Los evangélicos en la política de Argentina y Brasil

Su crecimiento entre la población latinoamericana es sin dudas un fenómeno en expansión

Imagen de un templo de la Iglesia Universal en Brasil (Shutterstock)

En los últimos 40 años, el crecimiento de la fe cristiana evangélica entre los latinoamericanos ha sido una verdadera revolución silenciosa, los efectos de esta “conversión en masa” están siendo cada vez más evidentes en todos los ámbitos de la vida pública, y muy en particular en la esfera política. En Brasil, por ejemplo, se estima que los evangélicos son más del 31% de la población y en la Argentina, según un estudio reciente del CONICET, pasaron de ser el 8,9% en 2008 a casi duplicarse en 2020 alcanzando el 15,3% del total de la población.

Este fenómeno se da de manera similar en otros países del continente y pareciera que lejos de detenerse, es un proceso que se está acelerando. Pero aun a pesar de este crecimiento exponencial, la visibilidad pública de esta rama de la fe cristiana y su incidencia en esferas de poder real (política, empresarial, mediática) ha variado notablemente de un país latinoamericano a otro.

Veamos los casos de Brasil y de Argentina.

El caso de los evangélicos y la política brasileña es muy interesante. Ya en la década de los 60, la Iglesia Pentecostal (rama evangélica mayoritaria en América Latina) comenzó a participar de la política nacional, consiguió colocar al primer diputado federal en 1961. En 1986, con el retorno democrático, la participación de la iglesia evangélica en la política se intensificó. En 2002 se da un hito: Luiz Innacio “Lula” Da Silva en un importante gesto político hacia la iglesia evangélica, elige para su fórmula presidencial a José Alencar, empresario evangélico y líder del Partido Liberal. Alencar fue vicepresidente brasileño entre 2003 y 2006 acompañando a Lula.

En Brasil, el culto evangélico ha alcanzado espacios de representación política Godong/UIG/Shutterstock

En 2003, se creó el Frente Parlamentar Evangélico (FPE), un bloque transversal a todos los partidos del Congreso brasileño, que agrupa a legisladores (diputados y senadores) de fe evangélica. Este grupo es comúnmente llamado “bancada evangélica”, sus parlamentarios coinciden en una posición común ante temas que constituyen la “agenda de la iglesia” como el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la “lucha contra la ideología de género” y otros. De los 513 diputados federales brasileños, 187 pertenecen al FPE y 30 de los 81 senadores también se identifican con él.

Estos números evidencian que la voz de la llamada “bancada evangélica” es muy poderosa en el Congreso federal, ha resultado fundamental en el bloqueo de iniciativas, en el impulso de otras, y por supuesto fue clave a la hora de negociar con los gobiernos o potenciales candidatos presidenciales de las últimas elecciones. El FPE está compuesto por legisladores de diversos partidos, pero mayoritariamente por aquellos de tendencia conservadora. Durante la campaña presidencial de 2018, coincidió (seguramente no de forma casual) con los postulados de Jair Bolsonaro. Eso sumado a las críticas de los lideres evangélicos a las políticas implementadas por el Partido de los Trabajadores (PT) en el poder, empujó a los principales referentes de la iglesia evangélica a apoyar abiertamente a Bolsonaro. En medio de escándalos como el “Lava Jato” y otros, el fuerte apoyo evangélico lo favoreció notablemente y finalmente ganó la elección.

Una vez en el poder, el vínculo de Bolsonaro con las iglesias se fue desgastando gradualmente. Para las elecciones de 2022, un Lula más aggiornado a las posiciones tradicionales de los evangélicos, consiguió el apoyo de votantes que cuatro años antes le habían dado la espalda, y según lo relevado en los análisis posteriores, los evangélicos votaron tanto por la reelección de Bolsonaro, como por la vuelta de Lula casi en proporciones similares.

