En el cuento “Funes el memorioso”, Borges dice: “Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable”. Quizás sea por eso que, desde los noventa, por alguna u otra razón, con mi esposa siempre estábamos a punto de ir a ver a Chico y Silvana, pero no lo hicimos. Invariablemente, nos consolábamos con aquello de “ya van a volver”, pero al final no concretábamos.
Y bueno, ayer nos decidimos y fuimos al Ateneo, a la función de despedida del ciclo “Enamorándote otra vez”. Valió la espera y se justificó aquello de que “a lo bueno hay que saber esperarlo”.
Chico y Silvana: canciones románticas, alegría, frescura, espontaneidad, recuerdos, buena onda, buena gente.
Chico, mi esposa “te ama”. Debería estar celoso, pero no; puedo acompañarla en esa admiración porque para mí sos también un ídolo. Chico, sos un grande (perdoname el facilismo de este lugar común; en todo caso tomalo como “licencias” para expresar agradecimiento de alguien que sabe que no será un escritor importante).
Chico, ando pasando un poco de mis primeros cincuenta, y te recuerdo desde la época del Club del Clan. Si habremos cantado “El camaleón”, “El orangután”, “Un sombrero de paja”. (Por aquellos años también me viene a la memoria una de un tal conde Javier Humberto que no tenía donde caerse muerto (…) y que cuando se bañaba, una vez al año, ¡vendía como tinta china el agua negra que quedaba!).
Años más tarde te recuerdo en uno de esos programas de humor de la época (¿Vivir es una comedia?) cuando hacías ese sketch con Mariquita Gallegos en el que eras poeta (diría que los personajes se llamaban Rodolfo y Beatriz). Hacías de poeta “chanta” con versos inverosímiles, pero la ponías loca a la mina que repetía obnubilada: “Rodolfo: ¡es un poeta!”
Chico, cuánto nos hiciste divertir. Muchas gracias.
Y las canciones románticas. Cuánta poesía, cuánta bella melodía, cuántos buenos momentos.
Y siempre esa extraña combinación entre espíritu romántico, loco lindo, “atorrante” simpático.
Cuántos recuerdos… Me acuerdo cuando en la fiesta de despedida a Monzón presentaste “Algo contigo” y se lo dedicaste a Carlitos. Sonaba tan raro dedicarle a ese (en aquella época) entrañable “pedazo de bestia” algo como “hace tiempo que me muero por tener algo contigo”.
Chico, te recuerdo en “Los caballeros de la cama redonda”, donde encarnabas a la perfección el sueño del “porteño trampa” de aquellas épocas.
Silvana. ¿Qué te puedo decir? Soy de la época de “Música en Libertad”.
Me pregunto si alguna vez muchos de los que disfrutábamos de ese ciclo único y mágico nos terminaremos de sacar esa pesada máscara de hombres serios, pseudo-intelectuales superados y consumidores de gustos refinados y vanguardistas, para –definitivamente– poder conectarnos sin culpa con ese tiempo tan lindo sintetizable en el título de un long play de la época: Mi chica, mi música, mi boliche (¿por qué será que uno se ve en la obligación de tener que decir “sí, a los 15 yo leía a Schopenhauer y escuchaba a Led Zeppelín”, para permitirse decir que me sentía feliz viendo “Música en Libertad”?).
Silvana, ¿qué te puedo decir? Los jóvenes de ahora mueren por Angelina Jolie. ¡Pero nosotros moríamos por vos! Eras el sueño del pibe: la mina linda con aire de barrio. Está claro que en esta época serías una top top.
Silvana, estás tan linda como siempre. Pero cantás mejor que nunca. ¿Me podrías cantar “Parole, parole” otra vez?, un poco en castellano otro poco en italiano. (¡Y de paso “le damos celos” a mi esposa que anda embobada escuchando a Chico!).
Gracias, Silvana.
Silvana y Chico: gracias por permitirnos disfrutar de un hermoso espectáculo. “Enamorándote otra vez” no tiene desperdicios: hay canciones, hay romanticismo, hay clima, hay humor, hay alegría y hay muy buena onda. Y para los memoriosos, hay revival.
Entonces por qué no volver a tomar la licencia simplista para poder recomendar el espectáculo (cuando decidan reanudarlo) así: “No te lo pierdas, te vas a volver enamorar de Chico y Silvana”.
Y por si todo esto fuera poco, hacia el final hubo una “perlita”, un regalo inesperado, la frutilla del postre: Silvana invita al escenario a Pablo Novak, el hijo de Chico, y los tres cantan “Yo te amo”, la canción con letra del padre y música del hijo. La canción romántica que habla de amor, pero del amor del bien, ese capaz de reconocer y celebrar al otro.
Ver a un padre cantando con su hijo en una comunión de pasión y felicidad es de por sí un espectáculo conmovedor (más para aquellos a quienes, como a mí, nos quedó una asignatura pendiente con nuestro padre). Tanto como sentir la comunión del amor que provoca un mágico “Uno” entre el padre, el hijo, la amistad, el amor de pareja, y el encuentro entre el artista y su público. Y, además, la voz de Silvana y su belleza atemporal tocando ese lugar escondido de la ilusión adolescente. Y, además, a mi lado mi amor, mi esposa Susana.
Fue, sencillamente, un momento de maravilla.
Querido Chico, querida Silvana, me sumo una vez al aplauso y la gratitud de la gente que los ovacionó.
Junto a Susana, estaremos nuevamente con ustedes en la próxima, esperando que nos vuelvan a “arrancar la vida” a través de la emoción.
Y ojalá que sea pronto.
[Texto escrito en el año 2008]
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