Massa y Cristina van a una elección sobre los restos del kirchnerismo

El ministro y candidato no logró superar el tercer puesto, en el que quedó detrás de Milei y la suma de Juntos por el Cambio. Marcha hacia una pulseada inexorable con la Vicepresidenta

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Unión Por La Patria obtuvo
Unión Por La Patria obtuvo el 23,8% de los votos posicionándose en el tercer lugar (REUTERS/Mariana Nedelcu)

La fotografía no podía ser más explícita. Sergio Massa sostenía el micrófono y a su lado se alineaba la generación kirchnerista de la derrota. Su compañero de fórmula, el innífugo Agustín Rossi. El gobernador Axel Kicillof, a quien todavía le asisten algunas chances de lograr la reelección. El audaz emprendedor piquetero, Juan Grabois, planteando propuestas disparatadas. Y el ministro Wado De Pedro, todavía deprimido porque le impidieron ser el candidato presidencial. Cristina y Néstor Kirchner jamás imaginaron que sus herederos iban a llevar al peronismo al piso electoral de las PASO: poco más del 27% de los votos en el país.

El sueño de Massa, cuando presionó hasta el máximo para convertirse en ministro de Economía del peronismo tambaleante y en el candidato presidencial del oficialismo, ha quedado seriamente comprometido. Su plan consistía en mostrar aunque más no fuera un punto de baja en la inflación, mantener contenido como sea al dólar y rezar para que la candidata surgida de la interna de Juntos por el Cambio fuera Patricia Bullrich.

Massa creía que, contra ella, tenía la oportunidad de radicalizar la elección presidencial y agitar el temor del votante peronista tradicional frente al discurso impetuoso de Bullrich. El problema ahora es que la inflación no ha cesado de crecer. Que el dólar atravesó la barrera psicológica de los 600 pesos y que, sobre él y Patricia, se ha instalado la sombra triunfante de Javier Milei.

Quizás como nunca antes, con Cristina fuera de toda candidatura en Unión por la Patria, y con Alberto Fernández ensimismado en su propia abulia, el kirchnerismo empieza a transitar un camino de derrumbe inexorable al que solo podría interrumpir una victoria. Y la postal del domingo de PASO no podía estar más lejos de esa imagen. La energía de Massa esta vez es insuficiente.

Además quedó claro que ante el declive de Massa y de las boletas peronistas en todo el país, Cristina había iniciado un discreto pero firme despegue de la figura electoral del ministro.

La última vez que se vieron fue en los dos asientos de un simulador de Aerolíneas Argentinas. Los dos sonreían. Tal vez pensando cómo sería la convivencia en la victoria o en la derrota.

Sergio Massa y Cristina Kirchner
Sergio Massa y Cristina Kirchner en el simulador de vuelo

Pero todas las señales indican que Sergio Massa, el ministro de Economía, y Cristina Kirchner, la Vicepresidenta, la líder con condena judicial y a la defensiva en todos los frentes, van a sostener su batalla sobre los restos humeantes del kirchnerismo.

Porque la verdad, que es la única realidad según les enseñó Juan Domingo Perón, muestran que la inflación anual proyectada supera el 120%; que el dólar PASO atravesó la barrera psicológica de los 600 pesos y que en el primer semestre del año la Argentina ya sumó dos millones de pobres. Los dos, Sergio y Cristina, saben perfectamente que la contienda por el liderazgo del peronismo va a definirse en un escenario de derrota.

Esa es la razón por la que Cristina no apareció nunca más en la campaña de Sergio Massa. Las encuestas que La Cámpora le acercó a la Vicepresidenta señalan que la derrota era inexorable.

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Con esos sondeos en la mano, Cristina decidió que estaría en el Teatro Argentino de la Plata para el cierre de la campaña de Sergio Massa. Y eso que es el lugar donde siempre cerró todos sus desafíos electorales. Como lo hizo en algún momento con Daniel Scioli, como lo repitió en otra ocasión con Alberto Fernández, Cristina le iba a dejar el escenario completo de la caída al candidato. “La cara de de la derrota va a ser la de Sergio”, es la frase resignada y perversa del kirchnerismo más ultra.

