Días atrás, en el Congreso Económico Argentino en la Rural el diputado Javier Milei planteó que “una empresa puede contaminar un río todo lo que quiera”. Acto seguido, recurrió a una alquimia dialéctica para intentar justificar lo injustificable, pero ya a nadie la importó. Seguramente no quiso decir únicamente lo que dijo, pero la contundencia de esa sola frase preocupó a todos.
Es que nuestra Constitución Nacional consagra el derecho a un ambiente sano y equilibrado, adoptando un modelo de desarrollo sostenible tanto para las generaciones presentes como futuras. E impone asimismo a todos, el deber de preservarlo. Toda empresa tiene el derecho a utilizar su propiedad como quiera, pero eso también conlleva el hacerse responsable por los daños que su accionar ocasione.
Nadie puede contaminar lo que quiera, mucho menos un bien común como el agua, que es el sostén de la vida sobre nuestro planeta. Y es, además, un bien escaso, especialmente la apta para consumo humano. El agua contaminada produce cada año más muertes infantiles en el mundo que todas las guerras (ONU). En Argentina, unos veinte millones de personas no tienen cloacas y las aguas sin tratar van a napas y ríos, contaminándolos, y afectando a la salud de miles de argentinos, que quizás necesiten un voucher para tratarse en un competitivo hospital privado. Y por cierto, el mercado per se difícilmente saneará alguna vez las aguas contaminadas.
Esta declaración condice con la negativa a crear nuevos parques nacionales y el público negacionismo de Milei al cambio climático, quien plantea que sequías, inundaciones, incendios y otros son fenómenos naturales cíclicos que siempre existieron y que los anuncios “apocalípticos” pronosticados por décadas por el consenso científico nunca se cumplieron ni cumplirán, que el mundo fue y será una porquería, en el quinientos seis y en el dos mil también.
Aún si el cambio climático fuese un invento del socialismo que Milei defenestra y no producto de la actividad antrópica, negarlo le impide siquiera considerar la remotísima posibilidad de que los “inventos” puedan ocurrir. Puede descreer de la incidencia humana en la cuestión, pero no ignorar lo que está sucediendo en el planeta y las medidas que se están adoptando, para adaptarse y mitigarlo.
Somos un país vulnerable. Toda nuestra economía es ambiente dependiente, de una u otra manera. Sumando a los previsibles y dañinos juegos de La Niña, que ha secado a América del Sur por tres años, y El Niño que ahora probablemente nos llene de agua, -que no son cambio climático pero lo agravan-, es necesario considerar que posiblemente un aumento desmedido de sequías, incendios o inundaciones y otros fenómenos impacten en nuestro país cada vez más.
Así, y a modo de ejemplo, la escasez de agua afectará actividades tan disimiles como la vitivinícola y frutihortícola riegodependientes, la energética -grandes represas vacías-, la turística -falta de nieve en centros de esquí-. Además disminuirá la disponibilidad de agua incluso para el consumo, como sucedió en Montevideo meses atrás, o para la navegabilidad -lo que pasó tiempo atrás en el Canal de Panamá puede suceder en la hidrovía o hacer inoperables ciertos puertos-.
Por el contrario, el exceso de lluvias impedirá sembrar a tiempo, ahogará cultivos, dificultará sacar la cosecha y la hacienda de los campos o aumentará el riesgo de transmisión de enfermedades. Informes del Banco Mundial señalan que cada año, a consecuencia de las inundaciones, en promedio, un 0,14 % de la población argentina cae en la pobreza.
La Bolsa de Comercio de Rosario estimó en más de US$ 14.000 millones la pérdida por la sequía pasada en las producciones de soja, maíz y trigo, en un contexto de mayores precios. El Instituto de Estudios Económicos de la Sociedad Rural Argentina determinó que durante los últimos 10 meses el 55% del territorio argentino estuvo alcanzado por el déficit hídrico y generó pérdidas en el sector ganadero por US$ 3.000 millones.
