No es algo que suceda sólo en la Argentina. Es un fenómeno que se extiende a cualquier geografía. Las sociedades en todos lados están atravesadas en este tiempo, por sentimientos esencialmente ligados al enojo y el miedo.
Nos da miedo el presente y el futuro. El nuestro, el de nuestros hijos. Da miedo el cambio climático, la incertidumbre del avance de la tecnología, la salud del cuerpo, la del espíritu. Nos da miedo la economía, el futuro de la democracia, la pobreza que crece, la inseguridad, la falta de liderazgos y la apatía de tantos a todos estos miedos.
Pero hay un miedo del que quisiera que hablemos hoy. Es el miedo al paso del tiempo.
Hace muchos años, cada vez que se acercaban las vacaciones, yo solía medir si acaso podía tomarlas por el gasto que había que afrontar. Si quería cambiar el auto ese año, no había vacaciones. Si había una mudanza, o había que pintar la casa, o una compra importante, o lo que sea, la variable de ajuste era el verano. Hasta que alguien, un sabio, me dijo que tenemos en total en la vida, unas 15 o 16 vacaciones con nuestros hijos. Si después de eso tenemos alguna más, hay que considerarlo un premio, una yapa. Comencé entonces a dividir y pensar el tiempo en relación a las vacaciones que me quedaban por vivir con ellos, y nunca más volví a perderme un solo verano juntos.
Mi amigo y maestro el Rab. Moishe Rojzman me habló hace unas semanas acerca de un libro, que me hizo pensar otra vez el tiempo. Qué es a lo que más miedo le tenemos. A que pase, a que no vuelva, o si acaso supimos aprovecharlo.
¿Cuántas semanas creen que vive una persona? ¿Nunca pensaste en semanas verdad?
El libro se llama 4.000 semanas y dice: “La esperanza media de vida del ser humano es absurda, terrorífica e insultantemente corta”. Porque “asumiendo que llegás a los 80, habrás vivido sólo unas 4.000 semanas”.
Y agrega: “Desde luego podrías tener suerte. Si llegás a los 90 habrás vivido 4700 semanas, y si llegas a 95 = 4940 semanas.”
Tenemos una agenda interminable. Planes infinitos. Stress acumulado, no llegamos a nada, nunca tenemos tiempo. Vivimos corriendo sin saber muy bien adónde. Queremos hacer todo, no nos dan las horas. Pero si pensamos en semanas, la lógica de la inversión, cambia. Especialmente para aquellos a los que ya nos quedan menos de la mitad de semanas.
Por otro lado, todos se habrán dado cuenta que cada vez el tiempo pasa más rápido. ¿De verdad pasó otro año? ¿No se va cada vez más rápido? Los lunes, ¿no les estaría llegando antes que en otro tiempo? ¿antes que la semana que pasó?
La rapidez del tiempo es directamente proporcional a la acumulación de años. De semanas. Cuando éramos chicos en la escuela, el viernes no llegaba nunca. Menos nuestro cumpleaños. Ese es un mal que se nos pasa con el tiempo. Para los papás con bebés recién nacidos, las noches son eternas. Pasados unos años deseamos volver a vivir otra vez aquel tiempo, en donde las semanas iban más despacio. Cuando los teníamos a upa y no se nos cansaban los brazos.
Es doloroso pero es real. Las 4.000/5.000 semanas no sólo van bajando, sino que cada vez se irán más rápido.
En Rosh Hashaná, el año nuevo del calendario hebreo, venimos a recordar que Dios creó el mundo en… una semana.
Para que pensemos mejor lo que vamos a crear en cada una de las que vengan.
Es por eso que lo primero que debemos asumir, es que no vamos a poder hacer todo lo que quisiéramos. Todo, no se va a poder. Queremos infinito. Queremos lograr, llegar, hacer, disfrutar, recordar, vivir y estar en tantos lados. Pero amigos, no nos van a dar las semanas.
¿Qué podemos hacer entonces con ese dilema? Aquí una propuesta: admitir la derrota!!!
Reconocer que no podremos visitar todos esos lugares, ni resolver todas las angustias, ni mirar todos esos Tik Tok. Que habrá proyectos que quedarán fuera de nuestra vida y relaciones que no van a prosperar por mucho esfuerzo que hagamos.
El segundo paso luego de asumirlo, es: disfrutar la sensación de alivio y de paz que genera el darnos permiso para dejar de auto-castigarnos por no poder hacer todo lo que queremos, o todo lo que sentimos que deberíamos poder hacer. Y reconocer que el no poder hacer todo, nos permite dar más valor y prestar más atención a las cosas importantes que sí podemos y tenemos que hacer.
Y tengo otro gran maestro, Rabino y amigo, El Rab Borodowsky, que me enseñó (hace algunas semanas, que aproveché para incorporarlo, porque cada vez me son más importantes) una imagen que quiero regalarles.
En la vida tenemos varios globos de helio, de esos que se elevan. Todos globos que creemos indispensables sostener. Un globo con proyectos personales, otro con asuntos de la familia, el del ocio, la diversión, el de los amigos. El globo de la salud del cuerpo, el del estudio, el de la espiritualidad. El de la alimentación, el de los hijos, el de los padres. El del trabajo, el del deporte.
