La mayor parte de la literatura universal se nutre de los sueños de los niños. Ese mundo que nace mientras ellos duermen y se prolonga en las horas del día. Los niños sueñan con ser maestros o maestras. Fantasean con ser cantantes o futbolistas. Pero hay una clase especial de niños a los que la ficción casi no les ha prestado atención. Esos son los niños que quieren ser presidente.
Y uno de los datos más notables de estas elecciones es que los tres candidatos más importantes crecieron con la obsesión de llegar a presidente. Horacio Rodríguez Larreta lo contó a los cinco años en su casa. Sergio Massa lo hizo a los siete y no hay registro en la memoria de Patricia Bullrich acerca de cuando lo verbalizó, pero la candidata tiene claro que esa nube extraña del poder sobrevolaba en torno a su humanidad desde que era pequeña.
Patricia también tomó la idea de lo que se escuchaba en su casa. Es la candidata que tiene como antecedentes algunos de los apellidos más resonantes de la aristocracia argentina. Es Bullrich por parte de padre y Luro Pueyrredón por parte de madre.
Podría tener en su casa los retratos de Honorio y de Juan Martín de Pueyrredón, el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, porque ambos se encuentran en su árbol genealógico. Pero quizás se sienta más cómoda con las fotografías de César “Banana” Pueyrredón, quien es su primo segundo, o la de Fabiana Cantilo, otra prima con la que de chicas se trataban de usted, como acostumbraban las familias bien.
Pero Patricia siempre fue una rebelde y buscó despegarse un poco del mandato familiar. Ella fue la que la llevó a su prima Fabi a ver su primer recital de Pescado Rabioso, y quien rechazó al radicalismo que corría por las venas de su madre para probar suerte con esos jóvenes que recorrían las calles pidiendo el regreso de Juan Domingo Perón. Estuvo en el sangriento Ezeiza que fue a esperar al General y en la Plaza de Mayo cuando el líder ya viejo echó a los imberbes que le pedían más izquierda.
Bullrich navegó las aguas turbulentas de aquella Juventud Peronista revolucionaria y hasta mostró cierta admiración de la que después se arrepentiría por los militantes de Montoneros. Fue cuñada de uno de los combatientes trágicos como Rodolfo Galimberti, y por su consejo marchó a Brasil, a México y a España cuando las cosas se pusieron demasiado duras en la Argentina de las bombas, de los muertos y de los desaparecidos.
Volvió después de la Guerra de Malvinas y emprendió el lento y prudente regreso a la política. Se acercó a las unidades básicas que apoyaban a Antonio Cafiero, y fue electa diputada en tiempos de Carlos Menem. Nunca se sintió cafierista ni menemista, y fue integrando proyectos políticos cerca de Gustavo Beliz y de Domingo Cavallo, hasta que terminó siendo parte de la Alianza, ese proyecto de fusión entre la UCR y el peronismo culposo del Frepaso que fracasó con Fernando De la Rúa, Chacho Alvarez y un centenar de dirigentes que hoy prefieren no acordarse de aquella experiencia fallida.
Patricia fundó su propio partido (Unión por Todos) y se cruzó con Mauricio Macri, quien la convocó para que fuera su ministra de Seguridad. Otro proyecto de gobierno que tuvo la gran oportunidad de acabar con el kirchnerismo, pero que terminó atrapado en su propia ineficacia. El resto es conocido. En los días de la pandemia, Bullrich acompañó cada marcha generando sobre su persona una atracción que fue creciendo sin pausa.
En esos días de encierro, de contagios y de muerte en todo el planeta, Patricia comenzó a creer que su idea de niña, la de llegar a presidente, podía pasar a convertirse en un proyecto concreto.
Y este domingo enfrenta a Rodríguez Larreta para dirimir quién de los dos será el candidato a presidente de Juntos por el Cambio. Y aunque las encuestas vengan equivocándose feo para anticipar quién irá a la Casa Rosada, son mayoría en el laboratorio del fracaso que es la Argentina los que creen que el que triunfe en esa interna cruel hará realidad su sueño infantil.
