Imaginemos que gana. Contra Pato, contra Massa o solito, sin alargue. Imaginemos, realmente, a Javier Milei con la banda presidencial. Hace apenas un mes había que hacer un esfuerzo imaginativo fuerte. Ya no. El capítulo de los Simpsons con Trump presidente se hizo realidad. Y el 6 de enero de 2021, unos chiflados disfrazados de chiflados asaltaron el Capitolio mientras se contaban los votos del Colegio Electoral.
Para mí, después de eso puede pasar cualquier cosa. Pueden bajar los mismísimos extraterrestres en el medio de la 9 de Julio a tomar el poder para quedarse con el litio de Jujuy que no me sorprendería. De modo que sí, es perfectamente posible y, de hecho, probable, que Milei sea presidente de este país.
No es tiempo de llorar ni sorprenderse. No es tiempo de preguntarse qué pasó, qué hicieron mal los otros espacios políticos (bastante obvio, por cierto), quiénes lo financiaron para morderle a sus adversarios, qué impacto tuvo el tiempo que se le regaló para que gritara locura tras locura por radio y televisión, si el consumo irónico que hicimos desde el progresismo pretensamente ilustrado no fue un acto de onanismo, si, en un contexto de precarización extrema, los privilegios de las élites de siempre sobre finas hierbas de lenguaje inclusivo & coso no fueron un poco como cagarse de risa en la cara de la gente.
Ese tiempo ya pasó. A llorar al Banco Central.
Ahora es tiempo de otra cosa. Primero, de convencer, que es algo que no intentaré hacer. No podría. No sabría cómo, básicamente porque no sabría bien de qué. ¿De qué los tengo que convencer? Sería contraproducente. Desde luego que no quiero que gane Milei. Por supuesto que me desvela imaginar que el 10 de diciembre próximo podríamos festejar los 40 años de democracia sentando a presidir el Senado a una negacionista defensora de genocidas. Me da pánico. Pánico real. Pánico nivel el domingo a la noche me puse a revisar el vencimiento de los pasaportes. Pero no tengo nada demasiado bueno para decir de ningún otro. Así que elijo callar. No estoy en condiciones de convencer a nadie. A lo sumo te puedo manguear un voto nulo, ponele.
Pero hay algo más por hacer. Dado que asumo que Milei puede ganar y que no es mucho lo que puedo hacer para evitarlo, me pregunto qué límites reales encontrará, si es Presidente, para implementar las extremas propuestas de su plataforma electoral. Dolarización, armas, aborto, planes sociales, privatización de cárceles, unificación de seguridad y defensa… ¿Qué de todo eso podrá, realmente, hacer?
Y cuando me hago esa pregunta, me calmo. Por eso vengo acá a recomendarlo. Sugiero, pues, dejar de comentar lo loco que nos parece que está, el supuesto espiritismo de la hermana, lo de que habla con los perros muertos o lo absurdas que son sus propuestas a la luz de los principios más básicos del liberalismo clásico (ni te digo del igualitario). No digo que no sigan haciendo eso los que todavía creen en algo y pueden persuadir o al menos intentarlo. Les agradezco su servicio, aun si lo juzgo, a esta altura, inerme.
Mi bálsamo es para los ateos. Propongo analizar la economía política de las reformas de Milei. ¿Tendrá los votos que necesite? ¿Habrá resistencias judiciales? ¿Juntará las mayorías especiales? ¿Convencerá a los gobernadores? ¿Recogerá los vítores del pueblo en la calle? ¿Lo acompañarán las instituciones financieras internacionales? ¿Qué harán los países vecinos? ¿Cómo reaccionará Europa? ¿Qué fichas moverá Estados Unidos si el año que viene no gana Trump? ¿Qué pasará con China?
Porque sí, los presidentes en la Argentina tienen enormes poderes constitucionales, pero los frenos y contrapesos existen. No son uh, guachi wow, qué pedazo de límites constitucionales, pero existen. Y los límites de la realidad y de la geopolítica también. Milei puede querer cortar lazos con Brasil y China, por ejemplo, pero son los principales socios comerciales de la Argentina, qué sé yo. Vofi, como dicen los pibardos que seguramente votan a Milei.
