Cualquier relación humana de la que participemos, que atraviesa una crisis, nos debe invitar a reflexionar al respecto. El vínculo entre una porción de la sociedad y la clase política está pasando por un momento de fragilidad. El resultado de las PASO nos obliga a preguntarnos con honestidad algunas cuestiones, sin prejuicios ni exageradas lecturas. Ganó Milei. Sacó más votos de los que propios y extraños creían, pero también ganó por poquito.
El escenario de tercios no solo habla del candidato más votado, sino de que cualquier fuerza podría decirle a la otra “te rechaza dos tercios del electorado”. Pero volvamos a quien sin dudas se transformó en la figura de las primarias. Por el factor sorpresa, por su histrionismo, porque al ganador aparentemente no se le discute nada, comenzamos a naturalizar cuestiones que son absolutamente debatibles.
A Milei lo hemos visto mucho en estos días. También hemos escuchado a algunos de sus votantes tener que justificar el voto, algo interesante y a la vez extraño, porque no solemos ver a gente afín a otros espacios tener que hacerlo. Lo primero, lo interesante, es que muchas personas que lo eligen no compran el paquete entero. Al margen de que son más de los que esperábamos los que están enamorados por el personaje, es aparentemente mayor el grupo que depositó su boleta en la urna aceptando sus consignas con reparos, para evidenciar su agotamiento y enojo por la actualidad argentina.
Te puede interesar: Resultados elecciones PASO 2023: ¿quién ganó, provincia por provincia?
Da la sensación de que el voto al presidenciable libertario no esconde un grito despojado de derechos civiles y humanos, y que pretende ser un sacudón para las miradas cortoplacistas o los que sostienen hace décadas discusiones que no van a ningún lado. Prefiero verlo así: a diferencia de los incendiarios discursos de Milei y de algunos de sus militantes, muchos de sus votantes podrían (consciente o inconscientemente) estar dando muestras de querer lo contrario, porque piden atención a problemas reales que muchas veces son dejados de lado por algunos de nuestros líderes que desperdician una y otra oportunidad de construir en el disenso.
No es casualidad que quien lideró la elección preliminar esté lavando varios de sus enunciados. Por supuesto, quiere atraer electores que no fueron a votar o no lo eligieron, pero también debe conservar a los que están circunstancialmente con él y que no rechazan un Estado que brinde educación, medicina, ciencia y cultura.
En muchas votaciones provinciales analizamos si la gente estaba rechazando o aceptando posiciones duras o moderadas. En julio, en Santa Fe, Maxi Pullaro obtuvo para ser el precandidato a gobernador más votado 506.277 sufragios, más de 10 veces lo que sacó el partido libertario en esa contienda. Hace 15 días en la misma provincia, que cuenta con el que quizás sea uno de los mejores sistemas de salud pública del país, la presidencial la ganó un hombre que representa literalmente lo contrario. No me animo a ser tajante, pero es bastante improbable que la sociedad cambie tanto en tan poco tiempo. Por eso, es peligroso creer que alguien ya es el dueño de los votos que obtuvo y que vamos a resolver algo si giramos bruscamente hacia posturas brutales.
Nos hemos preguntado bastante qué pasaría si Milei ganara, pero no qué sucederá con alguien que muestra una compleja relación a las reglas democráticas si le toca ser derrotado. Cumplimos 40 años ininterrumpidos pudiendo elegir a nuestros gobernantes. ¿Qué hará un líder que se jactó de golpear a diario un muñeco con la cara de Alfonsín si le toca perder? Las grandes broncas suelen borrar temores. También pueden ser terreno fértil para cosechar errores.
Seguir leyendo: