Los gobiernos pasan, la Iglesia queda

El evolucionismo tecnocrático repele todo sentido sustancial del hombre y contraría, con un utilitarismo escalofriante, la cosmovisión trascendente de una institución milenaria

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Interior de la Catedral de Buenos Aires (Cristian Gastón Taylor)
Interior de la Catedral de Buenos Aires (Cristian Gastón Taylor)

Vivimos en nuestro país, también en el mundo, una marcada decadencia espiritual. El consumismo materialista tecnocrático sustentado en un modelo socioeconómico que idolatra el poder y el dinero hace de la pirámide social un sistema individualista exitista que corre del núcleo la dignidad humana, y en el que ascender y acumular son fines superiores. Esa estructura, radicalmente inequitativa, al día de hoy, ha empujado a los más postergados a condiciones de vida infrahumanas.

Argentina está asolada por el hambre, la desnutrición, la falta de agua potable y cloacas, la carencia de atención sanitaria básica, el deplorable estado medioambiental, la precariedad de viviendas e infraestructura, la inseguridad criminal, la ausencia de la institucionalidad estatal en los barrios populares, el paupérrimo o nulo nivel de la educación pública, el desempleo o empleo de precarios sueldos, el flagelo del narcotráfico y la drogadicción.

En medio de este panorama social se alza el Catolicismo como fuente de esperanza para esta “periferia existencial”. Aquellos olvidados en los márgenes son, por el contrario, el epicentro espiritual de la Iglesia Católica.

Hace más de medio siglo ya que los curas que habitan las villas son testimonio vivo de la Doctrina Social Cristiana con su presencia inquebrantable a la par de los humildes, de los más sufridos, de los marginados. Donde éstos viven, en esas latitudes que los gobiernos y la sociedad parecieran sentenciar como tierras de nadie, la Iglesia ha irrumpido para declararlas tierras de todos. De todo. De pena y dolor, también de vida y significancia. Donde antes reinaba la desolación y el olvido. Una Iglesia constituida en faro moral que ilumina la dignidad que le hemos secuestrado a gran parte de nuestros hermanos.

Esta es, sin embargo, una gesta que no transita sin resistencias. Pues ese evolucionismo tecnocrático repele todo sentido sustancial del hombre y contraría, con un utilitarismo escalofriante, la cosmovisión trascendente de esta institución milenaria, cuya historia es una historia de lucha por imponer desde la autoridad espiritual un condicionamiento humanista a los poderes terrenales.

No es llamativo, por tanto, que la iglesia se vea implicada ocasionalmente en uno que otro altercado. No son inusuales las vehementes críticas que recibe, ni los agravios corrientes o el escarnio desembozado.

Fieles caminan hacia la catedral para asistir a una misa que celebra los 15 años de la organización Familia Grande Hogar de Cristo, que trabaja para rehabilitar a drogadictos, en el 10° aniversario del papado de Francisco, en Luján, el 11 de marzo de 2023 (AP Foto/Natacha Pisarenko)
Fieles caminan hacia la catedral para asistir a una misa que celebra los 15 años de la organización Familia Grande Hogar de Cristo, que trabaja para rehabilitar a drogadictos, en el 10° aniversario del papado de Francisco, en Luján, el 11 de marzo de 2023 (AP Foto/Natacha Pisarenko)

Pero es ínsito, a su vez, a su naturaleza metafísica un temple propio y singular anclado en una plataforma de miras con un horizonte trascendental ecuménico: la iglesia no tiene respuestas confrontativas ni políticas sino reacciones religiosas. Un reflejo que, sorteando todo corporativismo anquilosante o clericalismo infértil, se sustenta en la más genuina y pasional mística eclesial. El espíritu de cuerpo de una institución que se abniega a diario por la supremacía social de los valores más hondos del ser humano: para el bien de la persona y la comunidad nacional.

La “Política” en la que la iglesia interactúa con el resto de los estamentos y dimensiones sociales choca amplia y enérgicamente con la politiquería superflua y los perfiles partidocráticos, porque su único objeto real es la concreción de una polis comunitaria cabalmente realizada.

La voz del Catolicismo resuena de forma particular en el contexto cultural y económico argentino actual, siendo notorio el denodado y maniqueo esfuerzo del aparato mediático por deformar el mensaje cristiano.

Notoriamente, en la disputa filosófica sobre el modelo social, las acusaciones de un pobrismo ideológico provienen de los hacedores de la pobreza concreta, por la banalización de la política, el achatamiento moral generalizado y el desamor patrio inculcado a los futuros dirigentes y funcionarios.

Contraria y claramente, el paradigma católico se da de patadas con un asistencialismo populista-paternalista. Lo prueba el signo de un entramado institucional históricamente edificado para el cultivo de la virtud individual: el ideario cultural cristiano descree del igualitarismo empobrecedor y se cimienta en la dignificación elemental proyectada del celo incólume de lo justo.

En lo que es su arquitectura sociocultural, los centros barriales, clubes deportivos, escuelas, universidades, centros de recuperación de adicciones “Hogar de Cristo” (referencia nacional en la temática), salas de atención sanitaria y las parroquias buscan abarcar un abanico amplio de necesidades en todos los órdenes de la vida (que el sistema formal no realiza). Esta visión simple pero sustancial, sintetiza tres elementos básicos que hacen a la vida de toda persona: Tierra, Techo y Trabajo. Por ello en este modelo comunitario son ineludibles tres estructuras centrales como la capilla, el colegio y el club, buscado el equilibrio integral del cultivo del cuerpo, la mente y el espíritu. Utilizando el deporte como el polo más atractivo para la juventud víctima del abandono, el desamparo, el desamor y la injusticia, que luego ofrece extenderse al desarrollo de otras actividades como arte, música, informática, oficios, alfabetización, etc.

Jorge Bergoglio y el padre Pepe recorriendo una villa (imagen del documental El camino del Ángel de Nunzia Locatelli)
Jorge Bergoglio y el padre Pepe recorriendo una villa (imagen del documental El camino del Ángel de Nunzia Locatelli)

En los barrios más carenciados se batalla diariamente contra las más adversas condiciones de vida que es posible imaginar y sufrir. Se persiste todos los días, porque la vida, toda vida, se recibe sin principio de exclusión: para los más humildes el embarazo es la buena nueva. Allí la fragilidad del recién nacido es el tesoro más preciado y protegido.

Se lucha para que un libro nutra de ideas a una mente que ya no se marchitará; y para que el deporte apasione, discipline y ordene los sueños de un chico que ya no caerá en las garras de las adicciones consumiendo hasta el último de sus latidos.

En estos barrios los curas hacen propio el sufrimiento y cargan conjuntamente toda cruz, por ello allí, despreciados o ignorados por la sociedad de consumo, son respetados, reconocidos y justamente valorados. La cultura de los humildes se rige por otras leyes. En ella el amor siempre cotiza en alza.

En este caminar, la Iglesia Católica provee un modelo insorteable, puesto que la tutela de la dignidad humana es la medida más estratégica, la política de Estado por excelencia.

El Cristianismo, hoy tan combatido, permanecerá fiel a su mandato misional sea cual sea la coyuntura civilizatoria y los regímenes de turno, pues sólo la atemporalidad del espíritu tiene potestad real de abarcar y conducir los avatares del tiempo: los gobiernos pasan, la Iglesia queda.

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