Las buenas y las malas elecciones

Hay una sola cosa que está definitivamente en nuestras manos: elegir qué hacemos con aquello que no estaba en nuestras manos

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Familiares de la niña asesinada
Familiares de la niña asesinada en Lanús reclaman justicia (Maximiliano Luna)

El texto de esta semana invita a mirar con profundidad nuestras elecciones: “Mira, Yo pongo delante de ustedes hoy, la bendición y la maldición” (Deut 11:26)

La bendición, una vida de crecimiento, belleza y luz. La Vida. O la maldición, un derrotero de ausencia, oscuridad y desesperanza. La Muerte.

Puesto de esta manera: ¿quién podría elegir la muerte? ¿Quién podría elegir un camino sin destino, sin propósito? ¿Quién elegiría la puerta que lleva a todo lo que está mal en el mundo? Sin embargo, si la opción está descripta, es porque hay quienes lo eligen.

No me refiero a las decisiones de lo cotidiano en donde, como seres humanos, nos equivocamos, fallamos, o hasta nos engañamos a nosotros mismos disfrazando lo destructivo de algo bueno. Sino a aquellos que eligen el camino de la violencia y la muerte.

Morena tenía 11 años y estaba yendo al colegio. No se me ocurre una imagen más luminosa de lo que está bien. Una niña persiguiendo su futuro, queriendo estudiar, crecer, mejorar. El comienzo de una vida que se esfuerza desde el mérito y ser orgullo para su familia y su sociedad. Una familia humilde, de un barrio humilde, con su apuesta a que su hija pequeña estudie. Pero hay quienes eligen el camino de la muerte. A Morena la asesinaron para robarle yendo a la escuela. Jóvenes humildes del mismo barrio humilde, rodeados de marginalidad y abandono, olvidados por la política y recordados por los narcos. Jóvenes que igual que Morena y su familia, también tienen libre elección de qué hacer con sus vidas. Vidas que son perdidas. Que eligen el camino del horror y la muerte.

Juan Carlos Cruz tenía 52 años y volvía de su guardia médica. Lo habían ascendido recién a Jefe de Quirófano. Hijo de una familia de origen boliviano muy humilde, sus padres nunca fueron a la escuela pero se esforzaron para que todos sus seis hijos vayan a la Universidad. Juan Carlos era el orgullo de esa familia. Lo habían convocado de muchísimos hospitales privados pero él quería seguir dando su corazón al hospital público de Ciudadela. Ayer por la mañana conversaba conmovido con su hermana del crimen de Morena. Un par de horas después lo mataron de un balazo por un celular. Fue el mismo perfil de jóvenes que Juan tantas veces atendió y salvó, baleados en su guardia. Vidas perdidas. Vidas que deciden perderse la vida, y en el absurdo, la frustración y el drama, llevarse otras vidas.

Hay cosas que no están en nuestras manos. La vida puede traer riqueza o pobreza. Padres ausentes o maravillosos. Marginalidad o abundancia. Silencio o música. Soledad o contención. Oportunidades o carencias. Pero hay una sola cosa que está definitivamente en nuestras manos: elegir qué hacemos con aquello que no estaba en nuestras manos.

Cada ser humano en su propio libre albedrío y desde su única circunstancia, es el que elige el camino de la bendición o de la maldición.

Escuchar las historias de Morena y Juan estos días y la manera en que sus familias las contaban, partidos por el dolor, ha sido desgarrador. ¿Y nosotros? ¿Cuál es nuestro lugar en estas historias? Tenemos como siempre dos caminos. Podemos quedarnos leyendo la crónica policial o bien, sentirnos indispensables para cambiar el mundo. Elegir la vida y la bendición. Para honrar y darle sentido a esas, y tantas otras historias.

¿Por qué decidimos mal? Por tres motivos.

Primero, porque no creemos en el futuro. Nos relajamos al creernos que lo que va a suceder en algún mañana queda demasiado lejos de este ahora. Por supuesto que hay que disfrutar y vivir el hoy. Pero siempre y cuando tengamos la sabiduría de recorrer nuestro presente mientras vemos cómo viviremos nuestro futuro. Porque mañana seremos las consecuencias de nuestras decisiones de hoy.

Como dice Hemingway, lo bueno, es lo que es bueno después.

Segundo, por nuestro ego. Por creernos más grandes de lo que somos. Por creer que lo que está mal, está allí afuera. Sólo afuera. Por convencernos que no tenemos nada para cambiar en nosotros. Es el mundo el que está mal, la sociedad, quien sea que tengamos enfrente. Cegados por el ego le cerramos la puerta al cambio de lo que no pasa dentro nuestro, y de lo que sí está pasando allí afuera.

Y el tercero es por no tomarnos en serio, todo lo contrario del anterior. Por creernos menos de lo que somos. Por pensar que lo que hagamos jamás impactará, que no vale la pena, que a nadie le importará. Entonces, por creernos demasiado o demasiado poco, decidimos no hacer nada. La peor de las decisiones.

Inmóviles, presos de nuestras certezas o de nuestras inseguridades, pensamos sólo en nuestro metro cuadrado de presente, olvidándonos del futuro.

Estamos próximos a un nuevo año en el calendario judío. La palabra “año” en hebreo se escribe “SHANÁ”. Dentro de la palabra “SHANÁ”, por la raíz de sus letras también podemos leer dos palabras más: “REPETIR” o “CAMBIAR”. De eso dependerá el tiempo que nace y los años que vengan, la sociedad, el país o la vida que proyectemos. Entre seguir repitiéndonos o elegir cambiar.

Amigos queridos. Amigos todos.

No se trata solamente de elegir entre lo bueno y lo malo. Sino de elegir las buenas elecciones, por sobre las malas elecciones. Poder ser los diseñadores y electores de nuestros propios destinos.

Siempre tiene que haber algo más alto para alcanzar. Por más lejano que parezca.Un ideal, un sueño, una convicción más alta que lograr.Ese es todo el sentido, para que exista un cielo.

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