En el discurso de Milei, ¿hay algo nuevo?

El disfraz detrás del programa de gobierno que presentó el líder de La Libertad Avanza (LLA) que recuerda a viejas épocas de la historia argentina

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El diputado nacional continúa con su campaña enfocada en conquistar a más votantes y, así, asumir la presidencia el próximo 10 de diciembre (Adrián Escandar)
El diputado nacional continúa con su campaña enfocada en conquistar a más votantes y, así, asumir la presidencia el próximo 10 de diciembre (Adrián Escandar)

El candidato expresa dos conceptos como si fuesen novedades: la dolarización y el liberalismo. También hay una demonización de “la casta”, aunque no suena creíble porque oculta lo ineludible: la extraordinaria corrupción del kirchnerismo que llevó el robo de dineros públicos a niveles inéditos, aún en un país habitualmente corrupto como el nuestro.

La dolarización no es nueva, se trata de una variante de la convertibilidad de Menem/Cavallo. Ese ejercicio consistió en establecer, por ley, un tipo de cambio fijo entre el dólar y el peso: el uno a uno. Tras la hiperinflación, ese ejercicio tuvo éxito inicial.

Eran los años ‘90, tiempos del Consenso de Washington. Ese “Consenso” empezó siendo el texto del economista John Williamson que intentó sintetizar la opinión de una serie de instituciones con sede en Washington. El objetivo era relevar los consensos sobre cómo podría América Latina salir de “la década perdida” de los ‘80. Williamson recopiló los puntos de vista de funcionarios del FMI, el Banco Mundial y del Departamento del Tesoro. Más allá de las críticas al “Consenso”, los países de América Latina terminaron con la inflación. Con sus más y sus menos tuvieron en cuenta esas recomendaciones, menos la Argentina: el texto de Williamson no recomendaba establecer un tipo de cambio fijo.

El tipo de cambio fijo tuvo sus consecuencias porque la inflación, antes de detenerse, continuó un tiempo hasta que se ordenaron los precios. El dólar pasó a estar atrasado respecto de los precios de los productos argentinos, los productos importados pasaron a ser baratos.

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La propuesta de dolarización de Milei podría traducirse en el plan de convertibilidad impulsado por Domingo Cavallo y Carlos Menem en los '90 (AFP)
La propuesta de dolarización de Milei podría traducirse en el plan de convertibilidad impulsado por Domingo Cavallo y Carlos Menem en los '90 (AFP)

Hasta mediados de la década de los ‘70, la Argentina era un país razonablemente industrializado. Como en tantos otros, esa industrialización era hija de la sustitución de importaciones. Con las aperturas a la importaciones de Martínez de Hoz y de Cavallo se dio un golpe feroz a la industria y al empleo. El resto de los países del mundo que crecieron con industrias sustitutivas, mientras se abrían al comercio, realizaron un extraordinario esfuerzo de reconversión industrial: prepararon a la industria para competir. Con variantes desde España hasta Corea, esa reconversión fue exitosa.

La Argentina no hizo nada de eso, y al destruir industrias, destruyó empleos y una cultura de trabajo formal. La insensatez de Cavallo llegó al extremo de reducir drásticamente los presupuestos de instituciones pensadas para la competitividad: el INTA y el INTI. Con un intento de liquidar a este último. Esa es una de las claves para entender porque pasamos del 4% de pobreza de los ‘70 al 40% actual. Por suerte, se salvó el sector agropecuario porque funcionaba y funciona cada vez más con una institucionalidad de cooperación única en el mundo. Eso permitió y sigue sosteniendo una alta productividad.

Ahora sigue el show: esta vez, se llama dolarización en lugar de convertibilidad. Con la misma apertura, pero sin CONICET que, más allá de las necesarias reformas, requeriría más presupuesto para más ciencia, formar a más profesionales en los desafíos de la sociedad del conocimiento y crear más empresas de última generación. Destruir el CONICET sería como si Estados Unidos liquidase la NSF, la fundación estatal para financiar la ciencia, y el DARPA, el organismo de investigación de las fuerzas armadas que inventó Internet.

El economista John Williamson no recomendaba establecer un tipo de cambio fijo para recuperar las economías latinoamericanas, una advertencia que fue desoída en la Argentina de los '90 (REUTERS/Agustin Marcarian/Illustration)
El economista John Williamson no recomendaba establecer un tipo de cambio fijo para recuperar las economías latinoamericanas, una advertencia que fue desoída en la Argentina de los '90 (REUTERS/Agustin Marcarian/Illustration)

El INTA y el INTI también requieren reformas, más recursos y aprender de instituciones para la competitividad empresarial, como el Fraunhofer Institute, la red DAFA de Alemania, el VTT y el LUKE de Finlandia, la SPRI del País Vasco (España), el Art-Er de Emilia Romagna (Italia), los EMBRAPA, SEBRAE e INMETRO de Brasil, el INNA y el VOLCANI de Israel y organizaciones similares en todos los países liberales del mundo. Como la competencia entre países es una competencia entre sistemas educativos, todos se preocupan, además, por la calidad y la equidad de su educación pública.

Pero, quizás, lo menos novedoso es convertir las ideas políticas en religiones. Esa distorsión es de la izquierda, del kirchnerismo y también del pseudo liberalismo, tanto el de Martínez de Hoz, como el de Cavallo y, ahora, el de Milei. Esa religiosidad es muy propia de la América Hispana (con la honrosa excepción de Uruguay y, en buena medida, de Chile). Es una forma de intolerancia que viene acompañada con transgresión: la corrupción que ahora se llama venta de lugares en las listas de candidatos que, según enseña la economía, como toda inversión, la nueva “casta” va a rentabilizar. Esa religiosidad impide el diálogo, la negociación y el pragmatismo para enfrentar los problemas comunes.

Para describir esta actitud, el filósofo mexicano Octavio Paz escribió la siguiente frase en la década del ‘70, cuando la juventud se entusiasmaba con la revolución: “Nuestros intelectuales han abrazado sucesivamente el liberalismo, el positivismo y ahora el marxismo-leninismo; sin embargo, en casi todos ellos, sin distinción de filosofías, no es difícil advertir, ocultas pero vivas, las actitudes psicológicas y morales de los antiguos campeones de la neoescolástica. Paradójica modernidad: las ideas son de hoy, las actitudes de ayer. Sus abuelos juraban en nombre de Santo Tomás, ellos en el de Marx, pero para unos y otros la razón es un arma al servicio de una verdad con mayúscula. La misión del intelectual es defenderla. Tienen una idea polémica y combatiente de la cultura y del pensamiento: son cruzados. Así se ha perpetuado en nuestras tierras una tradición poco respetuosa de la opinión ajena, que prefiere las ideas a la realidad y los sistemas intelectuales a la crítica de los sistemas”.

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