Laura Carlotto se quedó embarazada a los 19 años y perdió su embarazo. Se volvió a quedar embarazada y volvió a perderlo. A los 22 años se embarazó por tercera vez y en las condiciones de tortura más aberrantes logró gestar y parir a su hijo. Solo un milagro de amor por la vida y resistencia a la tortura pueden explicar ese nacimiento. Ahora está en juego no solo su memoria, sino banalizar el horror más grande por el que paso Argentina. Negar el horror puede implicar volver a legitimar nuevas formas de horror.
Laura estudiaba historia y empezó a militar inspirada en su profesora de historia (Irma Zucchi) que fue desaparecida por la dictadura militar que duró de 1976 a 1983. Laura también fue secuestrada y trasladada a un campo de concentración en noviembre de 1977. En las peores condiciones imaginables, sin libertad, sin alimentación suficiente, sin controles de salud, sin afecto, entre sesiones de tortura, dolor y muerte, en la clandestinidad y en la oscuridad absoluta, Laura logró parir a su hijo, en 1978. Argentina festejaba un Mundial y silenciaba a las madres que buscaban a sus hijos, como Estela Carlotto, y a las que parían a sus hijos, como Laura, sin la garantía del derecho a la vida.
¿Cómo hizo Laura para parir a su hijo cuando ella misma sabía que su vida estaba perdida? ¿Cómo continuó un embarazo frente a la mayor adversidad posible? ¿Qué fuerza más allá de lo esperable, de lo razonable, de lo previsible, consiguió que terminara su embarazo? ¿Qué hizo que su mamá lo supiera y que Laura supiera que su mamá iba a buscar a su hijo hasta encontrarlo?
Hace más de dos décadas hubo una pista que decía que el nieto de Estela Carlotto, fundadora de las Abuelas de Plaza de Mayo, podía vivir en Uruguay. Estela me contó que Laura había perdido dos embarazos. Pero que ella creía que ese embarazo había llegado a su final. Y ella creía que era por la fuerza de Laura para salvar a su bebé. La dictadura ejecutó un plan sistemático de robo de bebés pero tuvo a las embarazadas en las condiciones más indignas por las que puede pasar una persona que tiene que dar vida.
Toda la vida la pregunta que me retumba es qué fuerza, que energía más allá de lo razonable, la hizo gestar, crear, retener y parir, en el submundo de un campo de concentración a esa mujer que sabía que se iba a morir pero logró soportar el dolor más allá de cualquier umbral de lo soportable. “Laura es una mártir, había perdido dos bebés antes y en cambio a él lo tuvo sano y en condiciones inhumanas. Esa herida no cicatriza”, contó Estela Carlotto sobre el embarazo de su hija.
Hay heridas que no pueden cicatrizar porque si cicatriza que una mujer sea secuestrada, torturada, sin comida, luz, atención médica, sin el apoyo materno y sin que su mamá sepa que está viva y que su hija va a ser madre no es que la herida cicatriza, es que la herida se expande hasta producir la enfermedad del cuerpo social. Una sociedad que acepta que una mujer pueda ser separada de su hijo por sus ideas, su pertenencia o sus ideales es una sociedad sin remedio y sin ningún respeto por la vida, por lasdos, por todas las vidas.
Estela Carlotto buscó toda su vida a su nieto y lo encontró el 5 de agosto del 2014. Fue el nieto recuperado #114. “No se ni donde nací, ni cuándo”, dice Ignacio Montoya Carlotto, con los apellidos que recuperó de su mamá y su papá (Laura Carlotto y Walmir Puño Montoya), con su nombre elegido (Ignacio como le pusieron los padres de crianza y con el que vivió toda su vida), con una identidad rearmada en base a sus propias decisiones. Si le preguntan en donde tiene la luna no podría decirlo en estas épocas de furor astrológico pero sus amigos le dicen que es geminiano. Pero no sabe la fecha exacta de cuándo nació. Hasta eso es una aberración que tendría que marcar que ya no se pueda seguir insultando a quienes han sufrido tanto.
