¿Tiene que existir el Conicet?

El organismo debería volver a la función para la cual fue creado en 1958: promocionar el desarrollo científico en ciencias duras

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Conicet
Conicet

Cuando el candidato Milei afirmó que de llegar a presidente cerraría el Conicet saltaron como leche hervida la presidente del ente estatal así como investigadores de todo pelaje para defender sus funciones y sus sueldos.

El organismo tiene 25.100 empleados entre investigadores, personal de apoyo, administrativos y becarios.

Los datos que nos informa el profesor Sergio Castaño son: Humanidades y Sociales tiene el 23,65 % de los investigadores del Consejo; Ciencias Agrarias, Ingeniería y Materiales, el 24,56 %; Ciencias Biológicas y de la Salud, 27,62 %; Ciencias Exactas y Naturales 21,41 %.

Otro investigador amigo nos informa que: “El 60% es personal de apoyo”. Si estos datos son ciertos tenemos 10.000 investigadores de los cuales circa de 2.500 son de ciencias del espíritu como gustaba decir Dilthey. Investigadores que de alguna manera van en contra del objeto propio del Conicet, que desde su creación fue: promocionar el desarrollo científico en ciencias duras (exactas, físicas y naturales).

No sería mayor problema desprenderse de estos “investigadores”.

Yo fui becario del Conicet dirigido por un personaje de la época, Ricardo Maliandi, a quien le pregunté luego de dos años a dónde iban nuestros informes, y me respondió: a un cajón. Renuncié.

En filosofía, como en tantas otras disciplinas, hay que correr el riesgo de la libertad de pensamiento. De lo contrario se copia, se repite, se pontifica, se hace ideología.

El Conicet pasó por distintas etapas, recuerdo claramente dos: durante la dictadura militar lo tomaron los católicos nacionalistas con Soaje Ramos a la cabeza y durante Alfonsín los liberales con Guariglia al frente, que si no se era radical no se entraba ni a palos.

Pero lo grave no fue tanto la ideologización, porque ella cambia según el gobierno de turno, como el sistema que se fue consolidando con la creación de erudito de lo mínimo. Husserl, Kant, Harmann, Hegel, etc. Erudición que no le sirve a nadie, pues cualquier investigador europeo sabe más y mejor.

Los investigadores en filosofía dejaron de ocuparse de problemas filosóficos, como aconsejaba García Morente, para ocuparse de autores y así terminó creando viudas intelectuales de tal o cual autor europeo o norteamericano.

El erudito de lo mínimo en el fondo es un vago que se pasa veinte años estudiando lo mismo sin hacer ningún esfuerzo para cambiar su situación. En el orden del espíritu el status questionis es el gran esterilizador del investigador. Es cierto que alguna excepción hubo, pero es contada con los dedos de una mano.

Bernardo Houssay, premio Nobel de
Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina en 1947, fue el primer presidente del Conicet, creado en 1958

Un poco de historia

El primer hecho que afecta el desarrollo de la actividad filosófica en nuestro país fue la intervención de la Universidad de Buenos Aires en el 55 por José Luis Romero, el hermano del capitán filósofo, según lo llamara Alejandro Korn a Francisco Romero, quien persiguió y expulsó de todas las universidades en donde pudo intervenir a los filósofos “flor de ceibo”, y así pasaron a ser desocupados, Carlos Cossio, Diego Pró, Miguel Ángel Virasoro, Nimio de Anquín, Leonardo Castellani, Gonzalo Casas et alii. Hasta Eugenio Puciarelli, Carlos Astrada y Luis Juan Guerrero fueron raleados, aunque por poco tiempo.

Esta intervención introdujo por la fuerza la teoría del capitán Romero de “la normalidad filosófica”, según la cual un filósofo moderno para ser tal debe cumplir con ciertos requisitos como: estar al día en cuanto a novedades, cumplir con el cursus honorum universitario pasando por todos los cargos de ayudante ad honorem a profesor titular, de ser posible a decano como él mismo o rector como su hermano. Realizar algún viaje al exterior, preferente Europa o Estados Unidos para contactarse con otros profesores afines.

