La batalla del día

Los fantasmas o los problemas pueden parecer demasiados, sin embargo, muchos son fabricados por la misma voz que retumba en nuestra mente

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“Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos, y Dios te los entregue en tu mano, los tomarás como cautivos” (Deut. 21:10).

Así comienza la sección de la Torá de esta semana. El texto parece ingresar dentro de las leyes de la guerra o las estrategias del combate. Pero no. Inmediatamente después de esta frase nos hablarán acerca del respeto en la pareja, del cuidado del lugar de la mujer en una sociedad patriarcal, y de cómo el amor muta con el tiempo. Del cuidado de los hijos y del cuidado de los padres. De los conflictos con la educación de hijos adolescentes, de la colaboración mutua con nuestros vecinos, del cuidado del medioambiente y la ecología. Es la sección con más leyes y mandamientos del Pentateuco. Todos ellos referidos a la construcción de una sociedad ética, a partir de las batallas de cada día.

El texto no habla de conflictos bélicos entre ejércitos.

Sino de las luchas que tenemos con nuestro peor enemigo. Ese que habita dentro nuestro.

El enemigo interior es el que nos asegura que no vamos a poder. Que no lo vamos a lograr.

El que nos convence que no vale la pena. Que es demasiado esfuerzo, que no vamos a hacer ninguna diferencia.

El que nos dice que no tenemos que hacer ese llamado. Qué mejor que llame el otro. Que tenemos razón y que con eso alcanza. Que ya hicimos demasiado.

Que no vamos a pedir perdón. Que sería claudicar, que sería perder otra vez. Que mejor quedarnos con el rencor y el resentimiento, antes que mostrar debilidad.

El que dice que ya dimos demasiado. Que la generosidad la pueden tener los demás.

Que así estamos bien. Que no estamos tan mal. Que el conformismo y la aceptación nos protegen de estar peor. Seguro peor.

Que no arriesguemos. Que mejor malo conocido que bueno por conocer. El que nos sugestiona creando falsos enemigos y problemas por todos lados. El que nos dice que no hay salida, que todo está perdido. Que sólo nos queda llorar a solas. La voz que repite en nuestra mente todo eso que ya sabemos, pero que de nada nos sirve para avanzar.

El enemigo interior es el que nos seduce al disfrazar eso que sabemos que está mal, justificándolo en el secreto o el silencio propio. El que termina imponiéndose a nuestros sueños, a nuestros deseos más íntimos.

El que traiciona a nuestros ideales más nobles. El que prefiere el miedo, al coraje. La sumisión a la lucha.

El poeta americano Walt Withman dice que un gran libro exige tener grandes lectores. Y nuestro texto merece ser analizado con sumo detalle.

“Cuando salgas a la guerra”, nos avisa que lo más probable es que ni siquiera nos animemos a dar esa batalla. Que es apenas una posibilidad. Que sólo tal vez, habrá un “cuándo”. Antes de la guerra en sí misma, debe nacer la voluntad de enfrentarnos al problema.

“Contra tus enemigos”. Parecen muchos. Pero en realidad es siempre el mismo, que se disfraza según la ocasión. Los fantasmas o los problemas pueden parecer demasiados, sin embargo, muchos son fabricados por la misma voz que retumba en nuestra mente.

“Y Dios te los entregue en tu mano”. Sin dudas, tenemos la capacidad, la fortaleza y la inteligencia para vencer. Desde el cielo pueden llenarnos de fortaleza espiritual. Pero la victoria no vendrá del cielo, sino que estará exclusivamente en nuestras manos.

Y por último, “lo tomarás como cautivo”. Nos animan a tener la voluntad de dar batalla contra el enemigo interior. Nos aseguran que tendremos las armas espirituales para vencerlo, por más que parezcan demasiados. Pero el texto no nos dice que el enemigo desaparecerá. Sólo podremos atraparlo, y mantenerlo como un cautivo.

Somos todas las partes que viven en nosotros. Somos los dos guerreros, los dos soldados. Los de ambos bandos. La batalla comienza con la voluntad de luchar, pero no termina. Continúa cada día trabajando nuestra mente y nuestro espíritu, para que sean los guardianes que sostienen el control sobre nuestros triunfos.

Amigos queridos. Amigos todos.

Rumbo a las Altas Fiestas del cierre del año del calendario hebreo, el paso del tiempo se transforma en un nuevo campo de batalla.

Hay dos días en el año en los que no podemos hacer nada. Dos días en los que no tenemos armas. En los que ninguna guerra es posible. Esos días son “ayer” y “mañana”.

En la guerra del tiempo, somos los soldados del día de hoy. Y cada día, podemos ganar el día.

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