Cristina ya había reservado su vuelo para Río Gallegos, con la intención de esperar los resultados en Santa Cruz, donde creyó sentirse más salvo de la onda expansiva del cataclismo electoral. “Desde lejos no se ve”, dice la canción de Ciro y los Persas.

Pero la sorprendente Argentina jamás pierde su intensidad y el resultado de las PASO no hizo más que confirmar los temores de Cristina. El asesinato de Morena Domínguez, la nena de 11 años a mano de dos motochorros en una calle de Lanús, y el crimen del cirujano Juan Carlos Cruz en Morón, también caído en un robo, parecieron sellar la suerte de Massa como candidato oficial, además de comprometer las chances de Axel Kicillof en la Provincia. Y esa sería la fotografía perfecta del desastre para el kirchnerismo. Quedarse sin territorio y sin cajas.

Las horas de campaña y de negociaciones fallidas que consumen los días de Sergio Massa, de todos modos, no le han hecho perder de vista al candidato el foco de su pulseada con Cristina.

La Vicepresidenta viene intentando, sin éxito, reunir quórum en el Senado para que la Cámara Alta apruebe la extensión del período como jueza de Ana María Figueroa, quien cumplió 75 años y se resiste a dejar su lugar en la Cámara de Casación.

La permanencia de la rebelde jueza Figueroa en la Casación es clave para Cristina porque es quien debe definir con su voto si le reabren a la Vicepresidenta las causas de Hotesur y Los Sauces, la sociedad hotelera que le sirvió para consolidar su patrimonio para siempre con el emprendedor santacruceño Lázaro Báez como cliente hegemónico a lo largo de los años dorados.

Cristina necesita 37 senadores para iniciar la sesión y concretar su objetivo pero hay tres legisladores peronistas que siguen sin responder cuando se llama a votar. Son el jujeño Guillermo Snopek (cuñado y enemigo declarado del radical Gerardo Morales); el entrerriano Edgardo Kueider y el escurridizo ríonegrino Alberto Weretilneck. A los tres los ha advertido Massa. “Ni se les ocurra aparecer por el Senado”, es el mensaje en sus cuentas de whatsapp. El que no lo sabe es porque no lo entiende. El peronismo siempre se hace tiempo para el conflicto.

La batalla por el futuro del liderazgo peronista se volverá mucho más salvaje desde esta semana, ahora que se conoce el resultado de las PASO y el peronismo ha quedado relegado al tercer lugar detrás de Milei y de la suma cambiemita entre Bullrich y Rodríguez Larreta. El oficialismo se hundió en un abismo electoral que puso en terapia intensiva sus chances para la elección presidencial del 22 de octubre. Todo puede suceder.

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Massa hará todo lo posible por revertir el resultado. Pero cree que, si en octubre se produce en un escenario de “derrota digna” (algo que se acerque al que obtuvo Scioli en 2015), el resto de los gobernadores y los Gordos de la CGT lo acompañarán para avanzar en el desalojo de Cristina y del kirchnerismo de los principales sótanos del poder. Su optimismo no tiene límites.

En cambio, Cristina cree que al haber copado las listas de diputados y senadores con sus seguidores, podrá resistir el embate de cualquier peronista que quiera arrebatarle el liderazgo de estos trece años, incluyendo en esa categoría del Síndrome de Estocolmo que padece el movimiento, a Massa.

Ninguno de los dos, ni Massa y tampoco Cristina, parece haberse detenido a pensar en una de las máximas no escritas del movimiento. El peronismo jamás paga perdedores.

Ninguno de sus líderes circunstanciales pudo mantenerse al frente después de una derrota electoral que lo afectara en forma directa. Italo Luder, Eduardo Duhalde o el mismo Scioli saben de qué se trata. ¿Porqué tendrían que cambiar con otra derrota?

Mientras ensayan estrategias y buscan el camino para eliminarse mutuamente, lo más probable es que el derrumbe después de la derrota los aniquile políticamente a los dos. A Cristina y a Massa.

Seguramente, ya hay otros peronistas preparándose para la traición. Ese es el motor fundamental del poder en la Argentina y es el ancla que nos tiene sumergidos hace más de medio siglo.

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