Maniqueísmo y vodevil: el debate que Argentina no necesitaba

En lugar de un análisis profundo y desafiante sobre el futuro de un país en crisis, fuimos testigos de un drama oscuro y simplista

Agustín Rossi y Victoria Villarruel (Gustavo Gavotti)

El reloj corre sin piedad. Estamos al borde del precipicio, con solo siete días para el primer debate presidencial y 28 antes de que el destino de Argentina quede sellado en las elecciones generales. En el horizonte, tres siluetas: Bullrich, Massa y Milei, convergen, ajustando meticulosamente sus estrategias ante el inminente final de esta contienda por el poder. La tensión es palpable en el aire, aún más tras el deslucido y tempestuoso debate de los candidatos a Vicepresidente, donde los gritos, las chicanas y un maniqueísmo desbordante eclipsaron cualquier atisbo de civilidad.

Maniqueo se refiere a las enseñanzas de Mani, un profeta del siglo III d.C. que fundó el maniqueísmo. Esta religión, ya extinta, sostenía una visión dualista del mundo, en la que existen dos principios opuestos y eternos: el Bien y el Mal, o la Luz y la Oscuridad. En un contexto más amplio y fuera del estricto ámbito religioso, el término “maniqueo” se utiliza de manera peyorativa para describir perspectivas, argumentos o narrativas que simplifican la realidad en términos absolutos de “bien contra mal” o “blanco contra negro”, sin reconocer matices o complejidades intermedias.

Por ejemplo, si alguien sostiene una visión maniquea de la política, podría estar argumentando que un grupo es completamente bueno mientras que otro es completamente malo, sin reconocer la existencia de grises o de variabilidad dentro de cada grupo. La reciente presentación de los cinco candidatos a Vicepresidente de la Nación argentina fue un teatro sombrío de este maniqueísmo. En lugar de un análisis profundo y desafiante sobre el futuro, fuimos testigos de un drama oscuro y simplista, casi sacado de las páginas de una novela de suspenso.

Argentina, un país de pasiones, cultura y talento, merece más que un espectáculo que recuerda a un combate desenfrenado de Titanes en el Ring. Estamos en un momento crítico, buscando soluciones a los desafíos que hemos enfrentado durante más de dos décadas. Entonces, ¿por qué, en lugar de propuestas y visiones claras, presenciamos un circo de acusaciones, chicanas y golpes bajos?

El maniqueísmo político no tiene lugar en este siglo. Es una táctica evasiva, una cortina de humo que esconde la falta de preparación o la ausencia de propuestas genuinas. En lugar de binarios simplistas, Argentina necesita líderes que abracen y celebren la complejidad, que reconozcan que no todo es blanco o negro, y que enfrenten los grises con valentía y claridad.

Nuestro país requiere un diálogo honesto, una discusión enriquecedora donde cada voz, cada perspectiva, sea considerada. No más peleas sin sentido, no más teatro. Es hora de exigir debates de calidad, donde el foco sea el bienestar y el progreso de Argentina, y no solo el de los propios candidatos.

El eco de lo acontecido en el debate entre los candidatos a Vicepresidente aún retumba en nuestros oídos y, en cierta manera, en el alma de una Argentina que ansía respuestas y no más escándalos. Pero lo que aconteció el pasado martes se siente como un preludio, y no el más alentador, de lo que podría estar por llegar.

Juan Schiaretti, Patricia Bullrich, Javier Milei, Myriam Bregman y Sergio Massa

El escenario del debate presidencial se presenta en el horizonte, y el miedo, más que la esperanza, parece apoderarse de nuestra expectativa. ¿Será posible que este acto, crucial para el discernimiento democrático, siga el mismo guión de desencuentros y descalificaciones? Por el bien de nuestra patria deseamos fervientemente que no.

Es necesario que los próximos debates sean la antítesis de lo presenciado. La nación pide a gritos que los gritos sean silenciados, que las chicanas se transformen en propuestas, que el antagonismo dé paso al entendimiento. No queremos un ring, queremos un foro de ideas. No queremos actores, queremos líderes. El Sillón de Rivadavia no debe ser ocupado por alguien que se deja llevar por las pasiones efímeras del momento, sino por quien pueda dirigir con visión, integridad y, sobre todo, respeto.

Los candidatos tienen la oportunidad de ofrecer a la ciudadanía un “baño” ejemplar de comportamiento cívico y dignidad. Más que un espectáculo para las masas, necesitamos una muestra de seriedad, de compromiso y de pasión genuina por el bienestar del país.

¿Cómo llegan los candidatos presidenciales al debate? Los argentinos esperan ansiosos las propuestas y confrontaciones entre los tres principales candidatos, cada uno con una visión y estrategia distinta.

Sergio Massa, actuando como Presidente de facto, intenta transmitir una imagen de solidez y gestión. Mientras que la sombra de Alberto Fernández parece desvanecerse, Massa lucha por demostrar su capacidad de gestión en un contexto complejo. Sin embargo, el desafío no es menor. La inflación, que parece no dar tregua, y un creciente malestar con el oficialismo, amenazan su posicionamiento, sobre todo en bastiones históricos como la Provincia de Buenos Aires.

Por su parte, Patricia Bullrich vuelve la mirada al pasado para proyectar un futuro diferente. Su estrategia parece clara: enfrentar frontalmente al populismo, identificando al kirchnerismo como su adversario principal. Con promesas que buscan corregir lo que se consideran errores del pasado, Bullrich pone el foco en provincias estratégicas, intentando no solo mantener sino expandir su base.

Javier Milei, el más disruptivo del trío, se ha convertido en la voz del descontento. Con gestos audaces, como el uso de una motosierra como símbolo, refleja la profunda frustración de una parte del electorado con una dirigencia que, a sus ojos, ha fallado. Su relación con el sector empresarial y sindical da indicios de cómo podría ser su eventual gestión.

Pero más allá de las figuras individuales, lo que se vislumbra es una Argentina en busca de un nuevo rumbo. La grieta histórica, que ha marcado la política nacional por años, podría estar mutando. Ya no se trata solo de kirchnerismo y antikirchnerismo, sino de una brecha más profunda entre las instituciones y el pueblo.

El 22 de octubre será una fecha clave. Argentina decidirá su futuro con tres candidatos que representan visiones muy diferentes. Está claro que el país se encuentra en un momento decisivo. La incógnita persiste: ¿en qué dirección decidirá avanzar la nación?

A medida que Argentina se prepara para tomar una decisión en las urnas, es esencial que los votantes y candidatos reconozcan los matices y complejidades de cada propuesta y perspectiva, evitando caer en simplificaciones maniqueas que solo sirven para profundizar las divisiones. El desafío es buscar soluciones que trasciendan estas dicotomías y conduzcan al país hacia un futuro más unido y próspero.

Deseamos que junto con los cuarenta años de democracia, la próxima fiesta en Olivos sea para todos los argentinos, y no solo para unos pocos elegidos.