La sensación de vértigo se siente principalmente cuando se llega al borde del abismo. Experimentar el miedo a la caída interminable y la contención ausente paraliza los sentidos. Desde el pasado 13 de agosto esa ha sido la sensación que ha primado entre quienes vemos con preocupación el acantilado al cual nos ha empujado un sistema político que ha demostrado sus limitaciones para contener las demandas de una sociedad compleja inserta en un sistema económico profundamente desigual.
Podemos abordar el problema desde una mirada sociológica, política o económica. Podemos analizar décadas de imposibilidad constante de instalación de un modelo de desarrollo local que se ajuste a los desafíos que nos impone el capitalismo globalizado y salvaje predominante en este siglo. Podemos, incluso, vincular esta tarea inconclusa con las preocupantes falencias que hemos tenido como sociedad y como dirigencia para diseñar y consensuar un proyecto nacional inclusivo y perdurable en el tiempo. Pero las incansables horas de discusión desembocarían en un conflicto difícil de resolver marcado por la irrupción de un fenómeno creciente de descontento, apatía o crispación con el sistema tradicional de partidos y la política en general, aunque -curiosamente- el entramado del capitalismo financiero permanece mayormente al margen del análisis.
En tal sentido, la emergencia del ausentismo electoral, el voto en blanco o el corrimiento de una parte del electorado hacia alternativas de derecha libertaria, como el caso de Javier Milei, son alarmas que se han encendido durante las PASO para dar cuenta de este fenómeno creciente de descontento. Una parte de la sociedad entiende que hace falta barajar y dar de nuevo. Negarlo sería simplemente estar queriendo tapar el sol con la mano.
Sin embargo, apretar el “botón rojo” o “detonar todo por el aire”, por más que pueda resultar atractivo como mecanismo de resolución de problemas para quienes no ven una salida inmediata o se sienten defraudados por fracasos anteriores, suele venir de la mano de consecuencias absolutamente regresivas. En una sociedad donde prime la aparente “libertad” promovida por Milei solo se beneficiarán los intereses económicos de unos pocos; los mismos de siempre.
¿O acaso alguien puede pensar que sin reglas, ni Estado, ni intervención pública, se favorecerá a los sectores populares? En una sociedad sin derechos laborales y sin un Estado que regule las condiciones de contratación y despidos, difícilmente se beneficien los sectores trabajadores que quedarán indefensos frente a los vaivenes económicos coyunturales. En una sociedad sin derecho a la educación pública, laica y gratuita, la idea de imponer “vouchers” solo enmascara el hecho de que únicamente podrán acceder al conocimiento quienes cuenten con los recursos para pagar las mejores escuelas, y aun así, la privatización de la enseñanza tampoco garantizaría la calidad académica que hoy tienen muchas de nuestras universidades públicas (reconocidas por el mundo). La ausencia de salud pública solo puede incrementar la desigualdad entre quienes pueden asumir los costosos tratamientos médicos y quienes, por el contrario, deben hipotecar sus vidas para afrontar los gastos de una salud privada inaccesible. Un recorte en el presupuesto nacional, equiparable al 15% del PBI, como proponen los libertarios, tarde o temprano afectaría a cada uno de los que estamos leyendo estas líneas, ya sea por caída del consumo o de la actividad económica, o bien por la reducción en salarios, jubilaciones o inversión en salud, ciencia y educación.
Todo esto sin dejar de mencionar que la tal mentada “dolarización” propuesta por Milei implicaría, en un principio, una monumental confiscación de ahorros, o bien una megadevaluación del peso, para equilibrar la escasa cantidad de dólares disponibles en nuestro país con los pesos circulantes. ¿El resultado? El mismo de siempre y ya conocido en cada una de las experiencias en las que se implementó esta medida: deterioro de los salarios, del poder adquisitivo, de la calidad de vida de las clases medias e incremento de la pobreza e indigencia. A esto se le debe agregar la pérdida absoluta de soberanía económica, ya que no contaríamos con posibilidad de implementar políticas monetarias (incluyendo el salvataje del sistema financiero ante posibles crisis) o políticas cambiarias (careciendo de herramientas para estimular, por ejemplo, el comercio exterior), situación que además se magnifica por la deuda que debemos pagarle al FMI, contraída irresponsablemente por el gobierno de Cambiemos – Claudio Poggi en San Luis.
El vértigo aumenta a medida que nos asomamos a los planes de gobierno de un candidato que es inteligente para absorber el descontento, pero absolutamente descarnado al momento de describir los ejes sobre los cuales piensa conducir el Estado nacional en caso de ser electo.
El legítimo derecho de la sociedad a canalizar su decepción no debe necesariamente derivar en un retroceso en los derechos ya conquistados. Si una persona se encuentra en el mercado informal y carece de acceso a algunos derechos laborales, la salida no es quitarle a todo el resto de los trabajadores ese derecho, sino luchar para que nadie quede sin gozar de esta protección. Si un sector de la población no accede hoy a la educación y la salud de calidad, la opción no es privatizarla y negársela a todo el resto de la sociedad promoviendo recortes del Estado, sino pelear incansablemente para ampliar los alcances de este derecho. La lucha es por garantizar un Estado activo, federal y presente, una dirigencia responsable y una sociedad más justa, no por eliminar la inversión pública, denostar el rol de la política y dejar en manos del “mercado” la resolución de las injusticias.
Los ejemplos recientes de proyectos de derecha implementados en otros países (como Estados Unidos o Brasil), e incluso los llevados a cabo en nuestro propio país (Mauricio Macri), han terminado muy mal y los costos se sienten hasta el día de hoy. Por eso, estoy convencida que el próximo 22 de octubre, sin dejar de ser críticos sobre el devenir de nuestro país, sin claudicar a la lucha por mayor igualdad, sin negar la posibilidad de soñar con una mejor calidad de vida, sin dejar de reclamar mayores posibilidades de ascenso social, y, lo que es igual de importante, sin dejar de reconocer los problemas que aun restan resolver en nuestra sociedad, los puntanos y las puntanas, los argentinos y argentinas, tendremos la oportunidad de marcar un límite a los proyectos que vienen a destruir las conquistas que en tantas décadas, y después de tantas luchas, hemos logrado conseguir. Antes del abismo existen otros caminos posibles para la reconstrucción de nuestro país.
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