Alberto Fernández no salía de su asombro.
—¡Este tipo está loco!— refunfuñó mientras meneaba la cabeza de un lado a otro.
Era lunes al mediodía y Gabriela Cerruti acababa de comunicarle lo que Javier Milei había dicho en Radio Mitre.
Al líder de La Libertad Avanza (LLA) le preguntaron si recomendaría a los ahorristas la renovación de sus plazos fijos. “Jamás en pesos, jamás en pesos. El peso es la moneda que emite el político argentino, por ende no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”, exclamó.
El Presidente y la portavoz comenzaron a intercambiar ideas sobre cuál sería el mejor camino a tomar frente a semejante afirmación.
—El GAFI— apuntó el mandatario con cierto brío.
Hacía alusión a los compromisos del Estado con el Grupo de Acción Financiera Internacional para castigar conductas que pongan en peligro la estabilidad y la liquidez de las entidades financieras.
Alberto se comunicó telefónicamente con Miguel Pesce, el titular del Banco Central, y recibió en su despacho a Vilma Ibarra, la secretaria de Legal y Técnica. Comenzaba a madurar la respuesta judicial a lo que entendía como algo mucho más grave que una propaganda ramplona de Milei.
Al día siguiente, el Foro Economía y Trabajo hizo propio el argumento del Presidente sobre los compromisos con el GAFI. A través de un documento, ese espacio que integran economistas y dirigentes sindicales calificaron de “golpista” al candidato de LLA y lo responsabilizaron de atentar contra el orden económico financiero instigando la corrida cambiaria para capitalizar votos.
La dureza del texto contrastó con la ingenua reacción inicial de referentes de Juntos por el Cambio y hasta del propio oficialismo, quienes repitieron como una letanía la palabra “irresponsable” para caracterizar a Milei, como si se tratara de un adolescente travieso que no supo medir sus palabras —o que las mismas brotaron de un ataque de rebeldía—, y no como un estratega dispuesto a hacer colapsar la economía en un derrotero con hiperinflación incluida.
Es cierto que el Gobierno, en su dificultad para domesticar la estampida de precios, dejó un campo fértil para las afrentas del libertario, quien en más de una oportunidad aseguró que si la economía tenía que estallar, debía estallar. Pero no por ello la Casa Rosada estaba dispuesta a soslayar lo que puertas adentro algunos ministros denominaron el “plan corridita” de Milei.
Fernández sabía que la movida judicial conllevaba el riesgo de victimizar al libertario, devolviéndolo al centro de escena en el tramo final de la campaña. Pero aplicó una teoría que solía repetir Néstor Kirchner en privado cuando se tensó la relación con Julio Cobos por el conflicto del campo. “Me dicen que si nos peleamos con Cobos lo vamos a agrandar y lo vamos a convertir en presidente, pero no se confundan: Cobos ya se subió al ring, y cuando alguien está en el ring hay que pelear sino la piña te la comés vos”, explicaba el santacruceño.
Milei no sólo está subido al ring sino que los jueces de la pelea (los votantes) lo consagraron como ganador del primer round, que fueron las PASO. En ese contexto, Alberto puso a Sergio Massa al tanto de la embestida judicial que preparaba, pese a que desde el entorno del candidato de Unión por la Patria hicieron trascender a la prensa su desentendimiento y hasta cierto enojo con la decisión de la Casa Rosada, acaso en un gesto de autoprotección por si la jugada fallaba en su objetivo.
Finalmente el miércoles, Fernández presentó la denuncia por intimidación pública contra Milei. En el escrito lo responsabilizó del “abrupto movimiento” del dólar blue, que en apenas 24 horas pasó de 870 a 1010 pesos, constituyendo —al menos hasta entonces— un máximo histórico.
El Presidente anotó como un triunfo no sólo haber puesto al libertario a la defensiva desde el punto de vista político, ya que lo obligó a armar una conferencia de prensa, sino también en el plano judicial, debido a que el fiscal Franco Picardi decidió imputarlo por la corrida cambiaria.
