La religión en el discurso político

Si bien la religión ha sido históricamente fuente de valores y ética, influyendo en la toma de decisiones políticas, su banalización se produce cuando se la utiliza con fines ideológicos políticos

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El ex presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una manifestación de organizaciones evangelistas en San Pablo REUTERS/Carla Carniel
El ex presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en una manifestación de organizaciones evangelistas en San Pablo REUTERS/Carla Carniel

El uso de la religión en el discurso político ha sido una práctica arraigada desde líderes antiguos hasta políticos contemporáneos sin distinción de credos ni naciones. Y ello se debe a que desempeña un rol crucial en los discursos políticos, la movilización de masas y la legitimación de acciones gubernamentales. Y aquí cabe distinguir el uso de la religión en sus metáforas o narrativas como estrategia para el discurso político, objeto de este artículo, respecto del discurso religioso en la política como dimensión cultural y filosófica que interpela al pensamiento y la acción política.

En términos generales, el uso de la religión en la política ha sido objeto de estudio en diversas disciplinas académicas. Samuel Huntington en este sentido, afirma que la religión es una importante fuente de identidad cultural y un poderoso factor en la formación de valores y creencias políticas. Bajo esta perspectiva, destaca la capacidad de la religión para influir en la identidad de un grupo social y, por ende, en su participación política.

Pero uno de los aspectos más notables del uso de la religión en el discurso estratégico político es la mencionada capacidad para movilizar masas. Durkheim argumenta que la religión actúa como un factor unificador en la sociedad al proporcionar un conjunto compartido de valores y símbolos. Acervo por el cual John Rawls concluye que la religión provee un fundamento público para la ética política legitimando acciones gubernamentales ante la sociedad y fortalece la posición de los tomadores de decisión. Todo lo cual es aprovechado por políticos para movilizar a la población en torno a sus agendas. En este sentido, Philip Oxhorn, en su investigación sobre el populismo en América Latina, observa cómo algunos de sus líderes políticos han utilizado narrativas religiosas para construir coaliciones políticas o ganar apoyo popular. En su uso extremo, Emilio Gentile advierte que el discurso político puede asumir plenas características religiosas, especialmente en sistemas totalitarios o regímenes con líderes carismáticos, presentándose como figuras mesiánicas o proféticas, utilizando metáforas religiosas para consolidar su poder y legitimidad.

Aquí el problema es doble. Por un lado, el uso de la religión en el discurso político cambiando categorías de aliados o adversarios a terminología propia de morales teológicas. Por el otro, el impacto social producido por la promoción de una religión específica en el discurso político dentro de sociedades plurales, donde coexisten diversos credos, agravando o generando tensiones y divisiones sociales. Martha Nussbaum advierte en este sentido sobre el peligro de la intolerancia religiosa en la política y de la producida por el indebido uso de la religión en la política, evitando la mencionada categorización teológica y abogando por un enfoque más inclusivo que respete la diversidad de creencias no generalizando cuestiones teológicas en la representación del mensaje a transmitir, debiendo especificar la particularidad correspondiente al credo referido, por mayoritario que sea.

Sólo por mencionar dos ejemplos internacionalmente conocidos: el discurso de Abraham Lincoln y la Casa Dividida en 1858, en referencia a Mateo 12, describiendo la lucha entre los estados esclavistas y los libres argumentando que la nación no podía subsistir medio esclava y medio libre; no es del mismo tenor que el de Ronald Reagan y la ciudad sobre la colina en 1989, aludiendo al Sermón del Monte en Mateo 5, manifestando que Estados Unidos es una nación distinta y superior al resto de las naciones sobre la Tierra, y por ello obligada a inspirar y pautar a las demás. En Argentina, un gobernador del Chaco apeló a la conocida parábola de la oveja perdida en Lucas 15, denominando justos a sus propios votantes y pecadores a sus adversarios políticos y votantes contrarios, convocando a convertir a estos últimos. Es de uso frecuente en el marco político expresiones como la parafraseada del Apocalipsis 3 manifestando que Dios vomita a los tibios, o calificar a políticos mediante alegorías bíblicas o referenciarlos con los más nefastos genocidas del siglo pasado, así como políticos que denuestan con categorías propias de teodiceas a ministros religiosos o endilgándoles ser prosélitos de doctrinas políticas opresivas y degradantes. Todo ello, como indican José Zúquete, y Cas Mudde, provenga del político o del clérigo, extrapola de forma estratégicamente simplista y reduccionista las categorías teológicas a la política y viceversa, para conformar un escenario de lucha maniquea entre “el pueblo” que es bueno, y “las élites” u “otros” que son malos.

Y ello es porque como destaca George Lakoff, las metáforas religiosas a menudo están arraigadas en la cultura y la psicología humana, lo que las hace efectivas para moldear la percepción pública y presentar agendas políticas como moralmente justas y divinamente respaldadas. Aunque, en su gran mayoría, los políticos que las usan no son religiosos o bien rechazan una forma de gobierno religiosa, pero utilizan la religión para identificar dicotómicamente al pueblo y sus enemigos. Y como afirman Robert Putnam y David Campbell, este efecto socialmente polarizador del uso de la religión en el discurso político, creando divisiones en lugar de unión, politizando la religión o sacralizando la política, lleva a una mayor hostilidad entre grupos políticos y religiosos aumentando la intolerancia. Así, si bien la religión en el discurso político puede servir como una poderosa herramienta para movilizar masas, legitimar políticas y formar identidades políticas, también plantea desafíos éticos relacionados con la diversidad y la tolerancia. Por ello la prudencia en la utilización de la religión en el discurso político es esencial para que la dinámica política en las sociedades contemporáneas sea respetuosa y no produzca tensiones innecesarias ni preocupaciones por eventuales enfrentamientos asociando determinadas ideologías políticas a ciertas tradiciones religiosas.

Por ello, y abogando por la interpelación activa de la religión en el pensamiento y acción política, sería socialmente saludable e intelectualmente honesto, evitar recurrir a metáforas religiosas en el discurso político para influir en la opinión pública, y más aún por parte de no practicantes. Más bien, deben ser las propias biografías de los políticos, sus acciones, conocimientos y argumentaciones las que confieran autoridad y moralidad a sus declaraciones, persuadiendo y conectando con sus audiencias de forma profunda y sinceramente. Y por parte de los clérigos, sería deseable evitar banalizar la religión, simplificándola en el uso superficial de sus principios y prácticas al servicio de la retórica política. Cabe destacar que siendo rabino quien escribe este artículo, y evitando una lectura sesgada o exclusiva de esta problemática respecto de un credo que no es el propio, puedo ejemplificarla en otros países y con otras religiones o cultos. Acorde a Dani Filc, las tendencias populistas de ciertos partidos políticos religiosos e incluso líderes seculares que usan ese discurso en Israel dividiendo la sociedad, según sea el caso, entre “el pueblo” y “élites seculares” u “otros”; o el populismo de Erdogán en Turquía según Hakki Tas e Ihsan Yilmaz, como resultado de fusionar islamismo con nacionalismo predicando ser la voz de la gente real victimizada y el defensor de sus intereses contra las viejas élites.

Para concluir, si bien la religión ha sido históricamente fuente de valores y ética, influyendo en la toma de decisiones políticas, su banalización se produce cuando se la utiliza con fines ideológicos políticos, desnaturalizándola. Karen Stenner señala este peligro demostrando cómo el uso de la religión en la política puede alienar a quienes comparten ese credo y a quienes no, extremando posiciones y aumentando la hostilidad hacia todo quien posee opiniones diferentes.

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