Nos dejó Oraldo Britos, político de raza, de los de antes, cuando la virtud se asentaba en la generosidad, la humildad y la sabiduría. Al final de la dictadura me establecí con un mercadito en San Clemente, viajaba seguido y lo encontré atendiendo un kiosco en Plaza Once. No aceptó ser candidato a gobernador, dejó su lugar a los más jóvenes. Siempre nos recordaba la entrevista con Evita a las tres de la mañana, ella que atendía a todos solía amanecer escuchando. Oraldo también contaba que cuando salió a reunir firmas para denunciar ante el mundo la dictadura por sus miserias con los derechos humanos fue notable que tanto Néstor como Cristina se negaron a firmar.
Oraldo era de la raza de los luchadores, que en esos tiempos existían en todos los espacios de nuestra digna patria y que ahora sólo se reconocen en los gestos de solidaridad de religiosos y de los comprometidos con el dolor ajeno. Es como si la virtud se hubiera refugiado en el anonimato y el egoísmo se hubiera hecho dueño absoluto de los espacios del poder. Hubo etapas de ideas y coherencias, ahora se trata sólo de ambiciones e intereses. La política siempre supo expresar la rebeldía y fue un espacio donde el talento solía convivir con la dignidad. Existieron tiempos donde se admiraba el esfuerzo, la sabiduría y la humildad.
Un grupo de alumnos me entrevistó y me pidió un testigo del mejor pasado y mencioné a Oraldo Britos. Hoy me llamaron conmovidos por esa muerte que los había dejado sin legado en solo unos días. Asoma una juventud apasionada por la patria intentando formarse para ayudar a recuperar su destino. A mi generación la frustró la violencia, a la actual la codicia. Sin embargo, veo que asoma una nueva concepción del mundo y de la vida que está decidida a devolvernos un destino.
Me asombró la desmesura del negacionismo de los mayores negacionistas, el de aquellos que niegan las opiniones del otro. El peronismo tiene una víctima entre miles, José Ruccci, la guerrilla en democracia fue traición a la patria y no merece ser reivindicada. No hubo dos demonios, pero tampoco un demonio y un santo, que cada uno se haga cargo de sus culpas en lugar de intentar convertirlas en virtud. Todas las víctimas tienen derecho a respeto, nadie es dueño de ninguna concepción de la política ni de la vida.
Los Kirchner nos dejan un peronismo que va reduciendo su existencia a restos de una izquierda sin destino. Desde Córdoba a Santa Fe, desde San Juan a San Luis, desde Santa Cruz a las que restan en duda, en medio del empobrecimiento hay dos partidos conservadores frente a los restos del nombre de un partido vaciado de contenido -el peronismo- y una sociedad donde la angustia supera por mucho a la esperanza.
Fui invitado a dialogar a la Bolsa de Rosario, la recorrí muchas veces, nunca deja de asombrarme la grandeza de ese edificio. Es del año treinta, recordé a Malraux al conocer Buenos Aires, “es la capital de un imperio que nunca existió”. Quiero destacar que dialogar, reflexionar junto a empresarios comprometidos y preocupados por el mañana es un regalo que no abunda pero sobreviven sin ser noticia como todos los espacios virtuosos del ayer. Fuimos patria hasta el golpe del 76, desde ese momento no fuimos capaces de forjar un rumbo compartido.
Cristina y Macri son dos jefes de hinchada en retirada, reivindicar a Menem es no hacerse cargo de la peor traición, claro que el delirio que asoma es peor que la mediocridad que estamos intentando superar. No se discuten ideas, solo intereses, y a la sociedad, a lo colectivo sólo la expresa y contiene la abstracción que significa la política pero no hay representantes. Mientras la viveza siga imponiendo su pequeñez sobre el talento y la dignidad, mientras eso no termine, lo colectivo no encontrará su lugar para renacer.
Los jóvenes que nos entrevistan a mí y a otros políticos se interesan por los acontecimientos de los que fuimos testigos y son la esperanza que nos deja la historia. Tan difícil resulta esta elección en la que nos encontramos intentando sólo salvarnos del peor que, tal vez por no tener virtudes, se muestra como un ser ocupado en calificar a todo el mundo y eso no merece el respeto de nadie. Me reivindico católico y soy padre de un maravilloso hijo con Síndrome de Down, al cual este señor inclasificable no le llega ni a los talones.