Se apagaban los ecos del debate presidencial en la Facultad de Derecho, sobre la Avenida Figueroa Alcorta, un lugar simbólico pero aislado de la Ciudad de Buenos Aires. Rodeada de plazas, la casa universitaria se destaca ajena al trajín diario de los porteños y a la geografía de la vida ciudadana, con sus esquinas, sus almacenes, sus kioskos, sus gentes ajetreadas y sus vecinos ocupados en vivir. Sin embargo, se decía en los corrillos de gentes politizadas, que el rating había sido de algo menos de 40 puntos, algo así como 4 millones de televidentes.
En el ring se acababan de enfrentar un profesional de mil batallas, como Sergio Massa, un hombre a caballo entre los grandes negocios y la rosca política, hábil con las aproximaciones verbales, aunque limado en su perfil y castigado en su credibilidad por sus idas y vueltas en infinitos encuentros por conservar el poder, en cada turno; una combatiente de mil luchas cívicas, llena de convicciones y voluntad política, como Patricia Bullrich; un recién llegado a las luces de neón de la popularidad repentina, un antiguo retraído, muy creído y pagado de sí mismo por sus juegos intelectuales, como Javier Milei y dos contrincantes minoritarios, la comunista Bregman, simpática y punzante, y el prudente e intelectualmente sólido gobernador Schiaretti.
Las huestes kirchneristas, rodeadas en sus asientos por peronistas con poder desgastado por su sólida posición personal y la débil situación económica de los argentinos, lucían golpeadas, por izquierda y por derecha. Era como que notaban que era difícil que la audiencia le creyera a su candidato, que sugería un gran futuro en medio del naufragio inflacionario, mientras recibía bofetadas del socialismo revolucionario, del conservadorismo provinciano y de una implacable Bullrich, ensañada con las imágenes de Barrionuevo para abofetear a Milei, de Insaurralde para voltear a Massa y con los datos de la connivencia entre ambos al momento de confeccionar listas de candidatos ahora anarco capitalistas y otrora vocacionalmente oficialistas con los dedos en V.
Para escapar a sus negacionismos ambientalistas, sus ataques a las mujeres, sus autorizaciones empresarias a contaminar ríos, sus inclinaciones a la libre portación de armas o venta de órganos, sus complicaciones dolarizadoras y su desprecio por las instituciones constitucionales, Milei citaba a Gary Becker para hablar de oferta y demanda de delito, a von Hayek, para hablar de cualquier cosa o al fenómeno de las Lebacs y Leliqs, que sueña en evaporar a fuerza de fogonazos hiperinflacionarios, que ya va anunciando. Para matizar, acusaba a su dama contrincante, sencillamente, de asesina, casi como diciendo un chiste, que ni siquiera ofendió a la destinataria.
Mi sensación final es que Patricia Bullrich tomó su colina, que es la colina del antikirchnerismo, mayoritaria en medio de la crisis. Milei no debe haber quedado sonriente ante la perspectiva de tener que vérselas con ella en una eventual segunda vuelta, cuando para él el pan comido es enfrentar al massismo, con el que rosqueó para cubrir los cargos de sus listas vacías.
La disputa es cada vez más una competencia de caracteres, credibilidad, experiencia, furia desatada. Es cada vez más una carrera entre la bronca y la frustración, por un lado, que optarían por el populismo anárquico e intolerante, aunque sea ultraliberal en lo valorativo y económico, y el miedo a la improvisación y el dislate en medio de la supercrisis a la que nos trajo en cristino-alberto-massismo, por el otro. Final abierto, aunque hay una que sube, otro que baja y otro que no levanta y es sacudido por el oleaje de sus compañeros.
Los argentinos tenemos en nuestras manos optar por un camino de salida de la debacle inflacionaria y de destrucción del estado, basado en la responsabilidad, la experiencia y los equipos de gobierno; por la continuidad de lo que está o por un experimento sin antecedentes en el mundo pero sustentado en el desprecio de los que piensan diferente. Un inesperado futuro provisorio o una devastadora crisis.-