La estafa final: el Peso Digital Argentino

Estamos transitando el fin del peso y la política debe entender que lo que menos parece desear la sociedad es digitalizar algo que está a punto de desaparecer

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(Foto: Pixabay)
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Todos parecen estar de acuerdo en una cosa: el peso tal como lo conocemos está llegando a su final. Nuestra triste historia monetaria está por cobrarse una nueva víctima.

El Peso Moneda Nacional, el Peso Ley 18.188, el Peso Argentino, el Austral, y el Peso Convertible fueron monedas que entre quitas de ceros y destrucción de su valor fueron quedando en el recuerdo de todos tras ser vapuleadas por colosales déficit fiscales que gobierno tras gobierno pulverizaron el ahorro, la inversión y disparando la inflación a niveles estratosféricos.

Hoy nuestra moneda de curso legal y forzoso parece estar llegando a su fin. Iniciada su circulación formal allá por enero de 1992 acumula a hoy un 50.400% de inflación: mientras que al momento de su nacimiento un peso equivalía a un dólar, hoy ese mismo peso equivale a 0,001 dólares. El poder de compra fue destrozado: hoy se necesitan algo más de 500 pesos para comprar lo que en hace tres décadas se lograba comprar con un solo peso.

El certificado de defunción del peso se encuentra firmado aunque aún sin fecha cierta. Para sucederlo -y en virtud de la contienda electoral- dos propuestas estaban en pugna en el debate: dolarización o bimonetarismo. Si bien toda la discusión parecía estar enfocada entre alguna de ambas alternativas, una tercera surgió en las filas del oficialismo lo que volvió a poner sobre la mesa la discusión sobre lo que viene en materia monetaria: la Moneda Digital Argentina (MDA) o también denominado “Peso Digital Argentino” se sumaron al debate público.

La nueva propuesta resulta de por sí desopilante. Entre sus promesas más elocuentes se encuentran la de reducir impuestos, eliminar la informalidad en la economía y generar superávit fiscal. Además la misma eliminará los billetes circulantes y digitalizará el 100% de la economía.

El certificado de defunción del peso se encuentra firmado aunque aún sin fecha cierta. Para sucederlo -y en virtud de la contienda electoral- dos propuestas estaban en pugna en el debate: dolarización o bimonetarismo

La lógica detrás de suponer que la “Moneda Digital Argentina” reducirá impuestos tiene relación con su segundo supuesto: el de eliminar la informalidad. La propuesta entiende que al no poder “escapar” del fisco y quedar atrapados en las garras de la brutalidad impositiva que rige en la República Argentina, habrá muchos más contribuyentes que no podrán evitar pagar sus impuestos lo que va a provocar -casi como una cuestión milagrosa- que al existir más contribuyentes la carga impositiva se reparta de tal manera que los impuestos se reduzcan y el equilibrio fiscal sea una realidad ineludible.

Resulta tan absurdo como obvio que el problema de la informalidad surge en buena parte gracias a la elevada carga tributaria que genera que para una buena porción de la economía en negro no es alternativa comenzar a pagar impuestos: muchos de quienes hoy trabajan, comercian y participan de la economía informal solo pueden existir como tales porque logran escapar de las garras del Estado, con este nivel de presión fiscal de formalizarse, desaparecerían.

También resulta algo infantil creer que en un país con 40% de pobreza, millones de personas sin acceso a los servicios básicos, con dificultades serias en términos educativos y un nivel de informalidad muy elevado se podrá eliminar el circulante y que todos accederán a manejarse como se lo imponen los funcionarios de turno perdiendo el control absoluto de su dinero. Incluso hoy con varias billeteras electrónicas para elegir que pagan intereses de manera diaria por sus saldos y que permiten amplias facilidades para operar, la informalidad prefiere seguir estando agazapada lo más lejos que se pueda de la voracidad fiscal.

Estamos transitando el fin del peso y la política debe entender que lo que menos parece desear la sociedad es digitalizar algo que está a punto de desaparecer y menos aún a ser obligada a utilizar un sistema que solo le quitará algunos grados más de libertad de los pocos que aún le quedan.

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