Jair Bolsonaro con el pastor evangélico Silas Malafaia durante un culto en la iglesia evangélica Assembleia de Deus Vitória em Cristo, en Río de Janeiro. El apoyo de los religiosos fue clave para su triunfo electoral (EFE)

En Brasil también, el movimiento pentecostal (dominante entre las iglesias protestantes) ha crecido de la mano de ministerios diversos y con un notable carácter federal, en cada ciudad brasileña existen iglesias que se llenan de fieles los domingos. Y si bien la mayor expansión de la fe pentecostal se ha dado entre sectores pobres de la sociedad, ha alcanzado fuertemente a la clase media e incluso a sectores de las elites brasileñas. Las Iglesias con mayor cantidad de feligreses con un rol legislativo son las pertenecientes a las Asambleas de Dios, luego le sigue la Iglesia Universal y la Iglesia Bautista.

El carácter capilar y federal del evangelismo ha determinado la autonomía y heterogeneidad de las distintas congregaciones. No hay una confederación que las nuclee en su totalidad. Aun así, la influencia de los pastores principales en la opinión pública, le ha permitido a los evangélicos - como una unidad - conseguir el reconocimiento directo de los partidos políticos y el “establishment” brasileño, abriéndole la puerta al Congreso nacional, a alcaldías y jefaturas estaduales.

También es cierto que para que exista una “bancada evangélica” en el Congreso brasileño, ha sido necesario un sistema multipartidista como el brasileño, con una lógica muy federal, sin hegemonías evidentes, y un diseño institucional que directa e indirectamente favorece la representación de minorías organizadas.

El caso argentino es distinto. Si bien la Iglesia evangélica en Argentina no ha parado de crecer, su incidencia entre las elites y círculos dirigentes argentinos es, por el momento, mucho más baja que en Brasil. El poder legislativo nacional es un termómetro de esto: en la actualidad solo 2 de los 257 diputados nacionales y también 2 de los 72 senadores se han confesado de religión evangélica.

Los evangélicos han fijado posicionamientos en debates públicos en Argentina, pero no han alcanzado influencia en espacios de poder político dentro del Estado

Desde que la fe evangélica surgió con fuerza en el país a mediados de la década del 80 hasta hace poco más de una década, las iglesias minimizaban o directamente desestimaban la participación política de los feligreses, existía mayoritariamente una doctrina de respeto por los valores cívicos, pero una prescindencia voluntaria a la participación directa, muchas veces predicada desde los púlpitos. Apuntalados por una teología de características “apocalípticas”, lo político y la política, tuvieron durante muchos años un carácter “mundano”.

Ya a principios del nuevo milenio esto comenzó a cambiar, el surgimiento de liderazgos multitudinarios y mediáticos contribuyó por un lado a la presentación pública del culto evangélico en la Argentina, y al interior de las iglesias los mensajes pastorales empezaron a dirigirse cada vez más a la necesidad de la formación de los cristianos para el ejercicio de funciones públicas. Y aunque durante todos estos años la participación de evangélicos en espacios de poder real no dejó de ser marginal, se ha venido gestando una fuerte corriente de participación de las iglesias en la cosa púbica.

Entre 2017 y 2018 se dio un momento “bisagra” para la Iglesia evangélica argentina y su relación con la política: la discusión sobre una ley de interrupción voluntaria del embarazo, que impulsaban sectores del entonces oficialismo y de la oposición. Esto le permitió a los referentes evangélicos constituir y liderar un frente cristiano “celeste” en defensa de la “las dos vidas”, que se contrapuso a los “verdes” quienes estaban a favor de la ley. Este enfrentamiento, que atravesó durante meses a la sociedad argentina, puso en las primeras planas de todos los medios a la Iglesia evangélica, a la vanguardia de una lucha a la que se plegaron millones de argentinos.

La ulterior aprobación de la ley, desnudó entre otras cosas, la participación marginal de los evangélicos en la Cámara de Diputados y en el Senado, en los poderes reales nacionales, y lógicamente despertó un debate en el interior de la Iglesia evangélica: ¿por qué si los evangélicos son casi un quinto de la población nacional, no se ven representados en los poderes del Estado? En parte se podría responder que una de las principales razones, como vimos más arriba, ha sido el tardío interés de la iglesia evangélica en cuestiones de la vida pública nacional, pero no sería el único argumento a tener en cuenta.

