La mirada selectiva de Milei sobre los 40 años de democracia y la actuación de la dictadura militar

El candidato libertario ratifica en cada aparición un discurso de quiebre entre su proyecto y el resto de la política. También apunta contra gestiones pasadas y experiencias externas

Postal del primer debate entre los candidatos a Presidente. La segunda cita es este domingo, en la Facultad de Derecho

Javier Milei logró que el foco de las polémicas por sus propuestas -con el combustible del resultado de las PASO- no saliera demasiado del terreno económico, un acierto en medio de la crisis profunda con eje en la inquietante fórmula de la dolarización. En paralelo, pegó con el término “casta” para cargar sobre la política en general, con una condena amplia y a la vez selectiva de las gestiones en 40 años de democracia. Lo suyo, entonces, fue/es presentado como un quiebre “histórico” más que como un final de época, llamativo por lo que expone su referencia real al peor pasado. El candidato libertario utilizó los términos de la dictadura para referirse a esa tragedia: eligió hablar de “guerra” y “excesos” en lugar de terrorismo de Estado.

El candidato de La Libertad Avanza enfatiza los títulos de sus reformas como consignas y profundizó esa línea en los últimos días, para evitar exposiciones concretas sobre sus planes, en particular los que le fueron dando más beneficio: la referida dolarización, junto al ajuste del Estado y el fin del Banco Central, todo resumido en la imagen suya con la motosierra. Eso mismo, fuera del énfasis en la casta -también, una condena selectiva-, hizo predominar la cara económica sobre la faceta política.

De todos modos, en ese terreno, Milei y su círculo más cercano redondearon una idea que no es nueva, pero resulta siempre riesgosa. En primer lugar, que un eventual triunfo en la elección presidencial equivaldría a tener el respaldo del “pueblo”, como un todo y como si no existieran otros espacios votados. Eso mismo alimenta el concepto según el cual, en caso de llegar a Olivos, el Congreso debería respaldar sin vueltas sus proyectos. Con el agregado de una descalificación a la cabeza de la Corte Suprema por la interpretación sobre la inconstitucionalidad de la eventual eliminación del Banco Central si eso representa el fin de la moneda nacional.

Dicho de otra forma: difícil asimilar esa concepción con pinceladas liberales, desatendiendo el juego o equilibrio de poderes. Con todo, no sería esa una absoluta novedad. Los ejemplos de intentos hegemónicos, con presidencialismo agudo, abundan en la historia nacional.

Lo que cambió bastante es el panorama. El de esta etapa pinta una postal de fragmentación. La sucesión de elecciones provinciales modificó sensiblemente el mapa. Y seguramente, eso se prolongará con los cuatro comicios que aún restan y que van en simultáneo con la elección general, en apenas dos semanas. El peronismo y Juntos por el Cambio se dividirán buena parte del manejo de las provincias y cuatro distritos quedarán en manos de fuerzas locales. El mapa será más bien bicolor, más allá incluso de algún resultado de alto impacto el domingo 22. Una mesa que reclamaría negociación, especialmente en caso de una presidencia libertaria.

Nada muy diferente exhibirá el Congreso. Por supuesto, las especulaciones, según el resultado electoral, incluyen cuentas sobre crujidos, astillamientos y hasta fracturas. Se verá entonces, cómo queda cada verada y hasta qué punto escala la fragmentación.

Javier Milei en su "contracumbre" económica. Insistió con la dolarización y dijo que la trepada del dólar facilitaría el plan

Lo dicho: en ese plano se combinan especulaciones políticas y visiones sobre el juego institucional. Inquietante, pero sin traspasar líneas de riesgo. Milei insiste con adjetivaciones para descalificar a competidores -también experiencias pasadas y externas- que, en espejo, ilustran una posición de derecha conservadora, asimilable a casos internacionales de populismo con similares y a veces rústicas bases ideológicas. Un eco distorsionado de Jair Bolsonaro, Donald Trump, Georgia Meloni.

Algunas de esas cargas son expresivas. Calificó de “socialista” a Hipólito Yrigoyen, mencionó a Axel Kicillof como “soviético” y colocó a Lula Da Silva en la categoría de “comunista”, entre otras declaraciones, a veces contradictorias, sobre Perón, el radicalismo, Mauricio Macri. Por lo general, en cambio, suele ponderar a Carlos Menem.

En cualquier caso, al margen de términos extemporáneos, se trata de preferencias personales y conceptos ruidosos, tal vez combinación de creencias más o menos ideológicas y elementos para construir el personaje político y mediático exitoso.

Hubo otro tema más de fondo. La primera entrega del debate presidencial dejó un concepto que cruza la línea de un acuerdo básico en esta larga etapa democrática: la condena de la pasada dictadura y, núcleo, el rechazo al terrorismo de Estado. Por supuesto, Milei y su candidata a vice, Victoria Villarruel, venían bordeando el tema -sin este nivel explícito-, con aprovechamiento del daño causado por el uso restringido y partidario de los derechos humanos en el ciclo kirchnerista.

Los conceptos “guerra” y “excesos” para hablar de lo ocurrido en la dictadura tienen el eco ominoso de aquellos tiempos sangrientos. Queda claro lo que puso en discusión. Es la contrafigura de lo que parecía saldado: la violencia y las acciones terroristas de organizaciones armadas, sin dudas condenables, no explican y menos justifican al régimen militar. Sin ley, hubo terrorismo de Estado. Las condenas deberían ser claras en los dos sentidos, y en escala, lejos de la teoría de los dos demonios pero también lejos del temor a mantener una visión crítica sobre los 70.

La pregunta, en el plano de las hipótesis, es si la “nueva” política va colocar en discusión un consenso democrático básico como el referido. Milei no discutió un tema de coyuntura, sino la clausura de aquel pasado. Esa es la diferencia con otros debates.