En medio de la algarabía y las controversias en torno al ingreso a los BRICS y cuando tanto se habla del llamado “Sur Global”, un aniversario parece haber pasado desapercibido entre nosotros. Porque este mes de septiembre marca el cincuenta aniversario de la adhesión argentina al Movimiento No Alineados (NOAL).
Presidía la Argentina, en forma provisional, Raúl Lastiri, quien como titular de la Cámara de Diputados había asumido el Poder Ejecutivo tras 49 tormentosos días de “primavera” camporista. Pero el verdadero dueño del poder era Juan Perón, quien días más tarde haría la mejor elección de su vida, consagrándose presidente por tercera vez, tras dieciocho años de exilio y proscripción.
La moda de la época, la izquierda, el Che Guevara y el “antiimperialismo”. Fue en ese marco cuando la incorporación a NOAL durante la conferencia de Argel sería presentada como una expresión acabada de la “tercera posición” justicialista. Una membresía que el país mantendría a lo largo de casi dos décadas. Hasta su retiro durante el gobierno de otro peronista, Carlos Menem. En lo que sería una demostración cabal de la proverbial capacidad de adaptación del movimiento justicialista.
En tanto, una secuencia de zigzagueos y contradicciones caracterizaron al último gobierno militar (1976-83). De pronto, el tono tercermundista del movimiento contrastaba con el discurso “occidental y cristiano” del denominado Proceso de Reorganización Nacional. El que en distintas oportunidades evaluó abandonar NOAL. Para finalmente permanecer, buscando “solidaridad” en aliados impensados, en medio de denuncias por violaciones a los derechos humanos.
Hasta llegar a una de las escenas más recordadas de la pendularidad de nuestra historia contemporánea. La que se manifestó en el promocionado abrazo que en junio de 1982 hermanó en La Habana al canciller Nicanor Costa Méndez con Fidel Castro, en medio de la guerra de Malvinas.
En una búsqueda desesperada de una “alianza contra natura” por parte de quien había escrito en Carta Política, en 1976, que “la militancia en NOAL puede alejarnos de nuestros viejos amigos y de nuestros naturales aliados” y que “en verdad, estamos alineados con los EEUU”.
El desconcierto era tal que el mismo Costa Méndez recordaría años después que la embajadora norteamericana ante la ONU Jeane Kirkpatrick le reprocharía: “no puedo creer que usted vaya a Cuba. Eso es un cachetazo para los EEUU”.
En las postrimerías del gobierno militar, NOAL serviría de plataforma para intentar restaurar el prestigio del país tras la derrota bélica en el Atlántico Sur. En su obra La Argentina no alineada, Marisol Saavedra señala que el canciller Juan R. Aguirre Lanari fue invitado por el líder sandinista Daniel Ortega a hablar en la apertura de la cumbre en Managua de enero de 1983 por considerarse que nuestro país era la última “víctima de las potencias colonialistas”. En tanto, poco después, el general Reynaldo Bignone se trasladaría hasta Nueva Delhi (India) para encabezar la delegación argentina en NOAL.
En tanto, el gobierno democrático de Raúl Alfonsín mantendría a la Argentina en NOAL. Su canciller, el sofisticado pero ideologizado Dante Caputo, se entregaría a una activa militancia tercermundista, acaso para satisfacer su ambición de ser elegido presidente de la Asamblea General de la ONU. Una pretensión que despertaría cuestionamientos entre los sectores más tradicionales de la Unión Cívica Radical.
Impulsado por su ministro, el propio Alfonsín participaría de la cumbre de NOAL en Harare (Zimbabwe), en septiembre de 1986. En aquella oportunidad mantuvo reuniones bilaterales con Castro, Ortega, el peruano Alan García, el extravagante líder libio Muamar el Gadafi y el “chairman” de la reunión, el pintoresco pero siniestro dictador Robert Mugabe.