Ignacio (que decidió no inscribirse como Guido a pesar que era el nombre de su bisabuelo y el que su madre dijo que le quería poner y eso marca una identidad propia, en una vida que no se deja marcar por el pasado, sino que se reconstruye a partir de sus huellas y de su autonomía para rearmar las fichas de su propio rompecabezas) tiene un certificado de una vacuna que le dieron el 4 de junio y puede haber nacido el 1, el 2 o el 3. Quién sabe. O, mejor dicho, qué saben los militares que no dieron los datos ni de las muertas, ni de los vivos. Puede haber nacido en el Hospital Militar o en el centro de detención La Cacha, según le contó a Reynaldo Sietecase, en una entrevista en Radio Con Vos.
A Laura se lo dejaron solo cinco horas. Un bebé que apenas pudo oler a su madre, sentir su calor, no sabemos si tomar su leche, o resguardar su voz y ensamblarse con su transpiración. A Laura, ya sin su bebé, dos meses después la fusilaron en una ruta. El 25 de agosto de 1978 le dijeron a Estela que había sido un enfrentamiento. “El cadáver de Laura estaba en Isidro Casanova, en el conurbano bonaerense. “¿Dónde está el bebé?”, preguntó Estela al comisario, que sólo respondió que había sido abatida en un enfrentamiento. Dos días después, y sin ningún documento que acreditara su identidad, la enterraron en el cementerio de La Plata”, escribió María Eugenia Ludueña, la biógrafa de Laura y Estela Carlotto.
Victoria Villarruel acusó a Estela Carlotto de ser la madre de una terrorista. Laura está muerta y no hubo ningún juicio, ni legítimo proceso, que pueda acusar a Laura de nada. Al contrario Laura es víctima y lo dijo la justicia argentina y la justicia italiana (que juzgó los delitos contra ella y contra su hiijo por tener ciudadania italiana) y porque durante las leyes de obediencia debida y punto final la justicia no estaba garantizada en Argentina.
Laura fue víctima de un genocidio y, dentro de es genocidio, de la violencia más atroz contra una mujer: la tortura durante un embarazo, el parto y el robo de su hijo. No hay posibilidad de defender la vida ni la democracia si alguien minimiza el terrorismo de estado más terrorista y más violento, todavía, contra el cuerpo de las mujeres hasta cruzar todas las barreras de la dignidad y la humanidad. Retroceder en el límite del Nunca Más es que ese horror pueda volver a gatillar su crueldad contra el cuerpo y las ideas de muchas otras.
Pero además, en la reconstrucción histórica de Laura consta, como escribió María Eugenia Ludueña en el libro Laura, vida y militancia de Laura Carlotto (Editorial Planeta), editado en el 2014 y realizado a partir de una entrevista de Ludueña a Carlotto, en la revista de La Nación, publicada el 10 de enero del 2010 (con motivo de la recuperación del nieto número 100) que Laura era una militante “periférica, muy de base, que ocupaba un lugar muy pequeño y que no era conocida”.
“Al igual que Laura, hubo un montón de personas que eran los “perejiles” y que fueron referentes de una generación. No fue uno, fueron miles. Las organizaciones eran súper verticalistas y machistas y las mujeres, salvo casos excepcionales, no ocupaban un lugar protagónico, a la par de los varones”, explicaba María Eugenia Ludueña en la entrevista que le realicé, el 3 de enero del 2014, en el suplemento Las/12, de Página/12, con el título “La hija que la parió a Estela”.
Nunca el terrorismo de Estado se equipara a otras acciones, que no fueron judicializadas y con personas que sufrieron violaciones a los derechos humanos. La teoría de los dos demonios pone en la misma balanza la ejecución estatal de acciones individuales. Pero además la investigación histórica muestran que Laura era una militante rasa, de bajo perfil y ninguna influencia, que sufrió las peores atrocidades que haya vivido una mujer en Argentina. En el caso de Laura y Estela Carlotto demonizarlas a ellas es una infamia y, además, un riesgo, nuevamente, para que vuelvan los peores demonios a la vida (o la muerte) de muchas mujeres.
Las muejres, además, fueron violadas durante la dictadura. No solo hubo violencia, hubo violencia sexual y de género y Laura fue mantenida bajo secuestro en un embarazo y su hijo fue robado. La violencia machista más extrema que se haya vivido en América Latina. Nadie que banalice y niegue esos delitos puede defender a las mujeres. Y nadie que la acuse puede hablar en nombre de los avances que llevaron a Argentina a ser vanguardia en derechos de las mujeres y de los avances en la lucha por los derechos humanos.
