Los resultados de las PASO no solo sorprendieron a un país entero, sino que también representaron un tsunami en la clase política argentina. A las consecuencias económicas que quedaron a la vista se sumó, naturalmente, la incertidumbre en términos estratégicos de cada equipo de campaña de cara a las elecciones generales. A los principales comandos les llegó la hora de pensar octubre cómo lo que es: una nueva elección.
Milei, como buen discípulo del doctor Bilardo, está claro que no cambiará. La construcción de su narrativa fue exitosa. Ganó en 16 provincias de 24, lo hizo en grandes centros urbanos, provincias del norte, del sur y obtuvo muy buenos resultados tanto en sectores acomodados como en barrios populares.
El voto al economista fue mucho más que un grito de bronca. Quienes rápidamente sacaron esa conclusión cometen un grave error: Milei representó la bronca, pero también supo transformarla en esperanza, principalmente en jóvenes de las zonas más postergadas de la Argentina.
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A diferencia de lo que ocurrió con los candidatos de Juntos por el Cambio y Unión por la Patria, en ningún momento Milei se apartó de su -claro y conciso- mensaje en toda la campaña. En cada aparición, plasmó con éxito la propia construcción de su “nosotros o ellos”: los ciudadanos honestos vs. los políticos chorros.
Acertó en, tal vez, las dos claves más importantes en una campaña electoral: leyó bien el contexto y conectó emocionalmente con el sentir del electorado. Esto, que parece simple, requiere de una definición estratégica adecuada y de tener la capacidad de poder transformarlo en un mensaje exitoso que represente y que, además, se manifieste en un voto dentro del cuarto oscuro. Todo eso pasó.
Entre 2003 y 2015, el kirchnerismo le hizo creer a gran parte de la población que el Estado te salvaba. Cambiemos, en 2015, propuso un Estado eficiente que hacía lo que tenía que hacer. Por su parte, la gestión de Alberto Fernández directamente fue un Estado fallido, el antecedente ideal para una propuesta anti sistema. A partir de esto, Milei, en 2023 y ayudado por un contexto internacional donde son competitivos los Bolsonaro, Trump, Abascal y Le Pen, representó y conceptualizó lo que hoy siente gran parte de la población: del Estado te salva al Estado te jode.
Octubre es una nueva elección
Las primeras reacciones de la política y parte de la opinión pública al triunfo de Milei no hacen otra cosa que hacerle el juego a él. Creer que una campaña del miedo comparando al economista con un dictador -o algo por el estilo- ayuda a que no entre al balotaje es, por un lado, alimentar discursivamente a Milei y, por el otro, seguir sin entender a su votante. No comprender cómo está, qué siente, qué le pasa por la cabeza. En conclusión, no representarlo. Y la política, ante todo, es representación.
Al votante de Milei hay que, en primer lugar, escucharlo. Después, entenderlo y no juzgarlo, y, por último, intentar representarlo. Tanto Sergio Massa como Patricia Bullrich tienen un desafío muy importante: conectar emocionalmente con ese electorado, ya que no va a alcanzar con un mensaje racional que exponga la imposibilidad de llevar a cabo las propuestas de Milei, ya sea por desbaratadas y/o impracticables porque gobernaría con muy poco poder político: 40 diputados, ocho senadores y ningún gobernador.
Sergio Massa tiene, por un lado, el desafío de cerrar filas hacia adentro en un contexto donde la sociedad transita por el carril derecho y, por el otro, el desafío económico de ser el ministro de una economía que día a día no encuentra el piso. El índice de inflación de septiembre, que se conocerá días antes de la elección de octubre, podría ser su acta de defunción política.
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Patricia Bullrich, por su parte, quedó desperfilada. A la “halcona” número uno le creció por derecha un león que para la opinión pública de este nuevo reino animal es el más duro de todos. A su izquierda sigue Massa por lo que, casi en un homenaje a quien derrotó en las PASO, la reconfiguración hoy la ubica en el centro del espectro ideológico. Ya sin el desgaste de la interna tiene que redefinir en qué pecera cazará lo que necesita para asegurar su lugar en el balotaje.
El resultado de las PASO obliga a ambos a barajar y dar nuevo. Octubre es una nueva elección donde existe un universo importante de votantes que no se expresó en agosto y que, al igual que ocurrió en 2019 y 2021, puede incidir fuertemente, incluso, esta vez, dando vuelta lo que pasó el domingo 13, ya que la diferencia no es la de los últimos dos comicios.
Quien festeje el 22 de octubre a la noche será, ante todo, consecuencia de una decisión estratégica acertada que logre imponer una narrativa que represente a los ciudadanos. De fallar en esto, la suerte ya está echada.
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