Tanto en su temprana autobiografía como a través de las decenas de entrevistas que brindó a lo largo de sus 86 años de vida, Jorge Luis Borges referencia a la obra del académico británico Herbert Spencer, que su padre le enseñó en su adolescencia, como el faro que le señaló el rumbo en las turbulentas aguas de la filosofía política de las primeras dos décadas del siglo XX.
Spencer (1820-1903) fue una de las mentes más brillantes de las ciencias sociales del siglo XIX. Psicólogo, sociólogo y filósofo inglés, es considerado uno los exponentes máximos de la corriente liberal anarquista. La columna vertebral de su pensamiento político está sostenida en la negación del Estado como un ente con el cual el individuo pueda convivir sin coerción.
El economista estadounidense Murray Rothbard, uno de los máximos representantes del anarcocapitalismo del siglo XX, consideró que el libro “Estática Social” (publicado por Spencer en 1851 en simultáneo a su trabajo como subdirector del semanario The Economist), fue “la mayor obra de filosofía política libertaria jamás escrita”. A su vez, su ensayo de mayor divulgación, “El hombre contra el Estado” se constituyó como la piedra basal del liberalismo británico más radical, y en el antecedente más directo del movimiento libertario norteamericano del siglo XX.
Refiriéndose a este ensayo, Borges señaló que “ciertas páginas de Spencer encierran el mejor alegato contra la opresión del individuo por el Estado”. En simultáneo a la reelección presidencial de Juan Domingo Perón en 1952, Borges publica “Otras inquisiciones”, una antología de ensayos breves. En uno de los textos allí incluidos se destaca uno de carácter político titulado “Nuestro pobre individualismo”.
Afirma en el mismo que “el más urgente de los problemas de nuestra época (ya denunciado con profética lucidez por el casi olvidado Spencer) es la gradual intromisión del Estado en los actos del individuo”. Y agrega que los argentinos (a quienes califica como individuos y no como ciudadanos) carecen de una identificación con el Estado, situación que atribuye “a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción”.
En medio de las revueltas juveniles de la guerra de Vietnam y con los sucesos aún frescos del Mayo Francés de 1968, Borges publica dos años después “El informe de Brodie”, en cuyo prólogo expresa su creencia que, “con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos”. Esta conclusión la escribe después de realizar una confesión sobre su sinuoso credo ideológico: “Mis convicciones en materia política son harto conocidas; me he afiliado al Partido Conservador, lo cual es una forma de escepticismo, y nadie me ha tildado de comunista, de nacionalista, de antisemita, de partidario de Hormiga Negra o de Rosas”.
En el cuento “Utopía de un hombre que está cansado” (editado en 1975, año de caos económico y anarquía política en la Argentina), Borges manifiesta que los gobiernos “fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos”.
También en esos días fue cuando Borges mantuvo una serie de encuentros con Ernesto Sábato, de quien se había distanciado durante más de veinte años por diferencias políticas. Más concretamente por la visión “amigable” hacia el peronismo que el autor de El Aleph le adjudicaba al autor de Sobre héroes y tumbas.
Borges, fallecido en 1986, no llegó a convivir con el menemismo. Es difícil imaginar cómo habría reaccionado frente el abrazo que el presidente justicialista le diera al Almirante Isaac Rojas, por entonces uno de los símbolos máximos del antiperonismo. Por su parte, son conocidas las duras críticas que Sábato le propinó al menemismo, especialmente a los indultos otorgados a los ex miembros de las juntas militares del llamado Proceso de Reorganización Nacional.
Siguiendo con los ejercicios de la imaginación histórica en viaje hacia el presente y el futuro inmediato del escenario político, podríamos preguntarnos qué pensaría Borges del candidato presidencial libertario que calificó a la gestión de Menem como el mejor gobierno de la historia argentina.
La respuesta podría brindarla Pierre Menard, para quien “la verdad histórica no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas”.