Así que, en distintos temas, sería bueno que analicemos las condiciones reales de posibilidad de las propuestas. Es lo que hizo, por ejemplo, el economista Martín Rapetti en una columna para Infobae sobre la dolarización. Bajo el título “Una propuesta inviable” explicó en detalle no ya por qué sería malo dolarizar, sino por qué sería imposible de implementar.
En esa línea, dejo aquí algunos granitos de arena:
-Milei tendría alrededor de 40 diputados, menos de 10 senadores, ningún gobernador (salvo que gane Píparo), ningún intendente, una vicepresidenta que sólo sirve para desempatar en el Senado, ningún juez federal, ningún juez de Corte y ningún control de “la calle”.
-El quórum en Diputados es 129 y en el Senado 37.
-Cualquier retroceso significativo en materia de derechos humanos violaría el principio pro homine y debería ser anulado por la Justicia.
-Cualquier juez o jueza podría anular o declarar inconstitucional un decreto presidencial, un acto administrativo, un contrato o un reglamento.
-Para reformar la Constitución se requiere el voto de dos tercios de los miembros de cada Cámara.
-Para gobernar se necesita un presupuesto, que es básicamente una ley del Congreso que votan diputadas y senadores. Los senadores suelen responder a los gobernadores.
-La coparticipación está establecida en la Constitución Nacional. Es tan difícil de acordar que la ley convenio (que requiere el voto de la mayoría absoluta del total de los miembros de cada Cámara) debió dictarse antes de 1996 y eso nunca ocurrió. Por eso sigue vigente la ley de 1988. Ni siquiera en momentos de hegemonía política a full se pudo avanzar.
-Para unificar seguridad y defensa hay que reformar leyes muy pesadas, que tienen años de consenso democrático: seguridad interior, defensa e inteligencia.
-El Código Penal y el Código Procesal Penal son simples leyes, pero basta con googlear las 845 mil comisiones truncas de reforma o implementación que se crearon en 40 años de democracia para advertir lo difícil que es cambiarlos en forma integral.
-Varios sectores doctrinarios sostienen que la dolarización y la eliminación del Banco Central violarían las obligaciones constitucionales del Congreso, que debe crear un banco federal con facultad de emitir moneda, fijar y defender su valor.
-Las consultas populares a las que puede convocar el presidente no son vinculantes.
-Hay quienes dicen que no puede utilizarse la consulta popular en materia penal (relevante para la discusión de aborto).
-Los límites constitucionales al dictado de decretos de necesidad y urgencia (DNU) son claros si hay jueces con ganas de aplicarlos. La necesidad y urgencia tiene que ser posta (que no pueda sesionar el Congreso, como en una guerra) y no se puede hacer en materia penal, tributaria, electoral o de partidos políticos.
-Y los DNU (lo mismo el veto parcial y los decretos delegados) no sólo te los pueden voltear los jueces, sino también el Congreso.
Claro que todo esto no quiere decir nada. No es que una saca la Constitución Nacional del bolsillo como el ancho de espada, se lo pega en la frente y grita, a lo Marga Stolbizer, ¡yo ya gané! Ese sueño húmedo dworkiniano no existe en la vida real. Los límites legales y constitucionales son, al final del día, manchas negras sobre papel. Se han violado y se violan todos los días, incluso por los jueces y juezas que deben aplicarlos.
Y las interpretaciones constitucionales han cambiado a lo largo de la historia. Si no, preguntale al aborto en Estados Unidos. O a la criminalización de la tenencia de estupefacientes para consumo personal acá: inconstitucional para la Corte de Alfonsín y constitucional para la Corte menemista. A esto se agrega, por dar un par de ejemplos, que el matrimonio igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo, la identidad de género, la educación sexual integral y la protección contra la violencia de género sólo están garantizadas por leyes.
Los pasaportes al final estaban vencidos, así que saqué turno para renovarlos la semana que viene. Igual me bajaron las defensas y me agarré Covid. Por suerte ya no mata. Aunque la verdad, como dijo uno por ahí: “La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Seamos libres y lo demás no importa nada”.
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