Si todo proyecto político tiene su correlato educativo, no deberían sorprendernos los discursos que atacan la educación pública en boca de candidatos que plantean que la Argentina “es un país de mierda” o que “es caos”. El desprecio a la patria también se traduce en un desprecio al sistema educativo. Sin dudas, la institución escolar presenta problemas que requieren respuestas urgentes desde la política pública para que mejoren los aprendizajes, y no podemos dar ningún debate educativo eludiendo este desafío. Pero identificar aspectos a fortalecer o modificar no implica dar por tierra con un sistema que supo ser pionero a nivel mundial, del que tenemos que estar orgullosos y en el que, en todo caso, hay que trabajar para recuperar su brillo.
Como ocurre con la mayoría de los temas de la agenda pública actual, muy atravesada por postulados electorales de los candidatos más votados, es fundamental hacer el ejercicio de detenernos a reflexionar para intentar desarmar algunas de esas consignas que operan como soluciones mágicas a los problemas que tiene nuestro país. A diferencia del escenario electoral del 2015, en el que Mauricio Macri hablaba de la revolución no sólo de la alegría, sino también de la educación —con promesas como la de construir 3000 jardines—, esta campaña electoral está atravesada por un descrédito al sistema educativo y propuestas que directamente apuntan a su desarticulación. El planteo es más amplio, las propuestas parten de una premisa general de desprecio por el Estado haciendo énfasis en su ineficiencia y considerando como solución la retirada del mismo de varios asuntos. Pero tiene su capítulo de educación, en el cual nos detendremos. Dicho de otra manera: en ocho años la oposición al peronismo pasó de prometer ampliar el sistema educativo a explicar cómo lo va a demoler.
Lo primero que hay que decir es que cualquier propuesta, por más estridente e impracticable que sea, se asienta sobre una porción de verdad en torno a un diagnóstico del estado de situación de las cosas —en este caso, de la escuela. Reconocerlo es necesario. Buscar respuestas, nuestra obligación.
Es evidente que nuestro sistema educativo tiene falencias, que hay mucho trabajo por hacer para que la garantía del acceso a la educación sea sinónimo de acceso al conocimiento. La escuela sola no puede, solemos decir, pero a la escuela hay que poder pedirle más. Esto requiere de un compromiso con su financiamiento, su fortalecimiento y jerarquización.
Ciertos conocimientos estratégicos para el ejercicio de una ciudadanía plena, como el desarrollo de competencias expresivas, el cálculo, el dominio de lenguas extranjeras, el razonamiento lógico, el uso de herramientas y lenguajes informáticos no están necesariamente garantizados en los establecimientos educativos de nuestro país. Ese es un problema muy bien explicado por Emilio Tenti Fanfani: el conocimiento no está tan democratizado como la escolaridad.
Lo primero es la alfabetización. No hay forma de reconocer los propios derechos, ni de participar activamente de nuestra vida democrática, sin una alfabetización sólida. Necesitamos un Plan Nacional de Alfabetización Integral, que vuelva a poner a la lectura y escritura en el centro en todos los niveles educativos. Esto implica dotar a las escuelas de libros y dispositivos digitales para crear ambientes alfabetizadores que dialoguen con las tecnologías del presente y del futuro y programas de formación intensiva para los docentes. También darle un valor público a la escritura escolar, hecho contracultural en tiempos donde la escritura y la lectura van perdiendo peso en el resto de las instituciones y actores de nuestra sociedad.
Toda política educativa entra a las aulas de la mano de los docentes. Debemos promover trayectos de formación docente continua en servicio, presenciales y situados, que acompañen desde el Ministerio de Educación de la Nación a todos los maestros, maestras y profesores del país en este proceso.
También es necesario pensar diseños institucionales que permitan una mejor vinculación de la escuela secundaria con el mundo del trabajo. Fortalecer la enseñanza técnica, las experiencias directas que tienen valor pedagógico y lograr una mayor vinculación entre la ciencia y la tecnología y la escuela.
El presente de nuestra educación tiene que ser, como en tantas otras áreas del funcionamiento del Estado y de lo público, nuestro piso. Tenemos que poder recrear la escuela con la que soñamos, nunca abandonar ni en nuestra imaginación y sueños, ni en el ejercicio de la gestión, la avanzada que supimos conseguir. Los casi 25 millones de libros entregados, las Escuelas Profesionales Secundarias dependientes del INET, la ampliación del programa Progresar para jóvenes de 16 y 17 años y la expansión de las horas de clase del gobierno nacional van en este sentido.
Una vez definido el rumbo, al que tenemos que dedicarle la mayor parte de nuestro tiempo, veamos qué quiere decir esto del voucher educativo.
