Mauricio Macri está exultante. Se autopercibe ganador. Festeja que su primo Jorge Macri se impuso para la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y que Patricia Bullrich sacó de escena a Horacio Rodríguez Larreta. Pero, por sobre todo, celebra como propio el arrasador triunfo de Javier Milei.
Para el ex presidente, ganó el Cambio es su versión más extrema, o sea, ganaron las ideas por las que él dice venir batallando desde siempre. Macri contabiliza como propios los 48 puntos que suman los votos obtenidos por Milei y Bullrich.
Una lectura atropellada podría llevar a suponer que Milei obtuvo el primer lugar en la interna de Juntos por el Cambio relegando a un incómodo segundo puesto a la “muñeca brava” esponsorizada por el ex presidente.
En el búnker bullrichista la irrupción auto celebratoria de Macri pega mal. No solo desconcierta sino que no suma nada a la necesidad de urgente cohesión que demanda la coalición opositora. Son varios los referentes de ese espacio que vagan desorientados mascullando bronca contenida.
Javier Milei ha puesto no poco empeño en denigrar a muchos de los principales referentes cambiemitas, empezando por la mismísima candidata de la que dijo “es menos que mi segunda marca”. Engolosinado por los mimos que le dedica el jefe del PRO el líder de LLA redobla la apuesta.
La diatriba mediática mileista sumó también algunas feroces parrafadas dedicadas a Larreta al asegurar que el votante del jefe de gobierno de la Ciudad está más cerca de votar a Massa que a la candidata de Juntos. No fue mucho más piadoso con las huestes de Lilita Carrió. Para referirse a ese grupo habla de “Coalición Cínica”. De sus dichos acerca del radicalismo mejor ni hablar. El libertario lleva años despreciando todo lo que huela a UCR. Un sentimiento bastante afín al que, dicen, también experimenta Macri en relación a sus aliados.
Si el regocijo mediático de Mauricio Macri tiene que ver con una estrategia pensada para atraer a los votantes del libertario profundizando su acercamiento político o es solo un desborde de su ego, está aún por verse. En lo inmediato sólo aporta un inquietante malestar entre los referentes de JxC que intentan rearmarse tras el golpazo electoral del pasado domingo. Lo de Macri no ayuda.
Un dato que el ex presidente no parece haber registrado es el rotundo fracaso que fue para su espacio el resultado de las PASO.
La coalición quedó a apenas algo más de un punto arriba que UxP. Una estrepitosa caída que solo se puede atribuir a la devastadora interna del PRO librada a cielo abierto en las primarias. Una guerra de egos en la lucha por el poder. Una movida que forzó todas las tensiones desperfilando el espacio que Macri supo construir para terminar llevándolo al borde mismo del precipicio.
Horacio Rodríguez Larreta salió destrozado del primer domingo electoral y Patricia Bullrich recogió con toda la furia un magro 17 por ciento. Un resultado paupérrimo.
Suponer que los votantes de Javier Milei son todos fervorosos defensores de los rotundos cambios con los que catequiza el macrismo es no entender la complejidad que entraña el voto al libertario.
Milei encarna un fenómeno político disruptivo transversal que recoge fuertes diferencias entre jóvenes de todas las clases sociales, convocando muy especialmente en los extremos. JM dispone de herramientas de comunicación con la sociedad que están por fuera de los medios masivos de comunicación. Son canales nuevos, diferentes a los que la política usó hasta aquí.
En forma y contenido, el líder de LLA logra articular con las demandas de una sociedad devastada por propuestas y consignas que no resuelven los gravísimos problemas que la afectan en la vida diaria.
Se votó a Milei por muchos y muy distintos motivos. El enojo y la bronca, el reclamo para que “se vayan todos” y también la demanda de cambios que pongan en crisis el sistema. Los analistas trabajan para desentrañar el mensaje. Puede que lo logren.
Patricia Bullrich tiene ahora por delante un enorme desafío. Si quiere despegar hacia las generales, está obligada a dar contundentes señales de autonomía. Es imperioso sacar a Mauricio Macri de escena, hacerlo callar o cuanto menos aplacar su encendida exaltación del libertario.
La espera una tarea urgente. Tiene que bajar a tierra cuanto antes todas las ideas y argumentos que la diferencian de La Libertad Avanza. Si quiere recuperar posiciones y actuar liderazgo está obligada a confrontar con Milei sin agredir ni romper. Algo muy difícil frente a la agresividad discursiva del libertario.
Otra cuestión que no puede esperar es la necesidad de restañar las heridas de guerra que dejó la campaña y presentar mensajes claros de unidad que refuercen la garantía de gobernabilidad con la que dice contar. El recurso de las fotos está obsoleto y es insuficiente. No va a ser fácil. Las relaciones quedaron muy dañadas.
El futuro posible está en la diferenciación. No queda otra. La pretensión macrista de asimilar a Milei es para Juntos un salto al vacío. Suponer que alcanza con dejar que “se hable encima”, también.
