Hace un tiempo me pasaron una fake news. Era un vídeo de un supuesto experto que, con un pizarrón (a tiza) detrás, explicaba cómo cierto candidato había ganado una elección que, en realidad, había perdido. Pasaba entonces a argumentar que a este candidato le estaban robando la elección por medio de algún complot opositor.
El video estaba filmado con una cámara de resolución baja, con mala iluminación y sonido precario. A simple vista, no parecía una fuente muy confiable. Decidí rastrearlo y rápidamente me encontré que había sido publicado originalmente en un sitio de igual baja calidad cuyo dueño ya había sido denunciado en la justicia por la difusión de noticias falsas. Además, la gravísima denuncia de un fraude electoral que acusaba el supuesto experto no era mencionada por ningún medio local ni internacional. El veredicto era claro.
Sin embargo, y a pesar de su mala calidad, suficiente gente la creyó como para que alguien terminara por reenviármela, y de hecho otras cosas sucedieron en esa oportunidad, pero ese es otro tema. De lo que quiero hablar es: si esa noticia falsa tan obvia había alcanzado tanta viralización, ¿qué pasará cuando sean indistinguibles de la realidad? ¿Cuánta gente puede creer en fraudes inexistentes, o en actos flagrantes de corrupción que nunca pasaron o en declaraciones shockeantes y hasta criminales por parte de cualquier candidato político?
La suplantación de identidad será más fácil que nunca, y podrán hacerse pasar por cualquiera de nosotros, incluyendo nuestra voz y apariencia, ya sea para estafas y robos o por pura malicia
Estas son solamente algunas de las incógnitas que se abren en esta nueva era de inteligencia artificial en la que no solo será imposible saber qué es real y qué no en un plano político, sino en todos los niveles de interacción digital. El famoso “cuento del tío” se puede volver un engaño infalible con videos en los que se pueda ver claramente a un ser querido pidiendo dinero para salir de alguna situación escabrosa. La suplantación de identidad será más fácil que nunca, y podrán hacerse pasar por cualquiera de nosotros, incluyendo nuestra voz y apariencia, ya sea para estafas y robos o por pura malicia.
Para decirlo de otra manera: la introducción de los nuevos modelos de inteligencia artificial en la vida cotidiana de millones de personas creará quizás la mayor disrupción que la sociedad humana haya enfrentado: la incapacidad absoluta de diferenciar realidad de ficción.
Frente a este panorama, creo que será necesario implementar sistemas resilientes a la manipulación y mecanismos que nos ayuden a saber cuándo estamos tratando con seres humanos y cuando con bots. Para esto se requiere una solución tecnológica que nos permita validar identidad y autenticidad en el mundo digital, donde lo real y lo irreal se funden. Esa tecnología tiene que permitir trazabilidad y tiene que ser inmanipulable. No es necesario inventar nada, porque esa tecnología ya existe. Se llama blockchain.
Estas son algunas de las tendencias que imagino posibles dentro de unos años.
Identidad blockchain
Creo que algún día no muy lejano será necesario implementar algún tipo de ciudadanía digital basada en blockchain que confiera en el mundo digital una identidad única y verificable a cada individuo. Estos pasaportes podrían almacenar todos los datos personales y biométricos de una persona, que podrían utilizarse para verificar identidad a la hora de acceder cualquier tipo de interacción digital. Al conectarnos con nuestro “pasaporte humano”, podríamos acceder a todos los servicios de la web e interactuar con otros seres humanos, mientras que un bot o una inteligencia artificial tendría ciertas restricciones.
Es posible que se vuelva imposible controlar al monstruo que hemos soltado en el mundo. Que la crisis de confianza lleve a que se rompa el sentido absoluto de la realidad
Esto también permitiría la creación de sistemas de identidad soberana, donde sean los usuarios quienes estén en control de sus datos, ya que ellos podrían decidir cuándo y con quién compartirlos. Además, sería una solución contra el robo de identidad, ya que los datos registrados en una blockchain no pueden ser replicados ni modificados.
Un validador de realidad
A los efectos de este texto, consideremos que existe una realidad objetiva, que corre en paralelo a las verdades que puedan construirse. Una foto, por ejemplo, conlleva la verdad subjetiva del fotógrafo, y quizás también la del editor que la seleccionó, pero lo que esa foto registra es real. Es un recorte de la realidad. Pero, ¿qué sucede cuando esa realidad es indistinguible de la ficción? Recientemente, una foto del Papa Francisco vestido con una campera papal muy a la moda dio vuelta a la internet y muchos se preguntaron si era real. Sin duda lo parecía. Era, sin embargo, una imagen creada con Midjourney.
Hay otros ejemplos que se han hecho virales, como el video de Barack Obama en el que Barack Obama no es Barack Obama sino una creación del cineasta Jordan Peele, o el del discurso de Leonardo DiCaprio en la ONU en el que su voz se ve cambiada una y otra vez por la de varias otras celebridades, una más perfecta que la otra. Todavía hay, en la mayoría de los casos, detalles que permiten darse cuenta cuándo algo fue hecho con IA (¿por qué le cuestan tanto las manos?), pero en breve eso dejará de ser posible. Ahí es donde entra otro argumento a favor de la Web3, como se llama a la versión de internet basada en blockchain. Al permitir la trazabilidad y la procedencia del contenido digital, blockchain puede crear un registro auditable de autenticidad que permita confiar en que aquello que se ve o escucha no haya sido editado o manipulado.
Internet no es el mundo real
Claro, es posible que se vuelva imposible controlar al monstruo que hemos soltado en el mundo. Que la crisis de confianza lleve a que se rompa el sentido absoluto de la realidad. Que, incluso utilizando validadores, ya nadie crea en ellos. Que lo digital se asemeje más a una psicosis. En ese caso, tendremos que implementar una solución analógica. Es decir, dejar de considerar al mundo digital una reproducción y expansión del físico y asumir que todo lo digital es ficción. Confiar solo en las conversaciones cara a cara, en aquello que vemos, tocamos y sentimos. Nuestro universo de certezas se vería grandemente reducido, pero podríamos saber con seguridad que la persona delante nuestro es quien dice ser y es, en efecto, un ser humano. Al menos hasta que los androides se encuentren entre nosotros.
El autor es experto es comunicación digital, gaming, streaming y CEO de Peek Estudios
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