Quién puede no estar de acuerdo con Milei, el libertario, que sostiene verdades de a puño: la corrupción; la promoción de la mediocre dirigencia política; el cierre del Banco Central, ya propuesto en su época por el fiscal de la Década Infame José Luis Torres (1901-1965); la ineficacia de los funcionarios del Estado, desde ministros a subdirectores nacionales; el reparto indiscriminado de planes sociales para no trabajar; etc. Pero la crítica en política, como la vida misma, no viene acompañada de una propuesta, es estéril. De nada vale el criticar, si carecemos de una teoría política.
Los libertarios no tienen una teoría política, sino sentimientos en contra del status quo vigente. Al igual que los viejos anarquistas que se oponían al socialismo (hoy progresismo), porque constataron que el proletariado quería progresar y no quedarse en su clase para una lucha futura entre ellos y los burgueses como sostenía el marxismo. Su limitación está en que no tienen ni tuvieron un proyecto de Nación, ni teoría del Estado. El Estado, según ellos, tiene que desaparecer. Por eso, comparten con el marxismo el internacionalismo. Los libertarios son individualistas e internacionalistas al mismo tiempo. Están en contra de todo tipo de nacionalismo. Hay allí una contradicción insalvable.
Esto nos lleva a plantearnos: ¿Cómo hacer política? Perón, en su simpleza, afirmó: “Con bosta se hacen paredes”, indicando así que en política se debe trabajar sobre la base de lo que existe, porque la realidad es la única verdad.
Los libertarios, como los marxistas y como los progresistas, están parados siempre en el éxtasis temporal del futuro, mientras que los conservadores lo hacen sobre el pasado. Pero la realidad pinta gris sobre gris y con ella hay que bailar. “Hic Rodhus, hic saltus= aquí está Rodas, aquí hay que bailar”, afirma Hegel en su genial intuición en sus Lineamientos sobre la filosofía del derecho (1831). Esta exigencia de realidad hace que la tengamos que comprender como “lo que es, más lo que puede ser”.
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Hace muchos años, un lúcido representante del sindicato de televisión, como lo fue don Enrique Ferradás Campos, observó que la diferencia entre un dirigente sindical y un político es que el primero trabaja sobre lo que existe y el segundo sobre lo que él cree que existe. De ahí, que el discurso político, en general, enuncia un compromiso que no lo compromete. En tanto que, el dirigente sindical tiene un compromiso personal y cotidiano con sus trabajadores. O, al menos eso, es lo que tendría que tener.
La realidad es lo que es: es el ente, un conflicto de potencia y acto afirmaba el viejo Aristóteles, y eso es lo que hay que tener en cuenta y desde dónde partir siempre. Por eso, el ente es el mayor de los conceptos y lo primero que capta la inteligencia. De ahí, que a un buen filósofo no le está permitido el macaneo.
El libertario ante la realidad no dice: “Construyamos a partir de ella”, sino “Disolvámosla para salvar al individuo”. Y propone como sujeto de la política al individuo aislado y auto satisfaciente. Una especie de “Juan Palomo, yo me lo gano y yo me lo como”. Con ese individualismo exacerbado no se construye política (ciencia ordenada al bien común) sino anarquismo donde cada uno se salva como puede.
Política, como ciencia arquitectónica de la sociedad, se hace a partir del disenso que es el que funda la propuesta o proyecto para reemplazar el orden constituido. Y el disenso en su sentido más profundo quiere expresar “otra versión y visión” a la dada, a la presentada por lo políticamente correcto. Esto es lo que no hacen los libertarios, ”los contreras”, para hablar en criollo. Es cierto que esa postura suma votos, pero votos que no encuentran una capitalización política sino que se limitan a manifestar un desacuerdo.
Como bien observa Bandieri, ese gran jurista argentino, recordando a Moisés Ostrogorsk (1854-1921): “La función social de las masas en una democracia no es la de gobernar sino la de intimidar a los gobernantes”. Y esto ocurrió en la elección del domingo pasado cuando triunfó el libertario Milei.
El peronismo tiene, ciertamente, mucho de criticable pero, al menos en Argentina, es la única teoría política que, apoyándose en la realidad, tiende siempre al futuro. Eso explica, más allá de sus logros históricos (primer peronismo) y fracasos históricos (último peronismo), por qué el marxismo no pudo reemplazarlo y por qué desde el liberalismo siempre surgen figuras que quieren “cabalgar ese tigre”. Milei es su último jinete. ¿Podrá hacerlo? Chi lo sa, dice el tano.
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