En primer lugar hay que decir que no se discuten problemas pedagógicos vinculados al aprendizaje, sino una forma de financiamiento. Se trata de un cupón con una suma determinada de dinero que el Estado entrega a las familias. Las familias lo utilizan para pagarle a la institución educativa que “elijan” y la institución lo canjea frente al Estado por su equivalente monetario. Se parte del supuesto de que este modelo producirá una competencia entre escuelas que permitirá que mejore la calidad de la enseñanza, como si fueran cadenas de comida rápida.
Digamos que nuestro sistema educativo sentó sus bases hace ya 140 años, bajo el ideario liberal de Sarmiento y la generación del 80, que logró en el Congreso Pedagógico de 1882 ganar la discusión frente a la posición antiestatista de la iglesia católica que pretendía sostener la subsidiaridad del Estado en materia educativa. Las discusiones que se presentan en la actualidad son casi una versión devaluada de las discusiones que guiaron el Congreso. La ley 1420 es hija de esas discusiones y estableció la educación común, gratuita y obligatoria. Hay que ser caradura para considerarse liberal oponiéndose al sistema ideado nada menos que por Sarmiento y llevado adelante bajo la presidencia de Julio Argentino Roca.
Veamos además algunos problemas de la aplicación del sistema de vouchers:
Se parte de la premisa de que las familias eligen en igualdad de condiciones. Ahora bien, cada familia tiene una propia definición de calidad, establece distintas interpretaciones de cuáles son los conocimientos valiosos, y esto trae como consecuencia que se parta de posiciones diferenciales que profundizan desigualdades en los circuitos escolares.
A su vez, esta propuesta se asienta en la idea de que la escuela tendría la misma capacidad de adaptación a los aumentos de la demanda que una empresa y esto no es así. Siguiendo la línea de los libertarios, se supone que si un grupo de familias no está conforme con la escuela, eso se traducirá en un descenso de la matrícula y una migración a otras instituciones. ¿Las familias que deciden quedarse en esa escuela tendrán que pagar más para costear el sostenimiento de la misma? Además, se abriría un escenario muy inestable y poco propicio para las trayectorias escolares y los aprendizajes de niños, niñas y adolescentes.
Pero por otra parte, si las escuelas van a ser empresas que busquen maximizar el costo beneficio: ¿piensan cerrar todas las escuelas rurales, que como definición básica tienen baja matrícula? Bueno, algo de esto sucedió en la provincia de Buenos Aires bajo la gestión de María Eugenia Vidal con el cierre de 8 escuelas en islas del Delta. Nada nuevo.
Veamos algunos ejemplos internacionales. En Suecia, con la reforma educacional liderada por el gobierno de Carl Bildt en 1992, las familias también eran las responsables de juzgar si la educación recibida era de buena o mala calidad, dando por sentado que tenían las herramientas necesarias para hacerlo. Además, ese país sufrió el descenso más brusco en los resultados de las pruebas PISA entre los años 2003 y 2012. En Chile el modelo fue implementado durante la dictadura de Pinochet en los años 80 y se amplió en los 90 durante el gobierno de Eduardo Frei. ¿Cuál fue el resultado? Un estudio realizado por la Fundación Sol en 2019 encontró que el 80 por ciento de los estudiantes de escuelas subvencionadas no alcanzaban el nivel de aprendizaje adecuado en matemáticas y prácticas del lenguaje, en comparación con el 55 por ciento de los estudiantes en escuelas municipales. La experiencia de Nicaragua a partir de 1993 tampoco mostró buenos resultados. Los fondos resultaron insuficientes y el gobierno incumplió con los desembolsos prometidos a las escuelas. Esto obligó a los establecimientos a disponer pagos obligatorios para las familias, limitando el acceso a la educación de los sectores con menos recursos.
Sin dudas, la condición de posibilidad de pensar la privatización o el sistema de vouchers como solución a los problemas actuales fue la desinversión en materia educativa. Los gobiernos de Macri en el país, de Larreta en la Ciudad de Buenos Aires, de Vidal en la provincia de Buenos Aires desfinanciaron y desatendieron el sistema mientras señalaban todas las falencias como si no fuesen responsables. Fortalecen un sentido mientras se encargan de dotar de materialidad esa premisa: “la escuela no funciona” dicen quienes tienen el sistema educativo a su cargo.
Es imperioso que recuperemos el sentido de lo público sin aplicar los reduccionismos que intentan imponer desde ciertos sectores de la política y el poder, en donde público es igual a gratuito. Público es la construcción de lo común, la democratización de los saberes.
Fueron los gobiernos peronistas los que garantizaron un sistema público que permitió una mayor ampliación de derechos en materia educativa, aún con todo lo que falta. La escuela tiene que poder volver a ser sinónimo de potencia, el espacio donde se anidan los símbolos patrios, el ámbito por excelencia de construcción de lo colectivo y la planificación en comunidad de un futuro más promisorio. En el país de los guardapolvos blancos, de los Premios Nóbeles fruto de la Universidad Pública, de las escuelas técnicas que mandan satélites al espacio, la apuesta es por hacerla cada vez mejor.