Los representantes que no representan

Este año, la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires no ha sesionado ni una vez. ¿Nuestra provincia no tiene urgencias como el hambre, la falta de educación y salud?

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Legislatura de la provincia de Buenos Aires
Legislatura de la provincia de Buenos Aires

Llevamos meses de inactividad en las legislaturas provinciales. Año por medio hay elecciones y la política, los partidos, los funcionarios de todos los niveles, se toman un recreo, de varios meses, para dedicarse a las campañas. Entonces, ¿qué votamos cada dos años? O mejor dicho: ¿Para qué? ¿Acaso los representantes del pueblo son elegidos para trabajar dos años en lugar de cuatro?

Este año en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires no funcionaron siquiera las comisiones. No se trata de reunirse cada dos o tres meses, a esto no puede llamarse “funcionamiento”. Tampoco hemos sesionado. Siquiera una vez. En lo que va del 2023, sólo bajamos al recinto cuando el gobernador dio comienzo al año legislativo, en marzo. Con un discurso inentendible, mentiroso, tergiversado, sesgado y falaz. Una lectura que dejó muchísimo que desear.

Ninguna empresa, en ningún lugar del mundo, permitiría que sus empleados trabajen sólo algunos meses al año. ¿Por qué se le permite a la política? ¿Nuestra provincia no tiene urgencias como el hambre, la falta de educación y salud, entre tantas cosas? ¿Acaso no estamos librados a la suerte, en un territorio hostil, donde ocurre un delito cada dos minutos, y el ministro de Seguridad siquiera aparece, a la hora de enterrar los muertos? Evidentemente, como sociedad, nos falta conciencia democrática, de trabajo y de esfuerzo. De castigo y recompensa. Carecemos de una actitud orientada a la jerarquización, al criterio, al menos a la hora de trazarnos prioridades.

No logramos proyectar metas, que puedan apoyarse y sostenerse en un compendio de valores comunes, republicanos. Esos que guían el tramo fundamental del camino, en una sociedad de libres e iguales. Esos que son representativos de civilización, enmarcadas en una relación entre Estado y sociedad sana. Con perspectiva de progreso. Desarrollada.

Cuando hablamos de “casta” también nos estamos refiriendo a esto. A la política que no trabaja, que no muestra ejemplo. Ni empatía. Que no está atenta ni conoce los dolores y problemas que aquejan a nuestros compatriotas. De otra forma, no podemos explicar la actitud inmutable de la clase política. Su indiferencia mordaz. Su “rosca” infinita, desmedida. Su incomprensión permanente. Su escaso grado de responsabilidad y respuesta, siempre tardía… Y esto nos permite llamarlos “casta” porque son quienes no sufren, ni padecen o simplemente desconocen lo que está ocurriendo en “la calle”. Porque evidentemente no forman parte del entramado social básico, sino que están por encima de él, seguros, “salvados”.

Esa política, esos políticos. ¿Cómo podrían representarnos?

Ingresé hace menos de dos años a la política activa, con una banca en la Cámara de Diputados provincial a la que traté de honrar cada día. Con idoneidad, compromiso y entera vocación de servicio. Allí me topé con un descubrimiento ineludible: el problema que aparece cuando estás solo, cuando trabajás solo, cuando no se produce el encuentro con el resto de tus pares, ya sea que estés de acuerdo o no, en lo planteado. En la teoría, dentro del funcionamiento de una legislatura se encuentran las diversas fuerzas, cada una con propuestas, soluciones, proyectos para mejorar la vida de sus representados. En la práctica, sin trabajo de comisiones, sin debate, sin proyectos para aprobar o rechazar en el recinto, nuestro trabajo, simplemente no se realiza.

Yo no sé si la casta tiene miedo, pero sí es segura de que tiene unos hábitos muy marcados. Una clara entidad. Una permanencia. Una pertenencia. Una extraña normalidad extorsivamente arraigada. No se está llevando a cabo la labor para la que nos eligieron. La esencia de nuestra razón de ser, no existe hasta nuevo aviso. Está temporalmente suspendida. Anulada. Cancelada, para quienes ingresamos a la actividad con la intención de contribuir al bien común, y ser la voz de los ciudadanos que representamos.

Se adentran muchos en la campaña para simular. Para abonar a la lógica de gente que entra y sale de un lugar, como símbolo y excusa, frente a la ciudadanía, de que algo sí pasa. Que “hacer campaña” es una especie de trabajo más.

Sin embargo, para quiénes ingresamos y no podemos trabajar, la situación se presenta no sólo alarmante, sino, difícil de digerir y asimilar. Esto es la casta. Ser casta es promover la imposibilidad de cambio. Perpetuar el malestar en que vivimos. Esta es la invariable huella de su marca. Para los que fueron, para los que somos y para los que serán. De seguir todo igual, no importa quién gobierne, los que ingresen en diciembre no tendrán otra alternativa posible más que sumarse a encarnar esta nefasta realidad.

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