Cuando la mentira se convierte en la verdad, libro de imperdible lectura, de Héctor M. Guyot, analiza los conceptos y sucesos que han sido tema de debate en las dos últimas décadas. Durante este período, hemos visto una degradación de la verdad, reemplazada por una simulación que, desde posiciones de poder, ha cuestionado los principios fundamentales de la vida republicana y la coexistencia democrática. En mi opinión, la supremacía del relato sobre la verdad es la razón principal por la que hemos dejado atrás la imagen que una vez tuvimos como país y nos hemos transformado en una nación donde las instituciones valen menos que nuestra moneda nacional.
Hoy nos encontramos en un día de elecciones marcado por acontecimientos trágicos y la manipulación de hechos tan dolorosos como la pérdida de cuatro personas, cuyas historias tomaron estado público. Esto contrasta con la realidad de muchos otros que permanecen en el anonimato, a pesar de enfrentar situaciones lamentables y trágicas día tras día. La reciente partida de la joven Morena Domínguez, del cirujano Juan Carlos Cruz, de Nelson Peralta profesor de educación física y de Facundo Morales, quien fue militante, fotoperiodista y ex combatiente de las FARC, reflejan una sociedad que ha sufrido un deterioro moral. En este contexto, la resignación se extiende entre los ciudadanos corrientes como una especie de invisible virus que nos paraliza frente a la incesante violencia y las pérdidas de vidas sin sentido. Cuando la mentira es la verdad, la degradación es la consecuencia.
En el oscuro horizonte que enmarca la situación actual de Argentina, surge con fuerza y dramatismo la inminente convocatoria electoral. En este crítico momento, los ecos de esta semana resonaron con clamor en las calles, donde las protestas cobraron vida en un desfile tumultuoso de descontento. La pantalla nos transmitía en tiempo real una representación cruda de la ausencia institucional que aflige a nuestra nación. Lo que presenciamos no es sino una manifestación pública de la decadencia generalizada de la estructura que debería sostenernos. Las formas en que elegimos expresar nuestra insatisfacción no pueden subestimarse. Las escenas de protestas callejeras, aunque familiares, han cruzado la frontera de la mera disidencia para adentrarse en terrenos de incivilidad extrema. El tejido de tolerancia con el cual los argentinos nos hemos envuelto está al borde del desgarramiento. Cada piedra lanzada, cada consigna coreada, lleva consigo un recordatorio de que debe encontrarse con los límites del respeto y la convivencia.
La homilía que dio esta semana Monseñor Jorge García Cuerva dejó planteado un escenario complejo al señalar que: “No hay bolsillo que aguante; no se puede vivir a polenta y arroz”. Para luego agregar: “Le pedimos a San Cayetano un trabajo digno bien remunerado. Le pedimos paz para nuestro pueblo atravesado por la violencia de la inseguridad social y económica; la inseguridad de no tener un futuro alentador, ni esperanzas para los hijos y nietos. Le pedimos políticas públicas que reconozcan el esfuerzo y la actividad de tantos hermanos que se desloman todos los días”. Tan solo una de las muchas frases que dijo dando un mensaje muy duro en relación a la situación económica a pocos días de que todos debamos concurrir a las urnas.
Tomemos un instante para contemplar el amplio panorama que nos rodea. Como una obra oscura de un maestro renacentista, la complejidad del escenario político, económico y social se nos presenta dramática. La clase política, que en algún momento prometió estar a nuestro servicio, hoy parece desvanecerse en un abismo de incompetencia y desconexión. Años de promesas y estrategias inconclusas han generado una creciente desilusión al ritmo de un relato que tuvo como principal consecuencia la degradación de la verdad.
Pero hay más. La economía, ese motor esencial que debería infundir vitalidad en el tejido social cada vez más debilitado, parece atrapada en un ciclo cruel de desigualdad. Los más desfavorecidos, aquellos que ya luchaban por sobrevivir, ahora se hallan sumergidos en un océano de desesperación. Y, para empeorar las cosas, el problema del narcotráfico, ese monstruo de múltiples facetas, sigue expandiéndose y amenazando con devorar la esencia misma de nuestra sociedad. ¿Cuántas tragedias y pérdidas humanas anónimas podrían evitarse si el Estado Nacional mostrara un firme compromiso en la lucha contra el narcotráfico en todos los rincones del país?
Quizás uno de los aspectos más notorios y preocupantes sea la situación del conurbano bonaerense. En el pasado, pudo ser un símbolo de esperanza, pero hace décadas se ha transformado en un enigma, una representación de los problemas y desafíos más profundos que enfrenta nuestra nación. En este contexto, las tragedias cotidianas que se vuelven públicas resaltan no como casos aislados, sino como símbolos de un problema arraigado en el sistema. Vidas abruptamente interrumpidas debido a actos tan banales como el robo de un teléfono, un automóvil o una manifestación callejera, se convierten en una herida abierta en el corazón de Argentina. Estas muertes, junto con las que no llegamos a conocer, nos hacen comprender lo lejos que hemos quedado del ideal de nación que alguna vez imaginamos.
Si consideramos que la historia es una narrativa en constante desarrollo, entonces la historia de Argentina se encuentra en uno de sus capítulos más sombríos y desafiantes. Sin embargo, cada historia, por más oscura que sea, tiene la posibilidad de dar un giro, de cambiar su rumbo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos dispuestos a ser los protagonistas de esa transformación? Las elecciones no son simplemente un proceso cívico, son un reflejo de nuestra identidad como sociedad y de nuestras metas hacia el futuro. Pero si deseamos elegir con responsabilidad, necesitamos enfrentar la realidad de nuestra situación y comprender las razones que nos han llevado a este punto. ¿Cómo hemos llegado aquí?
Las dolorosas pérdidas de vidas que la realidad nos presenta de manera cruda y que, en muchas ocasiones, el relato intenta moldear según sus conveniencias, constituyen una señal de alerta, un llamado a la reflexión sobre lo que está en juego. No podemos permitir que esas muertes, junto con las de numerosos compatriotas, se conviertan en meras cifras estadísticas. Ha llegado el momento de reevaluar, reconsiderar y, sobre todo, de tomar medidas. El conurbano bonaerense, en particular, requiere atención especial. El sistema político clientelar ha alterado la auténtica esencia de la democracia. Los líderes políticos deben reorientar su brújula, enfocarse en el bienestar y el progreso de la población en lugar de sus propios intereses.
Más allá de los intentos por convertir la mentira en verdad, los eventos trágicos pueden servir como catalizadores de un cambio significativo en el resultado de una elección. Sin embargo, por sobre la política y los votos, estos eventos deben motivarnos a reflexionar sobre la auténtica identidad de nuestra nación y la dirección que deseamos seguir. Argentina merece un futuro mejor y nosotros, su pueblo, tenemos el poder de asegurar esa mejora. En este tiempo en que se conmemoran los 40 años desde la recuperación de la democracia, votamos esta vez en defensa propia.
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