La primera modelo top negra fue la mujer más hermosa del mundo

En los años sesenta, Donyale Luna, originalmente de Detroit, conquistó Nueva York y Londres con su extraordinaria belleza. Fuera de los flashes y la fama, su vida estuvo marcada por las drogas y falleció a los 33 años

Donyale Luna in "Fellini Satyricon" 1969 ** I.V. (Reuters)

Hacia los inicios de los sesenta, una mujer caminaba descalza y con uniforme de su colegio público en Detroit, donde nació. Peggy Ann Freeeman, abstraída, bajaba la cabeza y parecía mover el aire sin darse cuenta. Hija de un matrimonio desastroso, el padre obrero de Ford, la mujer un poco de todo, se unían en batallas sexuales largas y con toda la carne en el asador, para enredarse luego en gritos, insultos, reproches, celos, bofetadas y puñetazos.

Los señores Freeman se divorciaron y volvieron a casarse cuatro veces. Se atraían y repelían sin descanso. Freeman subió la escala violenta cada día, hasta que cierta tarde en la que caía una lluvia ácida sobre la ciudad y su smog industrial, la señora Freeman resolvió su amor venenoso y desesperante al hundir cinco veces el pecho y el abdomen del señor Freeman con un cuchillo Bowie, según el informe frio de la policía.

Un tribunal la absolvió en defensa propia, pero Peggy Ann se largó de allí hacia Nueva York. Era negra con ojos azules brillantes y un metro ochenta y tres.

Las instituciones deben generar un ambiente de honestidad y empatía. |Fuente: LUNDU

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Tal ejemplar de belleza y atracción – el andar era la de la elegancia de las jirafas- no demoró en relacionarse con Andy Warhol, Mick Jagger, Brian Jones – la víctima, sacrificial que había hecho parir a los Stones, con una relación amorosa-, Jean Michel Basquiat, Grace Jones. Un fotógrafo de ojo veloz la encontró, la descubrió si se prefiere, dio aviso al gurú del arte gráfico Richard Avedon y conformó un contrato vitalicio.

Fue llevada a la tapa de Harper´s Bazaar y fue la locura en varios sentidos: un gran mareo por la cara de Luna, un ejemplar que solo podía habitar en la imaginación pero era demasiado real, y la reacción racista con la piel erizada. William Random Hearst, dueño de la publicación, vio cómo los grandes anunciantes amenazaban con retirar páginas y un gran número de suscriptores se dio de baja: las bellezas negras tenían que aparecer en Ebony, nada más. El primer mandato del racista no contiene el odio de cada otra, digamos, raza en sí misma sino en la mezcla de unos con otros. Y aunque muy poco tiempo atrás se habían abolido las normas de Brown, que subrayaban con dureza la separación y la diferencia, la sociedad no cabestreaba a la ley.

Mientras inventaba una identidad y una historia personal con una mixtura de África, Asia, Irlanda, para su cabeza y propuesta hacia los demás sin ningún éxito, consiguió largarse a Londres, donde no demoró en ver su rostro imantado, único, jamás nada parecido, en la edición de Vogue fotografiada por David Bailey, tomado de Michelangelo Antonioni para Blow Up mientras – tal vez la hayan visto- se come literalmente el cuerpo de la inverosímil Veroushka.

Lucha contra el racismo (REUTERS/Manuel Claure)

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Cuando vi Satiricón Fellini- y vuelvo de cuándo en cuándo-, en el 69, quedo en estado de estupidez y hechicería al verla en el papel de Enotea, justo en el papel de una hechicera en la Roma de Nerón, apoyado en la -¿novela, ya?- de Petronio, noble y árbitro de la elegancia oficial al que el emperador obligaría a suicidarse al abrirse las venas en el agua después de liberar a sus esclavos.

En la versión inmortal de Fellini, Donyale Luna lo pone a uno a temblar. En la historia, otro mago, torvo y perverso ávido de quien Enotea no hace otra cosa que burlarse y rechazarlo con una broma humillante.

Atención. Es que el mago despechado consigue que se apague el fuego en todas las casas y poblados. Sin calor y sin alimentos, la única forma consistió en acercar palos secos entre los muslos de Enotea, que entonces se convierten en antorchas.

Ella- Donyale Luna y Enotea – gime de dolor como en un parto cuando las antorchas se encienden y en otras, por lo mismo, una sucesión de orgasmos en llamas con la mirada azul en el espectador.

Donyale estuvo en las screens de Warhol , pruebas constantes en su ámbito, La fábrica. Un director mayor, Otto Preminger, del grupo de austríacos incorporados a Hollywood por evitar las cámaras nazis, donde ganó el Oscar por Éxodo y sospechoso de comunismo en la persecución de comunistas larvados durante el macartismo y la más intensa paranoia en el interior de la guerra fría. Donyale fue incorporada a una de sus films. También en títulos como “Qui étes-vous Polly Magoo?”, película francesa en blanco y negro como comedia desaforada y “Skidoo”, donde un grupo de bippies se une a un gangster encarnado… ¡por Groucho Marx!

La belleza trágica. La asombrosa Donyale Luna empezó a menguar tal vez sin una clara idea de lo que empezaba a ocurrirle. Nada más ni nada menos que el consumo diario de LSD: “Es lo que me lleva a percibir los colores más intensos, a hacer el amor como nunca, a entrar en un mundo exquisito y alegre”. Por entonces se unió al gran actor loco Klaus Kinski, pero la asociación amorosa se truncó cuando él le exigió que se largara de la casa por el desorden, el ruido y el desmadre a toda hora. Para que Kinski rugiera de ese modo, la cosa era muy seria.

Llegada a Roma se amancebó con el fotógrafo de moda Luigi Cazzaniga y tuvieron una hija: Dream. Pero seguía en ese infierno. Un día, a las tres de la mañana, murió en una clínica de Roma por sobredosis. Tenía 33 años.

La semana pasada, tres emisarios de una organización en lucha por la igualdad y contra el odio racial volvieron a poner su nombre en discusión. Donyale les dijo “Es probable que mi presencia y mi recorrido mejore la situación de minorías, fobias y segregación. Eso me alegra, pero en realidad, les digo, me importa un carajo”.

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