La diferencia entre las iglesias brasileñas y las argentinas es tan evidente como evidentes son las diferencias culturales entre los dos países. La inmensa mayoría de las iglesias evangélicas de la Argentina están nucleadas en la Asociación de Iglesias Cristianas Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), lo que supone un cierto ordenamiento que, si bien no dejan de ser autónomas, encuentran allí un espacio de validación y discusión. Y aunque ACIERA fue una de las principales promotoras de las movilizaciones contra la Ley del aborto en su momento, tanto antes, durante como después de dicho episodio los principales pastores se cuidaron de no realizar manifestaciones que pudieran entenderse como partidarias: Muy distinto al caso de las iglesias brasileñas, ya que nadie podría afirmar que los principales líderes evangélicos argentinos hayan adherido abiertamente a un espacio político. Pero esto último no explica necesariamente la escasa participación de los evangélicos en espacios de poder real en la política nacional.

En sí, el sistema político y de partidos en Argentina ha sido más conservador que el brasileño, tanto el bipartidismo (PJ-UCR) como los periodos de hegemonía peronista, no han sido plataformas ideológicamente afines a los evangélicos. Un peronismo con fuerte raigambre católico y un radicalismo identificado con postulados “progresistas”, no promovieron nunca una identificación con los evangélicos. Recién luego de la crisis del 2001 y su efecto fragmentario sobre el sistema de partidos, se abrió una ventana a la participación tanto de los evangélicos como tales, como a la agenda del sector también. Este proceso sigue en curso, los resultados aún están por verse en los próximos años.

Finalmente podemos mencionar un tema no poco controversial: el papel jugado por la Iglesia Católica en la Argentina y su relación con el culto evangélico.

A diferencia de lo que sucedió en Brasil, en Argentina la Iglesia católica no ha dejado de tener un rol central en las esferas de poder real desde los albores coloniales hasta hoy. En Brasil el catolicismo, desde su llegada, convivió en muchas zonas de ese inmenso país con religiones y creencias provenientes de África, y si bien se constituyó en religión oficial, el catolicismo se expandió bajo un sincretismo muy particular, lo que facilitó siglos después, la rápida conversión a la fe evangélica de miles de personas. Tampoco la Iglesia católica brasileña logró permear a los partidos políticos de la manera que sucedió en la Argentina, ni antes, ni después de la dictadura militar (1964- 1985).

En la Argentina, desde la mencionada penetración en la doctrina justicialista a través de los postulados del Concilio Vaticano II, hasta la ascendencia sobre dirigentes empresariales y sindicales, la presencia hegemónica del culto romano ha constituido una suerte de “barrera implícita” a la articulación y crecimiento de un “factor evangélico” en la política nacional. Podríamos preguntarnos: ¿por qué esto es así? ¿Acaso no son ambas confesiones cristianas? ¿No están de acuerdo en muchos de los temas de la agenda cotidiana? La explicación es muy simple, más del 90% de los evangélicos convertidos provienen del catolicismo, esa “revolución silenciosa” de los evangélicos de la que hablamos al principio se viene dando a costa de una reducción de los feligreses católicos. No son pocos los líderes católicos que han manifestado la preocupación por esta tendencia.

Por último, el crecimiento de los evangélicos entre la población latinoamericana es sin dudas un fenómeno en expansión, su participación en las esferas públicas y de poder real se viene incrementando con distintas velocidades en cada país de la región. Es posible que en los próximos años se siga intensificando este fenómeno de manera articulada y corporativa, como en Brasil; o puede ser que en otros países se dé de forma distinta, esto es a partir de la participación creciente de actores individuales que se reconocen evangélicos, que comparten valores y principios cristianos comunes, que tengan una posición que confluya en algunos temas, pero se diferencien ideológicamente entre sí, lo que impida una corporativización del movimiento evangélico en la política. Solamente el tiempo dirá hacia donde se moverán estas tendencias.