Como Patricia, Horacio también alternaba la pelota de fútbol con esa idea demasiado adulta de convertirse en presidente. Es que su casa no se parecía en nada a un jardín de infantes. Su padre tenía el mismo nombre y fue uno de los dirigentes fundacionales el Desarrollismo, ese movimiento de intelectuales políticos y económicos que encandiló al establishment argentino de los sesenta y al propio Perón, quien -aún proscripto- permitió que llegaran al poder de la mano del ex radical Arturo Frondizi.
Rodríguez Larreta padre fue funcionario de la Cancillería en tiempos de Frondizi y, por el living de su casa, Horacio veía desfilar a cualquier hora a Rogelio Frigerio o a Raúl Alfonsín.
En esas tertulias plenas de política a nadie podía sorprenderle que el pequeño Horacio soñara con ser presidente. Pronto llegaron los ‘70, la violencia en la Argentina y Rodríguez Larreta padre, que se había apartado un poco de la política para ser presidente de Racing durante la dictadura militar, sintió que todo podía derrumbarse cuando estuvo secuestrado durante diez días y sin paradero conocido en el centro clandestino de detención conocido como el Pozo de Banfield. Tuvo fortuna y se salvó.
Con esas credenciales desarrollistas, Horacio llegó a la política durante los noventa de Carlos Menem. Su padre era asesor del ministro de Defensa, Oscar Camilión, y él recaló en la Anses. Lo avalaban su título de economista en la Universidad de Buenos Aires y el máster en Administración de Empresas que había obtenido en la universidad de Harvard. Con la llegada de la Alianza, pasó a integrar un triunvirato para reformar el PAMI.
Su antecedente con el menemismo lo complicaba y terminó dejándole su lugar en el PAMI al dirigente radical Federico Polak. En esos días, sorprendió a sus amigos con un proyecto personal que quería poner en marcha de inmediato. “Quiero ser jefe de gobierno de la Ciudad y después presidente”, les decía sin ruborizarse. Algunos lo miraban con cierto asombro. Otros directamente se reían. Y todos coincidían en no tomarlo en serio.
Pero Horacio seguía con aquella obsesión de los cinco años. La misma edad a la que le descubrieron ese temblor esencial de la mano derecha, que le complica algunas actividades diarias como la de tomar café. Fundó el PRO con Mauricio Macri y la Fundación Sofía, un centro de formación política desde donde salieron dirigentes como Esteban Bullrich o María Eugenia Vidal.
Es que Rodríguez Larreta insistía con eso de que hasta que no tuvieran medio millar de dirigentes formados no iban a poder derrotar al peronismo. Y por eso debían competir y derrotar a esa implacable maquinaria del poder. La oportunidad llegó en 2003, pero terminó en derrota. Y aprendieron de los errores para insistir en 2007 y derrotar por fin al peronismo, a la UCR y a la izquierda, y llegar al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Horacio fue el Jefe de Gabinete de Mauricio que llegaba a las siete de la mañana, y ponía en marcha esa gestión que le cambió la fisonomía a la Ciudad y le brindó a Macri la posibilidad de pelear por la Presidencia. Y aunque Rodríguez Larreta era el candidato puesto para sucederlo debió disputar una elección interna tortuosa con Gabriela Michetti, por entonces Vicepresidenta y con el perfil mucho más alto que el suyo.
Rodríguez Larreta venció en la interna del PRO, y se proyectó al gobierno de la Ciudad en el que lleva ocho años, reelección incluida. Entonces sí comenzó a creer que su sueño de chico estaba a punto de convertirse en realidad ya que aparecía como el candidato natural después de que Macri fracasara en su intento de ser reelecto en la Casa Rosada. Pero Horacio se equivocaba. Mauricio, celoso de quien pueda disputarle el liderazgo del PRO, iba a respaldar la idea de Patricia en competir por la candidatura presidencial. Y la terminó respaldando haciendo además todo lo posible para lograr su derrota.
Horacio logró alinear detrás de su sueño a varios de los dirigentes más importantes de la Argentina. Gerardo Morales es su candidato a vice; Elisa Carrió, Miguel Angel Pichetto, Martín Lousteau, Gustavo Posse o José Luis Espert son algunos de sus muchos aliados. Pero, como le pasó antes con Michetti, Patricia Bullrich también quiere lo mismo que él y le disputará este domingo la postulación con la que ambos soñaron de chicos. Y uno solo llegará a las elecciones presidenciales del 22 de octubre.
