Unos días antes de las elecciones fui a comprar a una fiambrería de mi barrio un pedazo de queso para hacer una pizza. Al momento de pagar se produjo el siguiente diálogo con la cajera:
- Disculpe, ¿usted es Gabriel Solano?
- Si, soy yo.
- Le quiero hacer una crítica: yo trabajo más de 8 horas por día, incluidos los sábados por un salario de 80.000 pesos. Y me parece mal que usted defienda a gente que tiene planes sociales y que gana lo mismo que yo sin ir a trabajar.
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Ante la crítica, que la notaba genuina y realizada con mucho respeto, yo le respondí:
- Entiendo tu enojo, pero no creo que la gente que reciba un plan social de 40.000 pesos no trabaje. Ninguna familia vive con ese monto. Los que reciben un plan social realizan trabajos precarios, sin registrar, para poder llegar penosamente a fin de mes -y agregué- además que vos cobres un salario tan bajo no es responsabilidad de quien tiene un plan. Es el dueño del comercio (la fiambrería era de una cadena importante) quien determina tu ingreso.
Como había otras personas esperando para pagar el diálogo debió terminar allí. Aunque era ocioso preguntar por quién iba a votar, igual lo hice. Y la respuesta fue la obvia: “por Milei”.
El diálogo quedó allí y podía ser uno más de los tantos que un candidato tiene en una campaña electoral. Sin embargo, para mí tuvo un valor especial.
Servía para confirmar que una parte importante de los trabajadores, especialmente de los que tienen peores ingresos y condiciones laborales, era proclive a votar al candidato “libertario” hartos de la situación que estaban soportando. El diálogo también me permitía ver hasta donde había penetrado el discurso que había transformado en chivos expiatorios a otros sectores populares.
La culpa de la inflación no la tenían quienes fugan un superávit comercial de 35.000 millones de dólares precipitando la devaluación de nuestra moneda sino los “planeros”. El déficit fiscal no era provocado por las excepciones impositivas que benefician a las grandes empresas y que rondan los 4.5 puntos del PBI sino por los subsidios a los más empobrecidos que no llega a 1 punto del Producto Bruto. O la precarización del trabajo no es causada por el afán de lucro de las empresas, cuyos beneficios crecieron significativamente bajo este gobierno, sino por derechos laborales vigentes que son excesivos y deben ser eliminados para evitar la “industria del juicio”.
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Este discurso no fue patrimonio único de Milei. Fue el caballito de batalla de Patricia Bullrich y el eje de sus spots prometiendo reprimir los piquetes. Fue lo que caracterizó al ministerio de Victoria Tolosa Paz, que luego fue premiada por el kirchnerismo al elegirla para secundar a Máximo Kirchner en la lista de diputados nacionales de la provincia de Buenos Aires. Y hasta lo usó el propio Juan Grabois que se sumó a la campaña contra la “industria del juicio”, repitiendo el mismo relato que la Unión Industrial y todas las cámaras patronales del país.
Aunque muchos ahora se agarren la cabeza por el resultado de la elección, es necesario concluir que Milei no nació de un repollo, sino que ha sido parido por este régimen social, sus partidos políticos tradicionales y, especialmente, por quienes posaron de progresistas y sumergieron al país en una decadencia intolerable.
Los 40 años de democracia que cumplimos este año han sido a todas luces un fracaso. Ha crecido la pobreza, la indigencia, la precarización laboral, la crisis habitacional, de la salud y la educación pública. Los grandes beneficiados han sido los grandes empresarios, una casta a la que Milei no ataca, sino que protege.
“¿Y la izquierda no tiene responsabilidad?” seguramente sería la pregunta que la cajera quiso hacerme y no pudo, porque los clientes ya se amontonaban.
Y sí, claro que la tiene, porque la izquierda debe ponerse a la cabeza de la bronca popular en vez de mimetizarse con el régimen actual, hasta transformarse en muchos casos en una “casta de izquierda”.
Porque la izquierda debe cuestionar de raíz al sistema capitalista mostrando que es el causante de las penurias del pueblo, aun sabiendo que deberá “nadar contra la corriente” que impone la opinión pública manejada por la clase dominante. Porque la izquierda debe ser capaz de fundirse, de fusionarse, con el pueblo para ofrecer una potente alternativa política que suplante, de una vez por todas, al peronismo decadente, evitando que su crisis irreversible sea explotada por la derecha.
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Tenemos por delante momentos cruciales para el pueblo trabajador. La derecha reaccionaria ganó las PASO y tiene serias chances de ganar la presidencia, mientras el gobierno peronista aplica un ajuste enorme a la población con una devaluación pactada con el FMI que acelerará la inflación y agravará la crisis económica.
Ante esto le decimos a la cajera de la fiambrería de Monserrat: “Los responsables de la crisis son los que nos han gobernado sin excepción. Milei profundizará lo que ya estamos viviendo. La salida es unirnos como clase trabajadora para reconstruir la Argentina a favor de la mayoría popular. La lucha es ahora”.
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