Los cuerpos hablan y hay que volver a hablar por los cuerpos: A Laura la mataron. Le dispararon en la cara y en el vientre. Y su pelvis mostró que había parido a pesar que la dictadura le negó a Laura la posibilidad de ser madre, a Ignacio la posibilidad de ser hijo, a Estela la posibilidad de ser abuela y a su familia la posibilidad de ser familia.
En la Argentina del 2023 parece que hay que volver a decir lo que ya estaba dicho, lo que cansaba porque al pasado no hay que volver si hay piso para caminar al futuro y lo que era una plataforma para seguir construyendo debates sin el miedo a la ejecución, la tortura o la desaparición. La dictadura militar torturó embarazadas y robó bebés. No hay ningún punto, ninguno, por más que se quiera dar vuelta todos los consensos democráticas, que ligue a la defensa de la vida, con torturar embarazadas y robar bebés.
¿Cuánto tiempo puede aguantar una madre sin saber de su hija? ¿Cuántas noches puede no dormir? ¿Cuántos días salir a buscarla? ¿Cuánto dura un duelo sin entierro? ¿Cuánto se sufre sin final cuando se pena sin justicia? Laura desapareció en 1977 y recién en 1984, cuando los restos de Laura fueron exhumados e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), Estela tuvo la certeza que había sido abuela.
“Por la pelvis supimos que Laura tuvo un bebé”, confirmó Estela de Carlotto, en 1999, durante una entrevista. Podría haber estado vivo (o no) o nunca aparecer. Estela jamás lo dejó de buscar. A él y a los #133 que aparecieron, el último (recibido por el Papa Francisco en San Pedro) el 28 de julio del 2023.
Se calcula que son 400 los nietos y nietas que se buscan. Las cifras son estimativas porque los integrantes del gobierno militar no dieron nunca datos para saber la cantidad, la ubicación y el recorrido de los bebés robados en dictadura. Las y los 133 nietos que aparecieron, se reencontraron con su familia, con su origen, con sus lazos biológicos, con sus historias y con un dolor abierto que ahora vuelve a desangrarse en una democracia vaciada de un acuerdo básico: el respeto por la vida.
En 1987, Abuelas creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, un organismo clave junto a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) para la identificación de los nietos apropiados ilegalmente durante la dictadura militar. “El proceso de verdad y justicia en Argentina tiene varias particularidades que lo hacen único en la región. Hubo una decisión de juzgar a las cúpulas militares inmediatamente después del fin de la dictadura. Si bien más tarde se dictaron leyes que impidieron el juzgamiento durante más de quince años (leyes de obediencia de debida y punto final) se logro dejar atrás ese impedimento y, hoy por hoy, el proceso está consolidado”, contextualiza la periodista Luciana Bertoia. “Las condenas son de cumplimiento efectivo. Además, los juicios no solo se atribuyeron responsabilidades penales a los perpetradores, sino que aportaron al proceso de justicia al identificar nuevas víctimas”, explicita Bertoia.
En un juicio por delitos de lesa humanidad, realizado en el 2000, le preguntaron a Victoria Villarroel por sus dichos sobre Estela Carlotto. “-Son madres de terroristas”, aseguró.
-¿Usted no considera victima a la señora Carlotto?, le preguntó Rodrigo Scrocchi.
-No me consta, contesto Victoria Villarruel, candidata a Vicepresidenta.
“La verdad que Carlotto ha sido un personaje siniestro, con ese cariz de abuelita buena, ha justificado al terrorismo”, enlodó Villarruel a Carlotto. En Argentina la justicia ha dictaminado que hubo terrorismo de estado capaz de matar, secuestrar, violar y robar bebés. Desde 1977 hasta el 2023 Estela Carlotto jamás reaccionó con violencia por el asesinato de su hija y el robo de su nieto.
Estela Carlotto busco justicia. Buscó los huesos. Buscó la sangre. Buscó que se conozca el derecho a la identidad. Busco reparar y hacer lazos sociales y familiares. Lo siniestro es siniestro. La vida es la vida. Y las Abuelas de Plazas de Mayo son un ejemplo de una democracia que construyó lazos sociales, métodos científicos y amor para generar reencuentros y reparar dolor.
No hay que volver a tocar la puerta a un infierno que, cuando se abre, no tiene vuelta atrás.
Nunca más es nunca más.
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