El año pasado, mientras el Gobierno afirmaba que la inflación descendería al 30% en el presente, nosotros sosteníamos públicamente que alcanzaríamos los tres dígitos. Esto no era fruto de premoniciones, sino que se basaba en la comprensión de que estábamos ya inmersos en el cuarto proceso hiperinflacionario en Argentina. Aunque Phillip Cagan considera que la hiperinflación se alcanza con una tasa mensual del 50%, en realidad se trata de un proceso de fuga de dinero provocado por la mala praxis gubernamental. Este proceso lleva tiempo, pero es inexorable si no se interrumpe el círculo vicioso de déficit fiscal y financiamiento mediante la impresión de billetes. La inflación persistente va deteriorando la demanda de dinero, que circula cada vez más rápido, obligando al gobierno a imprimir más billetes para financiar el mismo déficit fiscal, creando un círculo vicioso que acelera progresivamente la inflación.
Hoy ha estallado, y todo indica que el próximo gobierno recibirá un país con un colapso económico palpable, un Banco Central devastado, reservas netas negativas y una deuda remunerada que superará 3 veces la cantidad de pesos en circulación. Esto, sumado a una deuda de unos USD 20.000 millones con importadores, una deuda del Tesoro que supera los USD 400.000 millones, un déficit fiscal de 4 o 5 puntos del PIB, una pobreza superior al 40% y una crisis de credibilidad significativa, asegurando una situación de recesión e hiperinflación.
Pero lo que enseñan los procesos hiperinflacionarios es que pueden detenerse abruptamente si se hacen las tareas adecuadas.
No hay peor costo social que la hiperinflación, es la forma más abrupta de aumentar la pobreza y destruir el tejido social de un país
Permítanme remontarme a una escena emblemática protagonizada por Milton Friedman, donde apaga una imprenta de billetes. Su gesto, sencillo pero profundo, ilustra cómo detener la impresión descontrolada de dinero puede frenar la inflación en un instante. Es una metáfora vibrante sobre la necesidad de una disciplina monetaria estricta. De manera similar, una huelga en la imprenta de dinero en la Alemania de los años 1920 terminó una de las peores hiperinflaciones de la historia, aunque la inflación reapareció en cuanto se reinició la inundación de billetes. ¿Quién lo hubiera pensado? Un grupo de trabajadores fatigados detuvo la inflación de manera accidental. La historia tiene sus propios métodos para enseñarnos lecciones invaluables. En 1923, Hjalmar Schacht, quien fuera nombrado Comisionado de Moneda y luego presidente del Reichsbank (Banco Central de Alemania), desempeñó un papel clave en la superación de esta crisis: habiendo aprendido la lección, mandó quemar unos 14 vagones de ferrocarril repletos de marcos alemanes. La acción era más que simbólica; era la admisión de un fracaso absoluto. Aquel dinero, una vez valioso, reducido a cenizas, nos muestra la calamidad de una política monetaria mal dirigida.
No hay peor costo social que la hiperinflación, es la forma más abrupta de aumentar la pobreza y destruir el tejido social de un país. Durante más de una década intentamos explicar que ajustar el despilfarro del gasto público no significaba ningún costo social, el costo social sería el que vemos aquí y ahora el salto de pobreza y malestar por no haber hecho el ajuste al Estado en su momento.
Schacht mostró cómo eliminar la hiperinflación, introdujo una nueva moneda, el Rentenmark, cuyo valor estaba vinculado a un patrón de bienes inmuebles y materias primas, proporcionando así una base más sólida para la moneda. Esto rompió con el patrón de impresión monetaria sin restricciones, e implementó controles estrictos sobre la cantidad de Rentenmarks en circulación. El Reichsbank dejó de financiar al gobierno imprimiendo dinero, y la política monetaria se volvió mucho más disciplinada. Además de estas medidas monetarias, se llevaron a cabo reformas fiscales y económicas para estabilizar la economía.
La dolarización en Argentina: un paso necesario
En Argentina, la dolarización no es una panacea, pero se ha convertido en un paso necesario, urgente y, me atrevería a decir, vital. Consideremos los beneficios: eliminación rápida de la inflación, descenso vertiginoso de las tasas de interés, remonetización y reaparición del crédito, expansión de la economía, reducción de la pobreza. Son promesas palpables, y no utopías. En su libro, el propio Luciano Laspina reconoce que esto es así, que tiene fuertes beneficios de corto plazo. Pero junto con otros críticos, temen que esos beneficios de corto plazo provoquen problemas más adelante, porque al facilitar la recuperación permitiría a los políticos olvidar el resto del menú y, a la postre, dejaría a la Argentina sin una herramienta de política monetaria, aunque jamás haya sabido utilizarla, y en recesión económica por falta de productividad.
En Argentina, la dolarización no es una panacea, pero se ha convertido en un paso necesario, urgente y, me atrevería a decir, vital
Por supuesto, todos sabemos que por sí sola la dolarización no soluciona todos los problemas del país. Necesitamos reformas profundas: liberar todos los precios, eliminar los subsidios y los impuestos distorsivos, reformar el Estado y reforma previsional, para bajar el gasto público y restablecer el equilibrio, desregular, flexibilizar el mercado de trabajo, abrir la economía, etc.
Pero la devaluación no es la manera de ganar competitividad, la verdadera competitividad se gana gracias a las inversiones en tecnología e infraestructura para bajar costos, reduciendo el riesgo país, y liberando a las empresas de pagar la cuenta de un Estado despilfarrador, y mejorando la calidad del capital humano. Son todas tareas profundas y de largo aliento.
Ahora tenemos una oportunidad única, una sociedad clamando por libertad y líderes con una visión clara. La dolarización es la herramienta que facilitará hacer las reformas y nos permitirá profundizar ese mandato. No es una solución mágica, pero en las manos adecuadas, puede ser el comienzo de una nueva era.
Todos sabemos que por sí sola la dolarización no soluciona todos los problemas del país
Argentina se encuentra en una encrucijada histórica. Los ejemplos de Friedman, la huelga en Alemania y la quema de billetes no son meras anécdotas; son lecciones vivas. La dolarización no es una panacea, pero es la herramienta indispensable para construir una Argentina próspera y estable. Es hora de aprender de la historia y abrazar una visión audaz y realista para nuestro futuro económico. En manos adecuadas, la dolarización puede ser el catalizador de una verdadera transformación nacional.
Director general de la Fundación Libertad y Progreso