Pero sería el sucesor de Alfonsín, Carlos Menem, quien imprimiría cambios “copernicanos” a partir de 1989. Su llegada al poder coincidiría con enormes transformaciones en el plano global. La caída del Muro de Berlín, el derrumbe de los regímenes socialistas de Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética alumbrarían el surgimiento de un nuevo orden mundial. De pronto, para muchos, NOAL había perdido sentido en el mundo de la post-Guerra Fría.
Acompañado por su canciller, Domingo Cavallo, en septiembre de aquel año decisivo, Menem viajaría a Belgrado (Yugoslavia) para asistir a la cumbre de NOAL, en la que constituiría la última participación de un presidente argentino en ese bloque. Las palabras empleadas en su discurso anticiparon su decisión de abandonar NOAL. El riojano afirmó: “En lugar de preguntarnos con debilidad qué pueden hacer las superpotencias por nosotros, debemos también preguntarnos con fortaleza y decisión: ¿qué podemos hacer nosotros por nosotros mismos?”.
Menem explicó: “No queremos ser un tercer mundo a la cola de la justicia y del progreso. No queremos ser el subsuelo de la humanidad”. Y aseguró que “existe un solo mundo y no tres”.
En junio de 1990, en tanto, Menem asistió a la reunión del Grupo de los 15, que sesionó en Kuala Lumpur (Malasia) donde intentó sumar adeptos a su perfil occidentalista y se declaró contrario a la idea de formar un club de los países endeudados del Tercer Mundo. Meses más tarde, la Argentina participó en la coalición liderada por los EEUU que puso fin a la invasión que Irak había realizado sobre el territorio de Kuwait confirmando su alianza con las potencias occidentales.
Fue entonces cuando Menem tomó la decisión de abandonar definitivamente el Movimiento de Países No Alineados. Un acto que fue perfeccionado en septiembre de 1991, durante la conferencia de Accra (Ghana). En declaraciones, el canciller Guido di Tella afirmó que permanecer en el Tercer Mundo significaba tener una “vocación masoquista” y que el NOAL estaba tomado por “sectores procomunistas”.
La medida generó variadas reacciones. El diputado Federico Storani (UCR-Buenos Aires) calificó el hecho como un “gesto sobreactuado e innecesario” y una “sumisión gratuita a los EEUU”. El Comité Nacional de la UCR emitió un comunicado que advertía sobre la “pérdida de independencia”. A su vez, el ex canciller y entonces diputado Caputo la calificó como “una idea exagerada” y “un gesto complaciente”.
Las críticas de los radicales contrastaban, sin embargo, con el tono de quien había sido su candidato en 1989, Eduardo Angeloz. Toda vez que el gobernador de Córdoba había sostenido que defender la permanencia en NOAL y la “vocación tercermundista” equivalía a “proclamar la victoria de nuestra decadencia”.
Por su parte, la Crónica de la Historia de las Relaciones Internacionales, publicada por el CARI, indicó que la decisión había repercutido en “un positivo impacto en los vínculos con Israel, otro de los componentes de la coalición occidental”. Y que, en el corto plazo, permitió concretar la visita de Menem a Israel, “un paso que el gobierno de Alfonsín no había podido concretar precisamente por los compromisos asumidos con el NOAL que fue un ardiente defensor de la causa palestina”.
En tanto, una editorial de La Nación del 22 de octubre de aquel año reconocía elogiosamente el intento de “reubicar a la Argentina en Occidente, después de los pobres resultados que dejaron ambiguas terceras posiciones y confusos no alineamientos, pretensiones autarquizantes y aislamientos anacrónicos”.
El entonces jefe de asesores de la Cancillería, Andrés Cisneros, recordó años más tarde que cuando pronunció su discurso anunciando que la Argentina abandonaba el Movimiento de No Alineados, un delegado, visiblemente disconforme, le arrojó un zapato. Después de esquivarlo, el jefe de la misión argentina comprobó que se trataba de un calzado de la afamada marca británica Church´s, una de las más exclusivas del rubro.