El peronismo sumó así otra herramienta para horadar a Milei, cuya candidatura paradójicamente alentó en sus comienzos convencido de que le restaría votos a Patricia Bullrich, su rival de Juntos por el Cambio. Pero, como en la novela de Frankenstein, “el monstruo” se le fue de las manos y tomó vida propia.
Unión por la Patria ya había apelado a una estrategia del miedo frente a las propuestas libertarias que promueven la pérdida de derechos y el negacionismo. También machacó con la dudosa ética del excéntrico candidato, que en su endiosamiento al mercado no trepidó en hablar de compra-venta de órganos y de bebés. Y esta semana, Massa directamente puso en duda la estabilidad emocional del abanderado de la anti-casta, proponiendo que sea sometido a estudios psicológicos y psiquiátricos.
Sin embargo, según el especialista en comunicación política Javier Correa, el voto hasta ahora conquistado por Milei no correría peligro. “A su electorado nada lo asusta. Él dice cualquier barbaridad e igual lo apoyan. ¿Por qué? Porque a su electorado lo único que lo asusta es seguir como está”, sintetizó el director del proyecto Pulsar de la Universidad de Buenos Aires.
Evidentemente de eso viene tomando nota el Gobierno, que en un par de semanas apeló a una batería de medidas para aliviar el bolsillo, en una Argentina que registra 40,1 por ciento de pobreza y una inflación interanual del 138,3 por ciento.
Acaso la devolución del IVA y la modificación de la Ley de Ganancias sean emblemáticos. Sobre esta última normativa, Juntos por el Cambio pasó de apurar a Massa para que envíe el proyecto al Congreso garantizándole su aprobación a anunciar orgánicamente que lo rechazaría.
La paradoja es que la oposición viene haciendo bandera con la reducción de impuestos. Y no de ahora sino desde hace ocho años, cuando la promesa —nunca cumplida— de eliminar Ganancias apareció en un spot de la campaña presidencial de Mauricio Macri.
Eso sí, es cierto que lo de Massa resulta oportunista y populista. Un oportunismo del que sabe que debe hacer algo distinto si no quiere obtener el mismo mal resultado que en las primarias. Y un populismo equivalente al que mostró el propio Macri tras su derrota en las PASO de 2019, cuando anunció un paquete de medidas para seducir a los que le venían dando la espalda.
Entonces nadie lo llamaba “plan platita”, pero incluía un aumento del 20 por ciento del mínimo no imponible de Ganancias, el congelamiento por 90 días de la nafta, dos pagos extras de la AUH, aumento del salario mínimo, vital y móvil, un bono para trabajadores de la administración pública, un incremento de la beca Procrear y moratoria para las Pymes.
En esos vertiginosos días, Macri se enojó con aquellos que votaron al Frente de Todos, responsabilizándolos de la corrida cambiaria, pero Alberto Fernández lejos de tirar nafta al fuego trató de calmar las aguas y consideró que un dólar a 60 pesos estaba bien y que no había razón para que siga aumentando.
Frente a la incertidumbre actual, Milei, por el contrario, festeja y alienta la devaluación del peso porque vuelve menos rimbombante la dolarización, su nave insignia. “Cuanto más alto esté el precio del dólar, dolarizar es más fácil”, repite, una y otra vez, ya que necesitaría menos billetes norteamericanos para canjear los pesos devaluados.
Semejante desparpajo discursivo le permite a Massa, por oposición, mostrarse más racional o —como dicen en su entorno— “más presidenciable” que Milei. No es el único contraste: mientras el libertario se desligaba de la corrida ofreciendo una conferencia de prensa en una cueva financiera (la de su candidato a jefe de gobierno porteño, Ramiro Marra), el ministro de Economía se ponía al mando de una cruzada precisamente contra cuevas y operadores por los desmanejos del dólar blue y las maniobras para facilitar la fuga de divisas.
¿Le alcanzará al ministro-candidato para levantar puntería en el sprint final de una campaña caliente que no ahorra en carpetazos, traiciones, golpes de timón, fuegos de artificio, denuncias de corrupción y discursos de odio?
Alberto Fernández asegura tener una encuesta que le dice que sí, aun sabiendo que las encuestas no siempre son de fiar.