Hace unos meses me junté a almorzar con un gran amigo emprendedor que tiene su oficina a un par de calles de mi casa. Cuando nos sentamos, él venía preocupado, como dándole vueltas a algo en la cabeza.
Ante mi pregunta sobre si estaba todo bien, me contó que tenía problemas para conseguir personas que necesitaba incorporar en sus equipos. Su empresa se dedica a construir algoritmos con machine learning e inteligencia artificial que solucionan problemas de empresas de las más complejas, por lo que imaginé que la dificultad para obtener ese tipo de colaboradores venía más bien por el lado de un exceso de demanda por parte de todas las empresas de todo el mundo y comencé a responderle bajo esa premisa.
Me dejó hablar unos segundos y luego me interrumpió. “No estoy buscando perfiles técnicos”, me respondió. Y agregó: “Necesito vendedores, personas que sepan leer, escribir, aprender y hablar bien en una reunión”. Lo estaba exagerando para marcar el punto pero hablaba en serio. Lo que necesitaba no eran personas que programaran en Python ni supieran qué es una regresión logarítmica, sino más bien colaboradores que supieran hacer bien aquellas tareas que el ser humano viene realizando desde hace milenios.
En un mundo en el que pareciera que las habilidades técnicas son la clave para el futuro del trabajo, esta conversación me llevó a profundizar un poco más sobre aquellas habilidades que permanecen y que muchas veces ignoramos.
Saber que el mundo en el que vamos a ver crecer a nuestros nietos va a ser absolutamente diferente al que vivimos ahora es, sin duda, un poco desesperante. Y eso es absolutamente normal. Los seres humanos no estamos hechos para cambiar todo el tiempo.
Los cambios son sinónimo de peligro. Nuestro cerebro busca, con un objetivo evolutivo y de supervivencia, la estabilidad. Podríamos decir que hay algo en nuestra genética que nos lleva a ser conservadores y querer evitar especialmente aquellos cambios que nos llevan a pensar en términos de lo incierto. ¿Cómo compatibilizamos esto con la idea de que vamos a tener que acostumbrarnos a cambiar constantemente para adaptarnos al mundo del futuro? La respuesta es difícil.
Vengo estudiando este tema hace varios años y uno de los elementos más curiosos con los que me encontré es que esas habilidades, que supuestamente son necesarias para el futuro, cambian constantemente. Las distintas organizaciones que realizan informes y estudios de opinión entre empresarios, personas de negocio y especialistas cambian sus proyecciones sobre las habilidades del futuro prácticamente todos los años.
Sin embargo, capacitarnos suele llevar un tiempo. Meses o, incluso, años. De esta forma, como el barco que a medida que va avanzando por el océano sigue viendo el horizonte a la misma distancia, pareciera que siempre nos va a faltar algo para poder alcanzar ese momento en el que consigamos las habilidades que necesitamos para trabajar.
Dos reflexiones surgen a partir de esta problemática: la primera es que nunca vamos a alcanzar ese momento en el que no necesitamos capacitarnos más para trabajar. Estamos yendo hacia un mundo de capacitación y aprendizaje permanente y constante. Algo que podría resultar -cuanto menos- estresante.
“¿En qué momento voy a capacitarme si cada vez trabajo más?”, “Me gasto casi todo el dinero que gano en cursos y posgrados… ¿hasta cuando?”. Todas estas preocupaciones y muchas otras que seguro están dando vueltas por su cabeza son absolutamente válidas y entendibles. De hecho, deberían motivar a las organizaciones a repensar la forma en que se aproximan a la cuestión de la formación de sus colaboradores y equipos. De la misma forma que desde distintas organizaciones del sector público se están incorporando áreas de formación a lo largo de la vida para atender a estas demandas.
Pero hay una segunda reflexión, quizás más sutil pero igual de relevante: hay habilidades que, aunque parezcan anacrónicas, siguen siendo fundamentales y están lejos de ser obsoletas. La capacidad para comunicar eficazmente, el pensamiento crítico, la empatía y la habilidad para aprender a aprender son destrezas que han trascendido el tiempo y se adaptan a múltiples contextos. No importa cuánto avance la tecnología o cuántos cambios experimentemos en la forma de trabajar; estas habilidades serán siempre esenciales.
Entonces, en lugar de angustiarnos por alcanzar un horizonte de capacitación que siempre se aleja, quizás deberíamos enfocar nuestros esfuerzos en consolidar esas habilidades que nos hacen esencialmente humanos. Son éstas las que nos permitirán navegar con soltura por un mundo en constante cambio.
En este océano incierto que se presenta ante nosotros, donde la transformación es la única constante, tal vez sea más acertado pensar en la capacitación no como una carrera hacia una meta inalcanzable, sino como una travesía en la que lo realmente valioso es el conjunto de habilidades y competencias que acumulamos en el camino.
No se trata de dejar de aprender cosas nuevas, sino de recordar que las bases sobre las que se construye todo aprendizaje futuro son, y seguirán siendo, profundamente humanas.
Ante la incertidumbre del futuro, la mejor inversión sigue siendo en nosotros mismos, en lo que nos hace intrínsecamente valiosos como seres humanos, capaces de adaptarnos y prosperar en cualquier circunstancia que la vida nos presente.