¿Preeminencia de lo femenino sobre lo masculino en la lengua española? Existe al menos un inopinado rasgo que la caracteriza como una lengua para las mujeres, y que la bruma de los discursos actuales difumina y oculta.
Esta preeminencia se advierte en los vocablos que, teniendo una terminación propia del femenino, designan a individuos de ambos sexos. Los llamo “femeninos genéricos”. Ejemplos al canto: en el ámbito de los deportes tenemos sustantivos como futbolista, gimnasta, tenista, judoca, karateca, maratonista, basquetbolista, ciclista, automovilista, ajedrecista, golfista, surfista y otros, que designan tanto a los hombres como a las mujeres que practican estos deportes. Sus correspondientes masculinos no existen, y requieren del artículo para formarse.
Algo similar sucede en el ámbito de la música, con guitarrista, violinista, baterista, bajista, violonchelista, trompetista, saxofonista, tecladista, vocalista, sonidista, y un largo etcétera. Y hay más ámbitos donde esto ocurre; notable es el caso de la política, donde tenemos anarquista, comunista, socialista, capitalista, demócrata, utopista, peronista, fascista y algunos otros (con excepciones como liberal o radical). En el ámbito de las letras encontramos: novelista, cuentista, ensayista, periodista, columnista, editorialista, reseñista… En medicina, junto a términos desdoblados como doctor / doctora o médico / médica encontramos también una mayoría de femeninos genéricos, como anestesista, dentista, oculista, ortopedista, psiquiatra, psicoanalista, obstetra y pediatra, que carecen, como los anteriores, de su contraparte masculino.
¿Qué demostrarían estos ejemplos? Que, si bien en los términos que admiten el desdoble masculino – femenino se utiliza el primero como genérico (decimos, por ejemplo, los boxeadores, los escritores o los cirujanos, cuando pretendemos generalizar), para términos que no admiten el desdoble, el español opta mayoritariamente por los “femeninos genéricos”, palabras con la terminación convencional del femenino (”a”) para designar a ambos géneros. Si de un hecho pudiéramos inferir una intención, diríamos que nuestro idioma prefiere lo femenino, lo exalta y privilegia.
El extraño caso del modisto solitario
Modisto es un término que funciona como excepción, creado, tal vez, con la intención de incluir y visibilizar a los hombres que practican ese oficio. ¿Por qué no hacer lo mismo con los restantes? ¿Con qué criterio la RAE adopta modisto y no “pianisto” o “futbolisto”, por ejemplo? ¿Por qué nadie reclama estos cambios?
Ocurre que la realidad es terca, e ignora las teorías lingüísticas; o tal vez sea cierto el viejo precepto marxista de que la infraestructura de una sociedad es la que determina su superestructura cultural, y nunca al revés, como ahora se pretende: en el mundo que conocemos, siguen siendo los hombres quienes predominan en casi todas las actividades citadas. Hay más futbolistas hombres que mujeres (y ganan más dinero y tienen más atención mediática y privilegios). A esos futbolistas reales en nada les ha afectado el lenguaje, y no necesitaron la incorporación del término “futbolisto” para alcanzar su predominio. Tampoco la incorporación de modisto ha modificado en nada la realidad de estos profesionales. Porque es la realidad la que necesitamos modificar, no la gramática. Y no hay estrategia más efectiva para el conservadurismo que distraer las voluntades transformadoras hacia un enemigo equivocado: hacia la lengua, tan femenina, tan inocente y tan generosa siempre con las mujeres.
[El autor es escritor; “Masacre en Lastenia” y “La vida bochornosa del Negro Carrizo”, son algunos de sus títulos]
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