Las profecías malditas que sellaron el destino de Cristina y Mauricio

Las elecciones que se realizan hoy señalan el punto de menor influencia de los dos apellidos que marcaron a fuego la historia argentina durante las últimas dos décadas

Mauricio Macri y Cristina Kirchner (EFE)

La primera profecía maldita fue escrita en 1983, exactamente veinte años antes de que nacieran el kirchnerismo y el macrismo. Hubo alguien que anticipó exactamente lo que ocurriría. Esa persona escribió que en un país llamado Argentina las cosas sucedían siempre igual y estaban condenadas a repetirse de la misma manera hasta el fin de los tiempos. Cada tanto venían aquellos que impulsaban el mercado interno, el consumo, el crecimiento del salario, la producción nacional, el control de precios, las retenciones. Esos lograban un primer período de prosperidad pero, al tiempo, la inflación empezaba a crecer, se agotaban las reservas, se deterioraban los servicios. Terminaban mal. Entonces venían otros que bajaban retenciones, liberaban precios, multiplicaban las tarifas, eliminaban los controles de cambio, tomaban deuda, abrían el comercio, ajustaban el gasto. Terminaban aún peor: en una crisis de deuda más grave que aquella que querían resolver.

Vaya uno a saber si Cristina Kirchner y Mauricio Macri estaban enterados de esa profecía. Sea como fuere, ambos actuaron como si fueran personajes que seguían aquel guión. Y terminaron como estaba previsto en ese texto clásico, escrito por un brillante intelectual llamado Marcelo Diamand y titulado El péndulo argentino. Más aún, Diamand describía que quienes fracasaban, en lugar de aprender de sus errores, concluían en que el problema radicaba en que no les habían dejado aplicar su plan. Entonces, se proponían volver -crease o no- para hacer lo mismo más rápido.

La segunda profecía maldita fue escrita en 2003 por el mexicano Carlos Fuentes. Era una novela llamada La Silla del Águila. En uno de sus capítulos, un consejero le escribe al Presidente. “La victoria de ser presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser ex presidente. Prepárese usted. Hay que tener más imaginación para ser ex presidente que para ser presidente. Porque finalmente dejará atrás un problema con nombre propio: el suyo. Los problemas de México vienen de siglos atrás. Nadie ha sido capaz de resolverlos. Pero la gente siempre hará responsable de todo el mal del país al que detenta y, sobre todo, al que abandona el poder”. Por esos años, Mauricio Macri contó que estaba leyendo ese libro, así que algo sabía de lo que podía sucederle años después. Como se puede ver, no logró evitarlo.

Las elecciones que se realizan hoy señalan el punto de menor influencia de los dos apellidos que marcaron a fuego la historia argentina durante las últimas dos décadas. Desde el 2003, cada cuatro años, un Kirchner o un Macri siempre fueron candidatos a presidente, o al menos a vice. En las fórmulas que se presentan hoy, en cambio, no aparece ni el nombre de uno ni el del otro. Ambos argumentaron de distinta manera su decisión de dar un paso al costado: la supuesta proscripción, la sobreactuada generosidad. Pero esas razones conviven con otras más contantes y sonantes. Ya hace larguísimo tiempo que son las dos figuras más resistidas de la política argentina, en todas y cada una de las encuestas. Otros, naturalmente, tomaron su lugar.

(@PatoBullrich)

No es que Mauricio y Cristina hayan desaparecido del mapa por no ser candidatos. Ahí están, agazapados, entre bambalinas. Si Cristina no lo hubiera aceptado, Sergio Massa no sería candidato. Y tal vez ella crea que, en el caso de que triunfe el ministro de Economía, tendrá poder para condicionarlo. Macri, por su parte, ha volcado su apoyo hacia Patricia Bullrich, la candidata que aparece con mayores posibilidades para ser presidenta a partir de diciembre. Conspira, además, en las sombras. En el tramo definitorio de la campaña electoral, por ejemplo, le hizo un gesto público a Javier Milei, como si de él dependiera el armado que sostiene, rodea, condiciona a Bullrich. Justo a Milei que es quien podría amargarle el domingo a ella.

Pero eso mismo que hacen refleja que ya no son lo que eran.

Se trata de personas que movieron multitudes.

Llenaron avenidas, plazas, convencieron a millones.

No eran -solamente- titiriteros, armadores, rosqueros, guardianes de un legado.

Eran líderes.