El cambio climático ha inducido al mundo entero a la adopción de todo tipo de medidas que afectan directamente a las áreas productivas. En este contexto, la agenda climática global que desconoce Milei representa otra amenaza para la Argentina, ya que algunos mercados como el europeo, comienzan a imponer o proponer restricciones comerciales. Se exigirán cada vez más materias primas y productos provenientes de procesos ambiental y socialmente sustentables; trazabilidad e inversión en tecnología serán un imperativo para cumplir con las nuevas y estrictas certificaciones ambientales.
La industria automotriz -que intenta ser carbono neutral para 2050- exigirá a sus proveedores que los metales que utilicen no sólo tengan bajo contenido de carbono, sino que sean extraídos de manera sustentable. Electrificación de vehículos, cero emisiones de CO2, uso de energías renovables y reciclaje de baterías serán obligatorios para que un sector que genera más de 70.000 puestos de trabajos y representa el 6% del empleo industrial siga exportando unos 322 mil vehículos en 2022-.
Europa exigirá que se acredite que los bienes que se comercializan en la Eurozona no hayan dado lugar ni a deforestaciones ni a degradaciones de bosques en ninguna parte del mundo, lo que afectará a nuestro complejo agroganadero. Por otro lado, aplicará barreras paraarancelarias a la exportación de granos, carne y productos industriales por los gases de efecto invernadero que se hayan emitido para producir ese bien. Y en el futuro, cuando las restricciones no se basen sólo en las emisiones directas sino en la totalidad de los procesos involucrados (transporte, fraccionamiento, comercialización y otros), el impacto en nuestra economía será mayor.
Se están empezando a implementar mecanismos de trazabilidad y certificación de las actividades pesqueras a partir de los cuales cada barco esté obligado a demostrar, -al Estado y los consumidores-, que todo el proceso; -a bordo y en tierra-, se ajusta a normas legales y principios de sostenibilidad.
Independientemente del negacionismo, es “el mundo” el que decidirá si compra o no nuestros productos, qué requisitos exigen y qué impuestos les pondrán. Si además consideramos que Milei ratificó que si es electo no hará negocios con China ó Brasil -nuestros principales socios comerciales- por “comunistas”, el futuro de la producción argentina es alarmante.
A todo esto habrá que sumar (restar, en realidad) que se incumplirán los acuerdos internacionales firmados, se dificultarán futuras negociaciones multilaterales y se ahuyentarán inversiones sostenibles, datos menores estos últimos atento a que somos un país inmensamente rico que sólo necesita del mercado para prosperar.
El cambio climático no afectará sólo a la economía, también a la salud. La Organización Panamericana de la Salud calcula unas 250.000 muertes adicionales por enfermedades sensibles al clima (olas de calor, desnutrición, enfermedades de las vías respiratorias y las transmitidas por vectores, dengue y malaria) desde 2030 en adelante.
El mundo avanza hacia una nueva realidad de la mano de la sustentabilidad y la transición energética. Modelos más sustentables de producción y consumo generarán miles de nuevos empleos. La Alianza para la Acción por una Economía Verde (PAGE, por sus siglas en inglés) plantea que una economía más verde podría crear unos 15 millones de puestos de trabajo en América Latina y el Caribe. El documento Oportunidades y desafíos para el desarrollo productivo en el marco de la transición energética argentina de CIPPEC plantea al 2050 se podrían generar más de 297 mil empleos totales -139 mil en la industria argentina y 158 mil en la construcción- y 68 mil millones de dólares de actividad sobre la base de encadenamientos productivos locales.
Más allá de lo que se crea, aprovechar las medidas que se están adoptando para enfrentar al “inexistente” cambio climático es una excelente oportunidad para integrarnos al mundo como proveedor de bienes y servicios sustentables, fomentar la inversión y la innovación, canalizar la cooperación internacional, potenciar el flujo de financiamiento verde para apalancar la transformación de los sectores productivos, generar empleo genuino y sacar a la Argentina de la pobreza en que está enquistada hace décadas.