Infancia no tiene plural en castellano. Como no lo tienen niñez, adolescencia, adultez o vejez. Pero eso no detiene a quienes castigan nuestros oídos con niñeces, infancias, niñes, jóvenas y otras sandeces (sandez sí tiene plural).
¿Qué tal pobrezas? Porque esa condición se viene multiplicando entre nuestros niños, comprometiendo su futuro y el del país.
En estas fechas también se suele librar un combate estratégico contra el color rosa para las nenas y el celeste para el varón; o contra los juguetes “sexistas”, porque todo es construcción, todo imposición, salvo el no binarismo que ellos preconizan.
La jerga inclusiva suma adeptos entre quienes necesitan hacer de cuenta que hacen algo. Lo que no se puede, no se quiere o no se sabe combatir en la realidad, se resuelve en el discurso, en el relato.
“Argentinos, a las palabras” es la consigna de muchos políticos y funcionarios. “InfanciaS” es el vocablo mágico que va a resolver la pobreza, la malnutrición, la mendicidad, la violencia, la degradación de la educación y otros “privilegios” de tantos niños argentinos.
“El lenguaje refuerza estereotipos y desigualdades”, se lee en el portal de la Defensoría de niños (niñas y adolescentes, obvio) de una de nuestras provincias -el discurso es más o menos el mismo en todas-, por lo que “se hace necesario ampliar la mirada más allá de los binarismos (sic) para incluir a las infancias en sus múltiples diversidades.”
Esta idea de que hay que visibilizar lo oculto con plurales forzados es análoga a la de las feministas respecto de la mujer: al parecer no existíamos hasta que llegaron ellas con su cacofónico desdoblamiento.
El pasado argentino desmiente rotundamente esto, porque los niños en nuestro país tuvieron más derechos y privilegios en épocas pasadas que en la actualidad, cuando sobran las palabras y faltan soluciones.
¿Necesitábamos a estos aprendices de semiólogos para saber que la realidad que viven los niños argentinos es diversa, que algunos tienen acceso a todo y otros nacen en el desamparo? Es bien sabido que un niño que es explotado, maltratado y privado de lo más elemental no tiene infancia. Y es obvio que ese niño parte con desventaja en la vida. Ya lo sabemos, señoras (y señores). No perdamos el tiempo.
Pero la diversidad a la cual ellos aluden es otra, es la que pretenden imponer con el no binarismo, la teoría queer y demás yerbas; no hablan de la brecha social porque esa es real y para cerrarla hay que pensar soluciones e implementarlas; mejor promover diversidades imaginarias.
Actualmente en Argentina la pobreza afecta al 39,2% de la población, mientras que la pobreza infantil, de 0 a 14 años, es del 54,2%. Es decir que hay cerca de 18,2 millones de pobres, de los cuales 6 millones tienen entre 0 y 14 años.
“A esta hora exactamente hay un niño en la calle”, recitaba Armando Tejada Gómez, hace 60 años… Nada más actual.
Más de la mitad de los niños son pobres en la Argentina. ¿Qué representan para todos ellos los extravíos semánticos de los funcionarios (y de las funcionarias)?
No tienen garantizado el derecho a una buena alimentación, a una atención completa de su salud, a vivir en una casa digna, a recibir una educación de calidad. Eso sí, si quieren cambiar de sexo, pueden hacerlo a cualquier edad; si son menores, con autorización de los padres, que a tal efecto son presionados con este discurso eufemístico sobre las niñeces promovido por pseudo defensores de niños (niñas y adolescentes) que son en realidad agentes de la deconstrucción de la infancia.
La Asignación Universal por Hijo fue, es, una política pro infancia, pero los mismos que la instauraron dieron luego un giro antinatalista que poco difiere de la eugenesia social que propuso un referente liberal el año pasado. Los progresistas, oficialistas y opositores, que fingieron escandalizarse ante ese discurso “de derecha” -que acusa a las mujeres pobres de embarazarse para cobrar planes-, son los mismos que militaron el aborto en nombre de esas mujeres, porque ellos también promueven esa “solución” a la pobreza.
En 1927, la poetisa chilena Gabriela Mistral escribió: “La infancia servida abundante, y hasta excesivamente por el Estado, debería ser la única forma de lujo —vale decir, de derroche— que una colectividad honesta se diera, para su propia honra y su propio goce. La infancia se merece cualquier privilegio”. No le hizo falta deformar palabras y usó, sí, el mismo concepto que acuñaron los fundadores del movimiento del que algunos se dicen herederos pero cuya doctrina deshonran: “Los únicos privilegiados son los niños”.
Como cierre, va una estrofa del poema interpelante de Tejada Gómez que, décadas antes de la neolengua, nos recordaba a los argentinos que…
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.
[Este artículo reproduce parte de mi newsletter “Contracorriente”. Para recibirlo por correo, suscribirse aquí]
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