Yo he tenido la ocasión hace unos pocos meses de leer las cartas de Romero a Ferrater Mora que son una muestra de supino cinismo. Por ejemplo, en carta del 10/7/56 afirma: “El vicepresidente, contralmirante Rojas se ha revelado un varón ejemplar. Contribuyó mucho en decidir la revolución contra Perón…reconforta el ánimo escuchar o leer las proclamas y discursos de Aramburu, su estilo severo y veraz me recuerda la oratoria de Churchill durante la guerra. Me pregunto y les pregunto ¿Puede ser un filósofo aquel que equipara a Aramburu con Churchill? ¿Dónde se manifiesta su enjundia filosófica?

La politización que ejerció Romero sobre toda la actividad filosófica la pone de manifiesto el austero profesor santafesino Miguel Ángel Virasoro cuando se le otorgó a aquél el primer premio de filosofía en 1956. Virasoro quien era el único filósofo del jurado que renunció al mismo porque de antemano y sin tener en cuenta los méritos de otros posibles candidatos, así lo decidieron. Publica entonces una carta en el periódico Propósitos el 12/3/57: “Demostré acabadamente que el capitán Romero no era un filósofo creador, sino un mero repetidor y divulgador de ideas ajenas, sin la profundidad y pleno dominio de la problemática filosófica contemporánea de Carlos Astrada ni la brillantez y genialidad de Fatone.”

La imposición del paradigma de la “normalidad filosófica” hizo un daño terrible en la mentalidad de los futuros filósofos pues castró sus impulsos más creativos y personales.

El segundo hecho fue la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnica por Decreto Ley N° 1291 del 5 de febrero de 1958. Su primer presidente fue Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947, un furibundo antiperonista. Su objetivo era formar investigadores en ciencias duras pero con la entrada del platense Emilio Estiú se le abre el campo a nuestra disciplina.

El futuro filósofo barrunta que además de la cátedra puede lograr una salida laboral en la investigación científica y así se comienzan a producir especialistas de lo mínimo como son los cientos de trabajos eruditos que llenan los armarios del Conicet. Sabido es que el erudito, en el raro caso de no ser estéril, trabaja un tema durante años, acaso durante toda su vida, y sus aportes son mínimos. En el fondo no puede saltar sobre la figura del empleado público.

Ana Franchi es la actual
Ana Franchi es la actual presidente del Conicet

Esto da al traste con el ideal del filósofo como aquel que ve el todo, que tiene una mirada holística, una visión y versión de la totalidad. No al ñudo Platón afirma en La República (537,c 10-15)”La mejor prueba de que una naturaleza sea dialéctica o no, es porque el filósofo tiene una visión de conjunto, y el que no la tiene no lo es”.

Conclusión

Respondiendo a la pregunta del comienzo sostenemos que el Conicet debe volver al objeto de su creación: promocionar el desarrollo científico de las ciencias duras y dar de baja todo aquello que tenga que ver con las ciencias del espíritu que tanto se prestan al macaneo.

Los defensores del Conicet llaman en su apoyo a los tres premios Nobel: Houssay, Leloir y Milstein para justificar su existencia, pero la formación de estos se la dio la Universidad de Buenos Aires, el Conicet solo cumplió la función de empleador público. Piensa mal y acertarás, se suben a méritos ajenos para justificar sus canonjías.

Además, ¿es el premio Nobel el criterio de las ciencias? ¿Es acaso el canon de lo acabado en una disciplina?. No.

Es cierto que en estos 65 años de existencia ha dado investigadores en filosofía, de las otras ciencias no puedo juzgar, de la talla de Eggers en Platón, de Walton en Husserl, de Caimi en Kant pero ninguno de ellos llegó a la profundidad de un Miguel Ángel Virasoro en los problemas de la existencia, de un Nimio de Anquín en los problemas metafísicos ni de un Luis Juan Guerrero en los problemas de estética.

Esta es mi opinión, que como sabemos no es ciencia, sino afirmar o negar algo con miedo a equivocarnos, tal como enseña el viejo Aristóteles.

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