El pensamiento del último escalón: la pobreza viaja en bicicleta

Sin educación y sin capacitación, la inserción en un mercado de trabajo formal, en serio, con progreso y futuro, resulta inviable

Trabajador de plataformas (TELAM)

Como el que avisa no es traidor, le cuento que en las líneas que siguen me voy a referir a un problema estructural de largo plazo de la Argentina.

Sobre la coyuntura, relea mis dos últimas columnas, es lo mismo, pero peor: un candidato irresponsable y legisladores que pavimentan el camino al abismo (Sin ser dramático, aire de familia con la ovación de pie de la declaración del default, de la que aún no salimos).

Hace unos días, tuve que asistir a un programa televisivo.

En dicho programa se presentó la “propuesta” del candidato Massa de sindicalizar a los repartidores de los servicios de entrega a domicilio. La reflexión giraba en torno a los costos para dichos trabajadores de “formalizarse” en torno a un sindicato, o a las “ventajas” que surgían de mantener su “libertad” actual.

Los franceses tienen una expresión que, en mi traducción libre, dice algo así como “el pensamiento del último escalón” y se refiere a la situación en qué a alguien, después de una discusión, al retirarse, casi en la puerta, “le cae la ficha” respecto a lo que debió haber argumentado previamente.

Eso fue lo que me sucedió esa noche, mientras me dirigía en busca de mi auto. Quizás muchos de nosotros tengamos una visión “romántica” de esos chicos y chicas que reparten pedidos a domicilio.

Suponemos que, por ejemplo, con lo que ganan, se están financiando su carrera de ingeniero electrónico o físico cuántico, u otros estudios universitarios, como los que promueve el gobierno argentino junto a muchos legisladores, como la abogacía, las ciencias económicas, o la sociología.

Es probable que, efectivamente, alguno de estos chicos en bicicleta, con lo que ganan, estén costeando sus estudios (lo de la universidad pública “gratuita” es puro cuento, hay que pagar por los libros, los apuntes, el viaje, las horas no trabajadas, etc., mientras los sectores de mayores recursos no aportan para ningún fondo de becas, aun cuando vienen de estudiar su secundario en escuelas privadas de alto costo).

Sin embargo, estoy seguro de que la mayoría de esos jóvenes no tiene estudios, ni capacitación, para elegir otra tarea y que, por lo tanto, su baja productividad sólo les permite acceder a un plan social o a este tipo de tareas, dignas, por su puesto, pero que poco contribuyen a su futuro.

Repartidos

Puesto de otra manera, sindicalizados, están condenados a reducir sus magros ingresos, para recibir un muy mal servicio de salud sindical, y a aportar al sistema de reparto jubilatorio actual, a cambio de una “promesa” de jubilación futura dentro de unas décadas, no muy distinta a la que podrían aspirar sin aportes, adoptando alguna moratoria que algún eventual gobierno populista les ofrecerá en el futuro.

La alternativa, de seguir en las condiciones actuales, es la “libertad” de continuar en la pobreza, sin educación, y sin esperanza de progresar (en particular cuando sean reemplazados por drones, como ya ocurre en algunas ciudades del primer mundo).

Y este es, a mi juicio, uno de los temas centrales que vincula a la pobreza con el mundo del trabajo.

Para reducir la pobreza, la Argentina necesita varios años de crecimiento sostenido, consecuencia de una macro ordenada e incentivos al sector privado, para que invierta y genere empleo de calidad.

La nueva macroeconomía requiere un programa fiscal integral, con reformas al gasto público nacional, provincial y municipal, otro sistema impositivo, también en los tres niveles, y otra AFIP, para dejar de cazar en el zoológico.

La “magia” de la dolarización unilateral, más en un país federal como el nuestro, no solo no alcanza, sino que hasta puede ser negativa para el crecimiento económico, ante shocks externos (basta con ver los ejemplos de Argentina 1998-2001, Ecuador o El Salvador).

Por su parte, los incentivos al sector privado requieren integrarse de nuevo a la corriente de inversión y comercio regional y global, con reglas estables y en línea con las que prevalecen en el mundo.

Una modernización profunda de las relaciones laborales, que va más allá de un simple seguro de desempleo, de la remoción de obstáculos regulatorios y de “desalambrar” las quintitas que se han desarrollado en estas décadas, en torno a sectores que han tratado de “blindarse” de la macro.

La Argentina populista se ha descapitalizado en materia de inversión física, pero también en relación al capital humano. Y sin mejoras en ambos stocks de capital, no crece la productividad, y no crece el salario real. Es por eso que aún los trabajadores “formales” están sumidos en la pobreza.

Es por esta “descapitalización de las personas”, que el crecimiento sostenido, consecuencia del cambio de régimen arriba enunciado es condición necesaria pero no suficiente para incorporar al progreso a los sectores de menores recursos, sin educación y sin capacitación.

No se trata de darle un “carnet de trabajador formal” a los millones de informales de hoy.

Se trata de distinguir a aquéllos que sólo son informales por razones estrictamente impositivas, o como consecuencia de contratos laborales rígidos, surgidos a mediados de la década del setenta del siglo pasado, de aquéllos que no pueden acceder a un mejor empleo, por su escasa productividad.

Y la productividad, insisto, en este momento del siglo XXI, depende del capital físico asociado al trabajo, de la inversión en investigación y desarrollo, de la innovación y de la educación y capacitación de los trabajadores.

Sin educación y sin capacitación, la inserción en un mercado de trabajo formal, en serio, con progreso y futuro, resulta inviable.

La Argentina lideró por muchas décadas la calidad de la educación y la capacitación de su gente, en toda la región, y más allá.

Todavía conserva algunas islas de alta calidad y cierta ventaja competitiva.

Pero, así como hemos ido perdiendo participación en el comercio mundial, en el destino de las inversiones, en nuestra posición en la región, también hemos ido perdiendo, en términos relativos, calidad educativa.

No quiero extenderme todavía más en esta letanía, apabullándolo/a con números y datos que refuerzan los argumentos.

Solo quiero insistir en que, si no modificamos la educación y la capacitación de nuestros jóvenes, en sentido amplio, un cambio de régimen económico nos hará crecer, pero la pobreza, sindicalizada o libre, seguirá sin esperanza, repartiendo pizzas en bicicleta.

Y mientras tanto, en Ciudad Gótica, algunos legisladores participan de la discusión “escandinava” de la reducción de las horas laborales.