Siempre se habla acerca de la incidencia que pueden tener el voto en blanco o el voto nulo en una elección. En general, todo lo que se dice al respecto es falso: que “va para el que gana”, que “el voto en blanco se cuenta pero el nulo no”, y tantas otras afirmaciones que no son ciertas.
Veamos: un voto en blanco consiste en colocar, en la urna, un sobre vacío o con cualquier papel, sea del color que sea, pero liso; mientras que el voto nulo consiste en colocar, en el sobre, cualquier elemento u objeto diferente a una boleta oficializada, o fotocopias de boletas, o boletas de diferentes agrupaciones políticas para un mismo cargo, o boletas escritas con leyendas –salvo que el elector tache candidatos y agregue otros nombres a mano, en cuyo caso el voto es válido-, o boletas con dibujos o imágenes superpuestas, o boletas tan deterioradas que impidan identificar a la agrupación política a la que pertenece.
Entendido en qué consisten, técnicamente, el voto en blanco y el voto nulo, corresponde preguntarse si tienen, o pueden tener, alguna influencia en el resultado de la elección. La respuesta es que sí pueden tenerla cuando se trata de una elección presidencial en primera vuelta. ¿Por qué? porque es la instancia electoral en la que los candidatos, para ganar, deben alcanzar un porcentaje determinado de votos.
Concretamente, para que una fórmula presidencial gane en primera vuelta, debe superar el cuarenta y cinco por ciento de los votos afirmativos y válidamente emitidos, o bien debe obtener entre el cuarenta y el cuarenta y cinco por ciento de los votos afirmativos y válidos, y además, superar a la segunda fórmula en más de diez puntos porcentuales.
Cuando la Constitución Nacional establece que para ganar en primera vuelta es necesario obtener esos porcentajes sobre los votos “afirmativos” y “válidamente emitidos”, está dejando afuera de la base sobre la cual se calculan esos porcentajes, a los votos en blanco (no afirmativos) y a los nulos (inválidamente emitidos). Eso hace que los porcentajes obtenidos por todos los candidatos se eleven.
Ejemplo: si sobre cien votos, la fórmula A-B obtiene treinta y cinco, en una elección en la que hay quince votos en blanco y quince nulos, si se calculan esos treinta votos en blanco y nulos, el porcentaje logrado por A-B es del treinta y cinco por ciento, en cuyo caso necesariamente hay balotaje, porque no alcanzó el cuarenta por ciento del total de votos. Pero si no se cuentan los treinta votos en blanco y nulos, la base para calcular los referidos porcentajes se achica, porque de cien votos, pasa a ser de setenta. Pues sobre una base de setenta votos, los treinta y cinco obtenidos por la fórmula A-B se convierten en el cincuenta por ciento, y en consecuencia gana en primera vuelta.
Conclusión: quien en primera vuelta hace un voto en blanco o un voto mal hecho (común pero erróneamente denominado “voto impugnado”), está haciendo un voto que no forma parte de la base sobre la cual se calculan los porcentajes, y por lo tanto, si bien no son votos que pasan a la cuenta del ganador, lo ayudan a alcanzar el triunfo en primera vuelta.
Esta influencia no aplica a la segunda vuelta, porque allí gana el que más votos obtiene sin necesidad de alcanzar un piso porcentual determinado, y tampoco aplica, por el mismo motivo, a las elecciones de senadores nacionales. Respecto de la elección de diputados, los porcentajes obtenidos por cada lista se cuentan sobre el total del padrón electoral, motivo por el cual tampoco influyen los votos en blanco y nulos.
Como se puede observar, quien hace un voto en blanco o un voto anulable, puede ayudar a quien tal vez está lejos de querer beneficiar.
En 1912, el entonces presidente Roque Sáenz Peña, después de que el Congreso aprobara el proyecto de ley que había enviado al Congreso para instaurar el voto universal, secreto y obligatorio, afirmó: “sepa el pueblo votar”. Pues esa frase, en la actualidad, no solo implica pensar bien a qué candidato elegir, sino que también significa conocer las consecuencias de nuestro accionar electoral.