Es razonable y deseable porque sin grieta no hay República y menos democracia o para decirlo de otra manera, una democracia que no tolera las diferencias, por profundas que estas sean, no merece ser vivida, ni defendida.
Naturalmente las disonancias deben darse en el marco de las normas constitucionales y del respeto al otro, o como decía un extraordinario político de fines del siglo XIX: “En política no se debe herir inútilmente a nadie, ni lanzar palabras irreparables, porque uno no sabe si el enemigo con quien hoy se combate será un amigo mañana (Julio Roca)”. Bajo estas condiciones las disidencias deben ser bienvenidas. Esto último no estaría ocurriendo.
A comienzos del siglo XX, más precisamente en 1904, para acallar todos los conflictos y los enfrentamientos, una Convención de Notables se reunió para elegir Presidente y Vice. Ante esa situación, Carlos Pellegrini se negó a participar y declaró: “estamos en los últimos días de la lucha, digo mal, estamos en los últimos días y no hay lucha. En la República solo hay silencio, vacilación y ansiosa expectativa. Ya no hay ni principios, ni pasiones, ni entusiasmo, ni categoría, y los partidos populares renuncian a la vana tarea de conmover la inmensa masa adormecida o asfixiada”. Interesante observación de uno de los políticos de mayor caudal intelectual que hemos tenido.
Felizmente en la Argentina de hoy, lo que menos hay es silencio. ¿Está mal la discusión y el debate? Buena pregunta.
Ciertamente hay una significativa y variopinta galería de periodistas, cientistas sociales, políticos y especialistas todo terreno que alertan sobre los peligros de la grieta y las diferencias, y ruegan acallarlas mediante acuerdos, pactos o vaya a saber qué. ¡Error! Las diferencias encienden las pasiones y enriquecen el debate. Como explicaba Pellegrini.
Resuelto comicialmente el conflicto y en el marco de las instituciones republicanas, gobierna quien ganó y luego de vencer deberá proceder, desde la victoria, a los acuerdos necesarios para implementar sus ideas, la mitad de ellas o el 10%. Se verá, según las condiciones del triunfo. Una formidable derrota electoral facilitaría mucho los cambios.
La nueva derecha
No hay dudas de que ha ganado la derecha. Si sumamos los votos de Milei y Patricia y arbitrariamente la mitad de los alcanzados por Larreta se está en el 52% de los votos. ¿Son votos bronca como se afirma mayoritariamente y por lo tanto volátiles, fáciles de licuar? Veamos.
Se asegura que la opción Milei se trataría de un voto bronca, un voto de hastío ante la situación imperante. Digamos al pasar que el voto a Milei no es muy distinto que el voto a Bullrich. Es un voto duro, claro y firme frente a los cambios que hay que realizar. Quizás sea más sólido el de Milei porque el de Patricia tiene que consensuar con radicales que en el gobierno de Macri pusieron palos en las ruedas. Y la gente se acuerda.
Además Juntos por el Cambio tiende a describir los problemas y Milei a terminar con ellos. Solo un ejemplo: Juntos describe el problema del narco y el delito y promete terminar con el flagelo. Milei es más simple: el que las hace las paga.
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Los sufragios a Patricia y a Milei no son votos de bronca. La bronca es pasajera y volátil y la impresión es que aquí hay firmeza en la decisión tomada. Daría la sensación que en el voto hay más esperanza que rencor. Más empatía que indiferencia. Ciertamente la personalidad pública de Milei no ayuda a lo dicho. Pero el tiempo amansa a las fieras.
Ya que el León ha ponderado en varias oportunidades al doctor Menem, debería recordar que el riojano decía: “El que se enoja pierde”.
Pero hablamos del votante y no del votado de modo que no habría que comerse el amague de la bronca y el enojo. El voto a Patricia no es cuestionado, sencillamente, porque hay alguien “peor” que ella.
El gobierno que se va no ha dejado de cometer errores en todos los ámbitos: encerrarnos en pandemia y castigar la desobediencia como si el país fuera un jardín de infantes, llenar el Estado de empleados que no cumplen ninguna función y jubilados que no aportaron lo correspondiente, alentar el desorden y el delito (Vatayón Militante, Hinchadas Unidas, mapuches okupas y Zaffaroni, entre otras bellezas) permitir la ocupación de tierras privadas y públicas, corrupción, políticos millonarios, trabajadores pobres, estatizaciones que nos costarán muy caras, amistad con las dictaduras de izquierda latinoamericana, una política exterior errabunda, inflación, adherirse como payasos a las novedades de la agenda progre mundial, militar el aborto y exacerbar la agenda LGTB permitiendo actos y marchas nauseabundas de manifiesta pornografía pública cuando en rigor la sexualidad remite a la intimidad y a lo privado, laxitud con la droga, complicidad con el narco y cobardía frente al delito. Hay más pero con esto alcanza para identificar el porqué del voto. No es un voto bronca es un voto esperanzado.
¡Cuidado, se viene la derecha!
Así, con estos argumentos, harán la campaña electoral. Es sorprendente la ignorancia del gobierno. Que radicales como los Moreau y Alfonsito procuren atemorizar a la población con que se viene la derecha es entendible y razonable, su izquierdismo vergonzante aflora cotidianamente. Ahora, que peronistas y dirigentes gremiales levanten esta impertinencia habla del calado intelectual de estos actores. Solo un ejemplo, Perón se enfrentó en 1946 a la izquierda y a los Demócratas norteamericanos izquierdizados, fue amigo de Somoza, Pérez Giménez y Stroessner, entre otros angelitos. El kirchnerismo, por el contrario es apoyado por la centro izquierda argentina, latinoamericana y norteamericana. Algo ha salido mal.
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