Salvo que una catástrofe derrumbe al gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, hipótesis que tampoco hay que descartar, el ganador en la batalla opositora entre Horacio y Patricia se enfrentará muy posiblemente a Sergio Massa.
El ministro de Economía y candidato del peronismo, tiene tres adversarios mucho más complicados y peligrosos que su rival en Unión por la Patria, el gerente piquetero Juan Grabois: la inflación, la pobreza y la disparada del dólar, el demonio más temido de cualquier gobernante de la Argentina reciente.
Massa viene de una familia menos patricia que la de Bullrich, y sin los antecedentes políticos y económicos de los Rodríguez Larreta. Nació y creció en el municipio de San Martín, uno de los distritos industriales del norte del Gran Buenos Aires. Barrios de trabajadores de clase media y media baja de un país que apostaba a su industria liviana en las décadas del ‘60 y el ‘70, pero que se fue deteriorando con la impunidad de los dictadores y la ineficacia de los sucesivos gobiernos de la democracia.
Alfonso Massa, el padre de Sergio, viene de la industria de la construcción. Y el chico que quería ser presidente cursó la secundaria en el Instituto Agustiniano, donde conoció la política a través de los jóvenes liberales de la Ucedé, de moda hacia fines de los ‘80 e insertados en el gobierno de Carlos Menem de la mano de la familia Alsogaray y dirigentes como Adelina de Viola.
Massa se inscribió en la carrera de abogacía en la Universidad de Belgrano, pero interrumpió su carrera en 1994 para dedicarse full time a la política. En San Martín tallaba fuerte el sindicalista gastronómico, Luis Barrionuevo, y con su apoyo (y el de su esposa Graciela Camaño), comenzó a escalar posiciones en la épica dorada del menemismo. Integró los equipos de campaña presidencial de Ramón “Palito” Ortega, y terminó como funcionario de Eduardo Duhalde cuando el peronismo volvió al poder después del estallido social y económico del 2001.
De allí pasó directamente al kirchnerismo, avalado por su fama de administrador avispado. Llegó a conducir la Anses y, cuando Cristina Kirchner echó a Alberto Fernández de la jefatura de gabinete, Massa se convirtió en el candidato puesto. Para entonces, ya estaba casado con Malena Galmarini (una hija de la política menemista) y viviendo en el municipio costero de Tigre, distrito en el que se insertó políticamente hasta llegar a conquistar la intendencia y gobernarla durante ocho años.
La convivencia con Cristina duró poco más de un año. Volvió a la intendencia y, desde allí, fue construyendo una alternativa al kirchnerismo (el Frente Renovador) con el que derrotaría a Cristina en 2013. Parecía que Sergio encarnaba al post cristinismo pero la chance presidencial quedó finalmente para Macri.
Adulado y después condenado por Macri, Massa se fue reconvirtiendo de aquel furioso anti kirchnerista que iba a meter presos a “los ñoquis de La Cámpora” en un aliado inesperado que ayudó a Cristina a volver al poder en 2019. El respaldo de la Vicepresidenta fue fundamental para que arribara al Ministerio de Economía y, por peso inexorable, en el candidato a presidente de Unión por la Patria. No es lo que hubiera querido. La inflación y el dólar ya eran una mochila de cemento cuando asumió, pero su gestión no ha conseguido mejorar ningún índice: al contrario, disputara las PASO con super inflación y un dólar de 605 pesos.
Los tres, Patricia, Horacio y Sergio, apuestan este domingo a consolidar aquella fantasía presidencial con la que soñaban desde chicos. Pero los pronósticos electorales advierten que solo dos de ellos continuarán su carrera hasta el 22 de octubre.
Y hasta podría suceder que solo uno de los tres sobreviva. Porque Javier Milei también tiene su obsesión presidencial. Tendría que producirse un terremoto que no haya previsto ningún encuestador. Una de esas sorpresas con las que la Argentina adora asustar a una sociedad que cree haberlo visto todo.
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