De los tercios a la polarización

Milei parece haber logrado el objetivo de consolidarse como el candidato a vencer. Los dilemas estratégicos que enfrentan Massa y Bullrich

Sergio Massa y Javier Milei

Identificar las “razones del voto” ha sido uno de los grandes enigmas que ha movilizado a la sociología política. Tras décadas de estudios sobre comportamiento electoral que llevaron al desarrollo de múltiples teorías y modelos, como los que ponían el énfasis en el peso de las ideologías y la afinidad partidaria (Modelo de Michigan), o el que consideraba que la base o estructura social era el factor determinante (Modelo de Columbia), las ciencias sociales han renunciado a la pretensión de encontrar una teoría con la capacidad de explicar el comportamiento electoral que tenga validez para todo tiempo y lugar.

Es que, en gran medida, los esfuerzos de miles de académicos en diversas universidades y centros de investigación a nivel mundial -siempre valiosos- van casi siempre detrás de sociedades que experimentan transformaciones cada vez más profundas y veloces. A la “liquidez” de la sociedad actual, para usar el concepto de Zygmunt Bauman, se suman nuevas subjetividades cuyos contornos oscilantes las tornan un objeto escurridizo para las ciencias sociales.

Así las cosas, hemos aprendido que el voto refleja, condensa y expresa una pléyade de emociones, argumentos racionales, necesidades, pasiones, deseos y expectativas: no sólo lealtades políticas e ideológicas o condicionantes socioeconómicos, como postulaban los dos modelos clásicos de comportamiento electoral, sino también miedos, sueños y esperanzas e, incluso, bronca, hastío y frustración.

En un contexto donde las emociones se hacen sentir con fuerza, se amplifica entonces la advertencia de Joseph Napolitan, considerado como el decano de la consultoría política moderna, quien a mediados de la década del ‘80 -y recogiendo su experiencia en cientos de campañas- señalaba que “es más fácil conseguir que la gente vote en contra de alguien o algo, que lo haga a favor de algo o de alguien”.

Esto explicaría, al menos en parte, la potencia de la polarización en las campañas modernas, un atributo que 15 días después de unas PASO que configuraron un escenario de tercios, y a 60 días de las elecciones generales que podrían derivar en un balotaje, dos de los principales candidatos buscan alimentar para convertir lo que hasta hoy ha sido una disputa entre tres en un enfrentamiento directo entre dos.

Así, es evidente que tanto Milei como Massa, aunque por diferentes razones, trabajan en esa dirección. Como hemos escrito en repetidas oportunidades, la polarización, como el tango, “se baila de a dos”. Y, en este sentido, los gestos entre ambas campañas con relación al acuerdo con el FMI dejaron en evidencia esta intención de apelar a una estrategia polarizadora, desplazando a Bullrich y a JxC de cara a las elecciones generales del 22 de octubre: mientras desde Washington el “ministro-candidato” se encargó de resaltar que Milei y su equipo económico plantearon una “posición mucho más colaborativa” que JxC, en la reunión del influyente Council de las Américas, el libertario recogía el guante al advertir que “los economistas de Juntos por el Cambio apuntan a causar un desastre económico” y señalar que “más allá del cálculo electoral, es una aberración que por tener un voto más se provoque una situación de mucho dolor a los argentinos”.

Esta estrategia, sin dudas, le plantea serios interrogantes a una campaña de Bullrich que, aun consiguiendo una clara victoria en la interna, ya avizoraba un panorama complejo desde el propio domingo 13 de agosto en la noche. No solo porque los resultados del espacio estuvieron muy por debajo de las expectativas, sino porque la performance de Milei amenazaba con hegemonizar la narrativa del “cambio”. Por el momento, el equipo de Bullrich respondió al intento de desplazarla de la disputa recurriendo a una táctica clásica, cuyos resultados tendrán que verse en los próximos días: el “reencuadre” (o reframing). En otras palabras, intentar que lo que los que desde las campañas de Massa y Milei consideran una consecuencia lógica del escenario electoral (la polarización), sea percibida por la opinión pública como un acuerdo espurio entre ambos.

Además, mientras pone el foco en las provincias donde cree que pueda recuperar muchos votos (Mendoza, Santa Fe y Córdoba), la aspirante de JxC confía que en un contexto de fuerte inestabilidad e incertidumbre, la propia realidad conspire contra el intento de instalar la polarización. Razones no le faltan: los ataques a comercios en el conurbano y varias provincias mostraron que las contingencias propias de la tensa coyuntura pueden cambiar radicalmente la agenda y opacar mediáticamente otras noticias.

Massa, por su parte, parece estar convencido de que sus chances crecen ante un escenario de balotaje con Milei. Sin embargo, esta apuesta tampoco está exenta de riesgos. Si bien para polarizar con Milei, parece claro que necesita confrontar explícitamente con él ignorando a Bullrich, necesita, aunque parezca paradójico, hacerlo con cierta “moderación”. La pesadilla para el tigrense sería coadyuvar a un desplazamiento masivo del voto opositor hacia Milei que dejara al líder libertario a las puertas de una victoria en primera vuelta. Así, mientras “calibra” su estrategia de polarización, en la campaña massista trabajan en dos frentes principales: desde la gestión económica, en medidas tendientes a generar un impacto en el bolsillo frente a las consecuencias de la devaluación en la economía real, y desde lo político-electoral, en alinear las estructuras territoriales del peronismo, con el foco puesto en aquellas provincias donde se estuvo lejos de la performance de los gobernadores y en muchos municipios del conurbano donde el nivel de corte de boleta fue importante.

Por último, Milei parece haber logrado el objetivo de consolidarse como el candidato “a vencer”, y trabaja en varios frentes. En primer lugar, proyectando una imagen de “ganador” y dirigiendo sus cañones a los votantes de Bullrich busca aprovechar el denominado efecto “bandwagon”, que postula que cuando una opción electoral se percibe como “ganadora”, ello genera naturalmente un desplazamiento de votantes. En segundo lugar, busca acercarse -fundamentalmente a través de su equipo económico- a diversos actores del “círculo rojo”, como el FMI, bancos y empresariado local. Y, además, avanza tímidamente en una estrategia de inoculación frente al “miedo”, matizando algunas de sus propuestas más polémicas o radicales, como la dolarización, la eliminación de planes sociales y empleo público, y la eliminación del Banco Central, entre otras.

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