Es un dato no menor. La Torá contiene una sección especial dedicada al establecimiento de las instituciones que deben gobernar una nación. La primera de la lista hace que toda la sección lleve su nombre: “Shoftim” que significa “Los Jueces”. Antes que el poder Ejecutivo del Rey, el legislativo de los ancianos o el órgano de auditoría estatal de los profetas, se encuentra la Justicia. Entre los textos más conocidos figura el tristemente célebre “Tzedek, Tzedek Tirdof” “Justicia, Justicia perseguirás”. Los textos sagrados declaman la absoluta independencia que debe tener este cuerpo del gobierno. Reclaman la imparcialidad en el juicio, la justicia justa y la honorabilidad de los jueces. Como también advierten acerca de la corrupción, las dádivas y el soborno.
El texto es una pieza exquisita como marco ético para los Tribunales, magistrados y jueces de lo público. Pero a la vez una guía para nosotros en lo cotidiano. Porque nos erigimos en jueces, todos los días. Lo juzgamos todo, todo el tiempo. Y sabemos recibir el peor de los sobornos: el de nuestra capacidad para autoconvencernos de que lo que hacemos o decidimos de manera equivocada, no lo era tanto.
Esta semana cayeron sobre el país todas las tormentas. Política, económica, social, climática. Todas las tormentas posibles. Terminamos empapados por la realidad. Las tormentas suelen ser eminentemente injustas. Porque sentimos que no las pedimos ni las trajimos, que no las merecíamos, y que ni siquiera sabemos cómo frenarlas. Pero incluso en tiempos de tormenta, así como hay cosas que no están en nuestras manos, hay otras que sólo están en nuestras manos. Y sería injusto no asumirlo.
Dentro de los textos de esta sección encontramos el siguiente: “Lo Tasig Guevul Reeja” - “No corras el límite (en la tierra) de tu prójimo” (Deut 19:14).
El sentido llano es no tomar la cerca que divide tu campo del campo del vecino y correrla en secreto por la noche unos metros a tu favor. Pero no necesitamos una Torá para que nos aclaren un ejemplo tan obvio. En realidad nos hablan acerca de los bordes. Los límites.
Todo tiene un límite. La dimensión de lo infinito no cabe en nuestra existencia finita. El cuerpo tiene un límite, un edificio tiene un límite y el imponente mar también lo tiene. El odio tiene un límite. El amor tiene un límite. La vida tiene un límite.
En el metro cuadrado de nuestra vida, la cerca está en nuestras manos.
Nos toca ponerle límites a la política. El voto es la herramienta para el límite, el freno. Para decirle a oficialismos y oposiciones cuál es nuestro límite. El de no querer seguir desperdiciando nuestro país. Ni quebrar la ilusión de futuro a nuestros hijos. El límite que grita que no somos testigos mudos ni de la corrupción, ni de la irresponsabilidad, ni de la falta de coraje, ni de la incapacidad de que nadie se haga cargo de una tormenta demasiado larga y dolorosa. La cerca en donde poner un límite está en nuestras manos.
Pero está cerca, no sólo funciona como reparo ante el poder de un gobierno, sino ante el poder que le entregamos a otras personas o a otras cosas sobre nosotros.
La mirada de los demás es sin dudas importante. Pero está en nuestras manos fijar el límite con el que esa mirada va a gobernar sobre nuestras decisiones.
A veces son viejos mandatos, ideas de otros o modas del momento que pueden correr la cerca por las noches e invadir nuestro carácter, la agenda o convicciones propias.
¿Cuál es el límite que le pondremos a la tecnología, al mundo de pantallas y de algoritmos que deciden qué queremos comprar, qué queremos sentir, en qué tenemos que pensar, qué queremos votar, qué entendemos por felicidad, ocio o diversión?
¿Cuántas horas del trabajo o de cosas totalmente prescindibles, se pasan de este lado de la cerca de nuestro tiempo tan limitado, para dejar de invertirlo en lo importante?
A veces un dolor, una pérdida o un fracaso, ingresan en el terreno del alma y nos imponen una forma de ver el mundo, que no es del color que podríamos pintar el cuadro.
Otras veces son personas, que están o que quizá ya no están en nuestra vida, a las que les damos demasiado poder sobre nuestras vidas. La cerca del límite, debe estar en nuestras manos.
Como jueces es más fácil juzgar lo que nos rodea. Juzgar al otro, a la realidad, a la política, al pasado, a la vida, al mundo y hasta a Dios. Pero la justicia debe ser justa. Y debemos poder tener un juicio justo sobre nosotros mismos. Porque también somos nosotros los que cruzamos muchas veces el límite.
No correr la cerca implica respetar las ideas del otro. Sus elecciones, sus decisiones, su forma de regar y de sembrar su campo.Implica respetar el lugar de nuestros mayores. Respetar la voz y la opinión de nuestros hijos y la forma de amar de nuestra pareja.
No corrernos de nuestros límites, es asumir con humildad cuál es nuestro límite.
Revisar cuán justos hemos sido con nuestros padres. Con nuestra historia.
Cuán justos somos con nuestros hijos. No correr la cerca es ser jueces justos con nosotros mismos.
Y especialmente, ser justo disfrutando del campo que tenemos de este lado de la cerca.
En vez de sólo mirar el metro cuadrado de al lado, invertir más tiempo, trabajo y satisfacción en embellecer este lado de tu cerca.
Amigos queridos. Amigos todos.
Estas últimas tormentas nos dejaron empapados. Llegamos a casa, nos cambiamos la ropa mojada, nos dimos una ducha caliente y nos esperaba un plato en la mesa. Poder apreciar y agradecer lo que tenemos del lado de nuestra cerca, no puede hacernos ciegos al dolor de tantos que no tenían a donde volver ayer después del temporal. Las imágenes de tantas familias a los que el agua les llevo todo, otra vez, nos tiene que hacer comprender lo que sí tenemos para hacer con lo que sucede del otro lado de nuestra cerca.
El gran poeta inglés Chesterton decía que lo más importante de un cuadro es el marco. Es el límite lo que le entrega belleza y sentido a la obra que tenemos frente a nuestros ojos.
En nuestras manos, la cerca que nos da gobierno y poder sobre nuestra vida.
También el voto, la ayuda, la ofrenda y el abrazo. El pincel con el que pintar la obra.
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