Quienes desde hace años trabajamos en el reconocimiento del genocidio de 1915 y en la prevención de uno nuevo desde la guerra de agresión de 2020, observamos con estupor, una vez más, la tergiversación de los hechos mediante el aparato de propaganda que ostenta el régimen autocrático de Azerbaiyán. Los armenios de Artsaj, también conocido como Nagorno-Karabaj, no son ni separatistas ni rebeldes. Son el pueblo originario de dicha región que históricamente ha promovido vivir como un Estado independiente.
Durante la era soviética, Stalin incorporó unilateralmente a Artsaj como una región autónoma dentro de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. Cuando la Unión Soviética colapsó en 1991, Artsaj buscó incesantemente su independencia y autodeterminación al punto de organizarse como un Estado democrático con división de poderes y elecciones presidenciales y parlamentarias.
Sin embargo, Azerbaiyán, Estado que niega sistemáticamente el genocidio armenio, ha mantenido una postura de confrontación y opresión de la independencia de Artsaj y ha buscado recuperar el control de la región mayoritariamente habitada por armenios. Esto ha llevado a décadas de conflicto, que incluyeron pogromos, guerras de agresión y persecución de los armenios por parte de Azerbaiyán. La más reciente de dichas guerras fue la de 2020, también conocida como la guerra de los 44 días, en la que las fuerzas armadas de Azerbaiyán cometieron numerosos crímenes de guerra y de lesa humanidad que circulan libremente por distintos sitios web y redes sociales como Telegram y X (ex Twitter).
Pero la discriminación hacia los armenios en Azerbaiyán, que ha sido un problema persistente y mundialmente conocido, también abarca desde la educación hasta la retórica pública. Los libros de texto en Azerbaiyán han promovido una narrativa hostil hacia los armenios, y los líderes azerbaiyanos, como Ilham Aliyev, emplean de manera recurrente un discurso beligerante, nacionalista y genocida en relación con Artsaj. Los armenios son discriminados, estigmatizados, perseguidos, encarcelados, asesinados y torturados, al punto tal de que el mundo habla hoy de un nuevo e innegable genocidio armenio.
Los armenios de Artsaj no son ni rebeldes ni separatistas. Son un pueblo que hoy lucha por su supervivencia física y cultural frente a las acciones genocidas de Azerbaiyán y la indiferencia de una comunidad internacional que yace impávida e inmutable frente a las acciones de dicho estado opresor.
Pedirles a los armenios de Artsaj vivir bajo el régimen azerbaiyano es dictarles una sentencia de muerte inapelable. Omitir actuar frente a la expulsión de su tierra originaria, es condonar el genocidio. La comunidad internacional toda y sus Estados individualmente deberían atenerse a los compromisos que allá por 1948 alguna vez sellaron de proteger la paz y los derechos humanos, y prevenir y sancionar el crimen de genocidio. Si no, todo lo durante estas décadas firmado, no es más que letra muerta en los escritorios de burócratas bien pagos.