combinaciones de políticas y acciones estatales y liberales; de corte capitalista y socialista. Biden, Xi, Putin, Modi piensan casi exclusivamente en sus respectivos intereses nacionales cuando interaccionan o se desafían entre ellos. En todo caso usan la ideología como excusa o forma engañosa de atraer aliados, porque cada uno trata de aumentar el Poder Nacional de su propio país. Lo cual luego trae un beneficio personal o partidario para cada uno de ellos. En ese orden y no a la inversa. Aquí seguimos aferrados a las doctrinas del siglo pasado y a los intereses personales. Como dijo Einstein: “es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto”.
En relación a la trágica situación que se vive en Medio Oriente, con la escalada de violencia y muerte de tantas víctimas inocentes, principalmente mujeres y niños, casi todos los candidatos presidenciales se han expresado de alguna u otra forma, según sus respetables criterios personales. Sin embargo, deberían haber agregado alguna reflexión sobre la posición y el papel que debería presentar la Nación Argentina, en tanto política de estado nacional unificado, de acuerdo a nuestros intereses a largo plazo. Eso requiere un análisis geopolítico, que los candidatos casi siempre eluden.
La inmensa mayoría de los argentinos repudiamos con firmeza todas las acciones terroristas, independientemente de quienes las realicen o los justificativos que pudiesen aludir. Ya hemos sufrido dos atentados realizados contra la República Argentina y experimentamos en carne propia que traer a nuestro país conflictos que nos son ajenos sale muy caro y entorpece nuestro desarrollo independiente. Eso no significa soslayar nuestros principios éticos personales sobre los comportamientos humanos en otras latitudes, pero es bien distinto alinearse automáticamente, como país, con una u otra bandería. Los países tienen intereses permanentes y aliados circunstanciales.
Los vaivenes políticos de Medio Oriente tienen una historia milenaria y algunos de sus horribles sucesos, una historia de algo más de un siglo. Sin embargo, los inmigrantes de esos mismos pueblos, que allá se enfrentan duramente, están viviendo en paz y armonía en nuestra Patria, un lugar de encuentro pacífico. La dirigencia política y todos los medios de comunicación, deberían reflexionar sobre esta realidad, para preservarla como un valioso tesoro, y no seguir incorporando rencores político-ideológicos a favor de unos u otros, porque eso llevará a más enfrentamientos y grietas, de las muchas que ya hay. Favorecer líneas de confrontación, subjetivas y corporativas sólo hará mucho más vulnerable a nuestro país y favorecerá los intereses contrarios a los nuestros. Tan grave son estos sucesos en Medio Oriente y sus consecuencias, que ni el mismo presidente Joe Biden y todo el poder de los EEUU están pudiendo ejercer un control seguro de la situación internacional.
La opinión pública está siendo sometida a una guerra cognitiva totalmente subjetiva e ideológica, por medio de las redes sociales y de los medios de comunicación, tal como se hizo con el conflicto en Ucrania. Dado los antecedentes nacionales, en este caso sumarle nafta al fuego será muy peligroso para la tranquilidad pública.
Los intereses nacionales pasan, en esta temática, ante todo en preservar la seguridad de los argentinos y eso se sostiene manteniendo una posición internacional favorable a la búsqueda de la paz, llamando a las partes al cese mutuo de los bombardeos, reuniendo a las comunidades para aumentar las posibilidades de diálogo y entendimiento, solidarizarse con todas las víctimas inocentes y proveer su ayuda. No sólo la comunidad judía debería pedir la liberación de los rehenes israelíes, civiles e inocentes; todos los cristianos y musulmanes deberían adherir a ello. Esa debería ser la auténtica actitud nacional para preservar la paz.
Por la presencia en nuestro país de numerosas comunidades religiosas judías y musulmanas, que, viven respetándose mutuamente y en paz, no podemos dejar de hablar estos temas y compadecer humanamente el enorme dolor que sufren todos ellos. Nos solidarizamos con ellos ante tanta barbarie. Los medios de comunicación nacionales e internacionales transmiten la sensación de que toda esta tragedia ocurre por “enfrentamientos religiosos”. Sin embargo, creo que las actuales contiendas en Medio Oriente, son en realidad, desde hace mucho tiempo, el producto de conflictos geopolíticos relacionados con la disputa del poder entre grupos facciosos, nacionales y globales, aunque siempre fueron enmascarados como temas religiosos. No es casualidad que haya fuertes disidencias políticas internas tanto en Israel y en EEUU, como en los grupos palestinos y árabes. Son disputas de poder; no religiosas.
Esta guerra geopolítica nos es ajena y no deberíamos involucrarnos más allá de sus aspectos humanitarios, manteniendo firmemente la política de neutralidad que ha sido tradicional en la política exterior argentina. No debería haber ninguna ideología ni tampoco ninguna sumisión a intereses externos que modifique o cambie esa permanente concepción argentina. Casi ninguno de aquellos lejanos países se ha pronunciado a favor de la Argentina en su conflicto por Malvinas respecto del invasor británico. No corresponde involucrarnos entonces donde no están comprometidos nuestros verdaderos intereses estratégicos. Ya cometimos varios graves errores estratégicos entre los años 1990-98, enviando en forma humillante FFAA nacionales al bloqueo de Irak, en apoyo a quienes nos habían hundido arteramente al crucero “ARA General Belgrano”.
El patriotismo bien entendido indica estar atento prioritariamente a la defensa de nuestras causas, siempre relacionadas a los intereses nacionales, sin por ello dejar de tener solidaridad con todas las víctimas inocentes de este convulsionado mundo, pues con ellas nos vincula la propia condición humana.
El escritor y filósofo francés Paul Valéry decía: “En la guerra se masacra gente que no se conoce entre sí, para provecho de gente que sí se conoce, pero que no se masacra”. “La violencia es siempre un acto de debilidad y generalmente la operan quienes se sienten perdidos.”