Pero también tenemos globos de proyectos de otros. Que a veces son muy nobles. Pero otras no. Otros son globos que tenemos, porque tenemos que tenerlos. Para aparentar, para no perder prestigio, o poder. O poder sobre globos ajenos. Tenemos globos de recuerdos de otros tiempos, aunque sentimos que ya no nos representan. Globos viejos, de viejas deudas y rencores. De cosas que no perdonamos y que quedan allí, arriba, flotando en nuestro aire. Porque nos quedamos con ese perdón que no damos. A otros o a nosotros. Hay globos que parece que llevamos, pero que en realidad nos arrastran. Globos a los que le damos demasiado poder sobre nosotros. Hay globos que son sentimientos hermosos, y otros son de miedos, de enojos. Globos de diferentes colores. Algunos de colores que nos encantan, otros que no toleramos.
Y saben, no podemos tener todos los globos. Porque no nos van a dar las semanas.Y porque si los tenemos todos, salimos volando y dejamos de estar en la tierra.
En nombre de aprender a ser administradores de semanas, tenemos que asumir que hay globos que hay que dejar ir. Y que hay otros por desinflar.
Tenemos que elegir cuáles serán los globos a los que realmente les daremos las semanas más importantes que tenemos, que son nada menos, las que nos restan.
Hay algunos que será importante desinflar y saber guardar en un bolsillo, o en algún cajón. Quizá haya alguna semanita en el futuro donde volver a sacarlo. O quizá, simplemente, ya no.
Porque si quiero tenerlo todo, hay globos muy importantes que se van a ir. Y no le habremos regalado las semanas que tanto les habíamos reservado.
Porque no podemos todo. La sabiduría espiritual será asumir la inevitable sensación de pérdida que resulta desinflar o dejar ir algunos globos. Una sensación que a la vez te va a dar armonía, paz y muchas más semanas para disfrutar.
La gran pregunta es: ¿elijo yo qué globo dejar ir? ¿O permito que la vida y la falta de tiempo se encargue sola? ¿Corro el riesgo de que se escape un globo especial? ¿Ese que tanto amo? ¿A qué costo? ¿A costa de quedarme con globos de colores que ya no elijo? ¿Cuáles serían los globos que si se escapan con el viento del tiempo, nos dejarían demasiado dolor?
¿Cuántas semanas quedan? ¿Cuántas vacaciones? 4.000, 3.000, 2.000, 1.000…
Iamim Noraim quiere decir Días Terribles. Porque nos enfrentan al miedo de no haber aprendido a aprovechar cada día. Cada semana. Cada vez, los globos que importan.
El Rab Moishe me invitó también a escuchar un podcast de un tal Sam Harris. Harris plantea que todo ser humano se beneficiaría de incorporar en su vida el concepto de “la última vez”. ¿Qué significa esto?
Que debiéramos pensar cada cosa que hacemos, como si fuese la última vez. La manera en que nos saludamos al despertar, o en que nos despedimos de nuestros hijos, cada vez. O el abrazo con un amigo, o el mate de una tarde con los viejos. Hay tantas últimas veces que extrañamos. Conocemos esa sensación. La última vez en la casa de los abuelos, la última vez que dejamos a los chicos en la puerta de la escuela (odiábamos ir tan temprano, pero…). Por eso es tan sabio sentir como si fuese la última vez cuando te refrescas en el mar, cuando besas interminable, cuando te reis con ese grupo maravilloso. Cuando sentís el corazón pleno al ver a tu gente, a tu obra.
Por eso, una forma de identificar el globo que vale la pena seguir sosteniendo, es pensar cuánto lo disfrutarías, cuánto no lo soltarías, si fuera tu última vez. Piensen en eso. Empezar a vivir lo que nos importa en la vida, con la misma intención o pasión con la que lo haríamos si supiéramos que es la última.
De hecho, cada momento de la vida es un último momento; vivirlos como si esos momentos fueran solo peldaños que llevan a otro momento futuro, los minimiza y nos hace inconscientes de las semanas limitadas y preciosas que tenemos.
4.000, 4.500, 5.000 semanas.
¿Cómo vivirlas?
Teshuva es la palabra central de estos días de introspección. Teshuva en hebreo quiere decir volver, retornar. Hacer TESHUVA, es decidir que no tenés porqué vivir las próximas semanas de la forma que viviste hasta hoy. Que no hace falta subirte a cada tren, porque hay viajes que no te podes perder. Que no es necesario embarcarte en proyectos que no te representan, que no te dan placer, que te lastiman o que no te importan!!! Teshuva es volver a pensar el tiempo.
Porque no hay tiempo para todo. Cada semana es un tesoro. Un mundo a crear.
Amigos queridos, Amigos todos.
La vida es un campo hermoso. Con nosotros caminando por un sendero y globos de colores en las manos. El paso del tiempo nos desafía cuando hay globos que se desinflan, cuando siento que se me escapa entre los dedos ese globo que tanto quiero conmigo, por prestar atención al que ya no necesito.
Teshuva es volver. Volver a hacer equilibrio. Con nuestras manos. Aprender a perdonarnos por no poder con todo. Sentir la armonía que entrega la decisión. Y ver que al dejar volar algunos globos, retomamos el control de las semanas doradas que tenemos por delante.
Dejar ir los globos de los miedos. Los globos de lo que nos hace estar enojados, y volver. Volver. Podemos volver a llenar los globos más importantes de nuestra vida. Los de los sentimientos más genuinos. Los de los vínculos que son en verdad, eternos.Podemos volver a llenar esos globos con lo más sagrado que tenemos:
Nuestras semanas.
Que tengamos un año de armonía, de decisiones, de sabiduría. De lágrimas de amor y de sonrisas de plenitud.
De globos de esos, de los que nos elevan.
De los que están pintados con los colores del tiempo.