Además, ¿qué hará Patricia con Mauricio si gana? ¿Y qué haría Massa con Cristina? La torturante convivencia entre Cristina Kirchner y Alberto Fernández no es un antecedente que ningún presidente quisiera repetir. Antes que eso, mucho mejor el modelo que Néstor Kirchner implementó con Eduardo Duhalde. Habrá, entonces, una natural tentación a tirarlos por la ventana. Será difícil, será conflictivo, pero si no se corren, el nuevo presidente, o la nueva presidenta, tendrán que correrlos. Compren pochoclos.

En estos largos años, ella y él nos generaron esperanza y nos frustraron. Los quisimos, los odiamos, volvimos a quererlos y volvimos a odiarlos. Confiamos en ellos, nos arrepentimos, los insultamos, les temimos, los votamos, nos arrepentimos de votarlos, los sentamos, como quien dice, a nuestra mesa, les permitimos que dividieran nuestras familias y que alejaran a algunos de nuestros amigos. En algún momento creímos que traerían la solución a nuestros problemas, luego los consideramos la razón última de nuestros fracasos. Ellos tienen algo de responsabilidad en todos esos sentimientos que produjeron. Pero, claro, nosotros también.

Sea como fuere, si la Argentina estuviera bien, MM y CFK serían los artífices de ese milagro. Pero está mal. Así que figuran entre los primeros responsables de esa frustración. Ellos siguen peleándose, en ese enganche tan particular que los une, por demostrar que la culpa de todo ha sido del otro, tal vez su única coincidencia. Serían más creíbles si empezaran por admitir sus errores. Pero ya es irrelevante. Nadie decide el lugar que le cabe en la historia. Lo que alguien dice de sí mismo no tiene la menor incidencia sobre la manera en que los demás opinan sobre el punto.

Cristina Kirchner y Sergio Massa

Mientras, en las próximas horas, millones de argentinos decidirán a quién votan entre un grupo de plebeyos. Personajes menores. Arribistas. A un Milei o a un Massa, a un Grabois o a un Larreta, o a una Bullrich. A quién se le ocurre. Hay un Kirchner por ahí en una lista para diputados, y un Macri que quiere ser jefe de gobierno. Pero ninguno de ellos es un Kirchner o un Macri de verdad: son apenas versiones devaluadas.

Los problemas del país no llevan solamente los nombres propios de los ex presidentes. Si, a lo largo de los años, ninguno de ellos ha podido resolver el deterioro productivo, la desigualdad, la pobreza, el estancamiento, debe ser algo realmente complicado. Pero cada cuatro años, o cada ocho, aparece uno que dice tener en sus manos el secreto, la fórmula de la alquimia. La ingenua sociedad le cree. Es como una ceremonia, un ritual. Luego, inevitablemente, queda claro que el rey está desnudo. Entonces, aparece el desencanto, la desilusión, el reproche.

-Pero, ¿cómo? ¿Vos no me habías dicho que…?

-Pero, ¿no te das cuenta que es difícil?.

-Me lo hubieras dicho cuando me pediste que te votara.

-Es que si te lo decía no me votabas.

En el año 2016, el periodista Franco Torchia entrevistó al ex presidente Carlos Menem, quien ya era un anciano. Moriría apenas cinco años después. El diálogo fue extremadamente intimista, a punto tal que, en un momento, Torchia se animó a hacerle una pregunta imposible.

-¿Has estado con travestis, con una mujer trans?

Menem dudó.

-Hasta donde yo recuerdo, no.

-Pero podrías haber estado…--insistió Torchia.

-Si…pero no…creo que no estuve.

En ese momento, se escucharon risas.

Menem sonrió.

-Es que han pasado tantas cosas en mi vida…tantas cosas…

Ese intercambio pasó prácticamente desapercibido. En estos días, circuló por Instagram y volvió un poco a la vida. Pero casi nadie, por entonces, registró demasiado ese momento único donde la irreverencia y el desparpajo de una figura tan importante se desplegaba con tanta franqueza.

Es que Menem había dejado la presidencia hacía ya 17 años. Su tiempo había pasado y lo que dijera o dejara de decir generaba poco interés. Era tanto y tan poco como un ex presidente. Incluso a ellos les pasa tarde o temprano eso que nos sucede al resto de los mortales durante toda nuestra vida: la caída en la intrascendencia.

Esta semana, justamente, Macri y Kirchner se enredaron en una discusión sobre algo. ¿Sobre qué era? ¿Alguien se acuerda? Él mencionó al Fondo Monetario, ella le preguntó si la estaba jodiendo, él le dijo que no sea chabacana. O algo así. Pero quién sabe. En otros tiempos, ese mismo cruce hubiera generado titulares, reportajes, insultos, admoniciones, editoriales indignadas, tomas de partido.

Ahora, la vida siguió como si tal cosa.

Son las reglas, como quien dice.

Que pase el que sigue.

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