Patricia Bullrich está a la espera de un análisis con precisión quirúrgica del voto mileísta para definir cuál será su estrategia y narrativa camino a octubre. No está pensando en acuerdo alguno con Carolina Piparo en provincia de Buenos Aires ni en acercarse a Juan Schiaretti, un tema que generó tanto ruido en la previa. Haciendo catarsis entre los suyos retempla fuerzas para seguir. Quedó en un lugar muy complicado.
La próxima semana se reunirán e integrarán los equipos técnicos y no parece tener apuro en designar un posible ministro de economía para su eventual mandato. Tampoco está en sus planes viajar al exterior. Decidió quedarse a presentar batalla. La estrategia sigue en manos de Derek Hampton. En él confía.
Patricia Bullrich tiene que acelerar los tiempos de su estrategia. La coalición empieza a evidenciar señales de resquebrajamiento. Federico Storani ya hizo saber que luchará para que Milei “no llegue al gobierno”. Según el histórico dirigente radical la alianza entre Macri y Milei es indisimulada y aseguró que el ex presidente le brindará al libertario la gobernabilidad de la cual carece.
En un gesto claramente rupturista, Storani llamó a “acompañar en las urnas” a Leandro Santoro, el candidato de Unión por la Patria, para genera “un poder diferente al poder de privilegio de la familia Macri”. Durísimo Freddy Storani, dijo que “la coalición Juntos está fuertemente herida y por lo tanto en graves dificultades”.
Sergio Massa, como Macri, también se siente ganador. Perforó el piso histórico del 30% pero se impuso en la interna. Pretendía polarizar con la derecha de Patricia y lo tendrá que hacer con Milei. Entrenado para ver la mitad del vaso lleno, lo siente como pura ganancia. Lástima la economía.
El ministro-candidato pretendía camuflar los efectos del sacudón devaluatorio en el efecto del día después electoral y no le funcionó. La culpa de la estampida inflacionaria, el parate de la economía y los reclamos sindicales no pueden atribuirse a Milei. Sergio lo hizo.
Luego de 48 horas de silencio, Sergio Massa apareció en las pantallas del multimedio que detesta CFK para asegurar que no renuncia, que no piensa soltar el timón, que agarró el “tomuer frío” y que tenemos que agradecerle que devaluó solo el 20% y no el 60% como le pedía el fondo. Además aseguró que si gana el libertario se viene un Plan Bonex para “manotearle dinero a los ahorristas”. Temerario, en abierto desafió a que se desate una corrida bancaria que afectaría de manera inexorable lo que le queda de mandato.
Massa salió a conjurar la movida que encarnó el inefable diputado peronista, Eduardo Valdez, tan amigo de Alberto como de Cristina, que sugirió que debía renunciar para dedicarse a hacer campaña.
El candidato prefiere retener los fierros de que dispone como ministro. Los va a necesitar. Una vez que venga con los laureles mustios del FMI, algo tendrá que sacar de la manga para aplacar a los que reclaman “plan platita”.
La descomunal tormenta que este jueves se abatió sobre la región AMBA sacó de las pantallas, al menos por unas horas, el precio de los alimentos, el dólar y la parálisis de la economía. Esta vez la meteorología le jugó a favor al oficialismo.
“Es Massa o el apocalipsis”, sintetizó Andrés “Cuervo” Larroque. “No estamos en el paraíso, pero sí muy cerca del infierno”. Larroque también propone interpretar el voto de Milei. Para el hasta hace poco referente de La Cámpora, los que votaron a Milei están pidiendo soluciones que solo se pueden garantizar con más política y más Estado. Cada uno ve lo que quiere ver.
“Es peronismo o disolución nacional”, fatigan las consignas del oficialismo. En este contexto la campaña del miedo no funciona. Agitar el cuco libertario parece no estar rindiendo. Nada produce más pavor que llegar a la caja del supermercado. Nada genera más angustia que el aumento o falta de medicamentos, el parate de la economía, la desazón frente a la amenaza de una hiper. De eso trata.
Nada asegura que los resultados de octubre repliquen lo votado en agosto. Corren tiempos de ideas y emociones demasiado fluidas, líquidas. Las señales que emitió el electorado también están siendo decodificadas por gobernadores e intendentes tan afectos a resguardar la propia supervivencia. Lo que hagan o dejen de hacer será clave en las generales.
¿Qué va a pasar?, se pregunta aterrada la gente. No piensan en octubre, sino en las próximas dos semanas. Los plazos de la supervivencia son infinitamente más cortos al ras del suelo que en la estratósfera por la que transita buena parte de la dirigencia.
Los primeros sondeos post PASO ya muestran un aumento de la imágen positiva de Milei y una caída de Massa. También un fuerte grado de afinidad entre votantes de Milei hacia Bullrich. Las nueve semanas que nos separan de las generales de octubre pueden ser muy poco o una eternidad.
Con un escenario electoral de tres tercios, con Unión por la Patria rozando la performance de Juntos y 31 por ciento de gente que no fue a votar, puede pasar cualquier cosa.
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