Permítaseme el humor. Muchas feministas se quejaron porque el director de Oppenheimer, Christopher Nolan, no hace justicia con las mujeres que contribuyeron al Proyecto Manhattan. Ey, nosotras también bombardeamos. El feminismo nos tiene acostumbrados al lamento permanente pero acá se superaron. ¿Cuál era el reclamo? ¿El cupo femenino atómico? ¿El derecho a la bomba? ¿Una queja por la invisibilización de la mujer en la autoría de una de las más graves masacres de civiles (246.000 en dos jornadas)?
La sororidad con las mujeres invisibilizadas del proyecto nuclear fue mundial. Hubo artículos en destacados medios de USA y de Europa, luego replicados en todos lados. En Occidente, porque el feminismo es nuestro.
Las mujeres también podemos masacrar. La verdad es que fue un acto de sinceridad que además contradice el relato mainstream, aunque no creo que haya sido esa la intención. Parece que no fuimos siempre víctimas —”el grupo más explotado a lo largo de toda la historia”, como llegan a decir—, también fuimos verdugas. Genocidas. Y es cierto. A lo largo de la historia, las mujeres también fueron propietarias de esclavos o vivieron de la explotación del trabajo ajeno. Sin embargo, la doxa feminista sostiene que nuestro “colectivo” conforma, juntos con los negros y los gays, un único y solidario universo de ofendidos y sometidos a lo largo de la historia.
Ironía aparte, la manía de analizar todo bajo la lente —deformante y empobrecedora— del género tiene estos bemoles. No faltó quien reflotara el delirante Test de Bechdel, ¿se acuerdan? Una herramienta para medir el sexismo en el cine. Consiste en 3 reglas o 3 preguntas:
¿La película cuenta con al menos dos personajes femeninos?
¿Estos dos o más personajes femeninos interactúan entre sí en la película?
¿Estos dos o más personajes femeninos conversan sobre algo que no sea un hombre?
Christopher Nolan se la lleva a marzo porque sólo cumple la primera. E incluso esa la cumple mal, ya que sus pocos personajes femeninos no tienen trascendencia en la trama de la película.
Para quienes idearon el Test de Bechdel, no interesa el anacronismo histórico —que actualmente, gracias a ellas, está haciendo estragos en el cine, en la historia y en la literatura, porque hay que buscar protagonismo femenino a cómo dé lugar—, sino la finalidad edificante: se debe bajar línea todo el tiempo, victimizar siempre a la mujer, ubicarla en la historia aunque no haya estado allí, inventar luchas feministas donde no las hubo, etcétera. La fidelidad a los hechos no tiene importancia. ¿La creatividad? ¿La libre expresión? Bien, gracias.
Dicho esto, parece que en el caso de “Oppenheimer” tienen razón. Pero esto es como el pastorcito mentiroso. De tanto gritar ¡invisibilización!, cuesta creerles. Nobleza obliga, en varios medios se enumera la larga lista de mujeres científicas que intervinieron en el proyecto o hicieron aportes a la ciencia luego usados en la fabricación de la bomba que puede destruir el mundo.
Más de 600 mujeres trabajaron en Los Álamos en el Proyecto Manhattan, en distintas tareas. Eran físicas, químicas, ingenieras, matemáticas, biólogas, técnicas de laboratorio; también hubo enfermeras, soldados, maestras, secretarias y bibliotecarias. Una de ellas, Maria Goeppert Mayer, ganó luego el Nobel de Física. Fue la segunda mujer en obtenerlo, después de Marie Curie.
Otro ejemplo de mujer que trabajó en el Proyecto Manhattan es el de Leona Woods Marshall, destacada científica nuclear. Nacida en 1919 en Illinois, se licenció en Química en la Universidad de Chicago ¡a los 19 años!
Las trayectorias que describe el artículo hablan de una llamativa emancipación… Desmienten también el relato monolítico de la esclavitud femenina a la que recién puso fin Hollywood con el #MeToo.
Pero Nolan sólo incluye a tres, dos de las cuales son la esposa y la amante de Oppenheimer.
Tanya Roth, historiadora, cuestionó en las redes el hecho de que las mujeres no hablan en los primeros 20 minutos, y que en toda la película solo hay 2 hombres negros, y estos aparecen recién a los 30 minutos. El Test de Bechdel se quedó corto.
El problema de las feministas de hoy, o del feminismo de tercera ola, como se lo quiera llamar, es que llega tarde: en los países de cultura occidental y cristiana, la emancipación femenina ya está hecha y no fue asunto solo de mujeres. Fue mucho más resultado de la cooperación de la pareja humana que de una lucha de sexos imaginaria.
En Argentina, ni hablar. Cuando estalló este feminismo plañidero, las mujeres ya estábamos en posesión de todos nuestros derechos: voto, participación política, igualdad civil. ¿Qué hacer pues? Hay que rascar el fondo de la olla.
Entonces ahora, aunque el Congreso esté lleno de mujeres, vamos por el derecho a no ser contradichas ni criticadas, porque eso es violencia política de género.
Vamos por “el derecho a la menstruación”, un absurdo que da vergüenza enunciar, o por un lenguaje que arrancó pretendidamente inclusivo y acabó borrándonos del vocabulario porque ahora somos “personas gestantes” o “personas menstruantes” y decir “mujeres” es delito.
La lucha se traslada al fútbol, bastión machista. Feminista que se precie de tal debe patear la pelota. No sé si todas las chicas tienen la inclinación por jugar a ese deporte, pero sí que practicarlo equivale a liberación femenina. He visto a veteranas ir a jugar un picadito como quien va a un rito iniciático para acceder a un nivel superior de compromiso con la causa.
Por mí jueguen a lo que quieran, pero no me vengan con el fútbol es un derecho, una épica, ni exijan una igualdad que debe ser resultado y no punto de partida.
El Mundial Femenino 2023 fue la ocasión para amplificar el mensaje. En un aviso comercial, una de las jugadoras argentinas habla de “un mundo más equitativo, sin estereotipos”...
O sea, no fue a Australia y Nueva Zelanda a disputar una Copa sino a derrotar al machismo. A demostrar el poder emancipador de un tiro libre.
Planteado así, el feminismo cayó 0 a 2 contra Suecia y no pasó la primera ronda.
Hay motivos históricos y culturales por los que una sociedad se entusiasma más con un deporte que con otro, o con la categoría masculina de un deporte y no con la femenina. O viceversa. Porque recordemos que en la Argentina el hockey masculino no tiene el mismo eco que el femenino y no vemos quejas ni protestas de los varones. En Estados Unidos el fútbol femenino tiene mucho más desarrollo que el masculino. Ignoro el porqué.
En Argentina, si el fútbol femenino todavía no emociona no es por machismo. Es por desempeño, tradición, historia. Muchas mujeres deportistas han tenido el reconocimiento que se ganaron por mérito. Por sus logros, como corresponde. Gabriela Sabatini fue y sigue siendo adorada en este país. Ni hablar de Las Leonas. O de la judoca Paula Pareto. O de la admirada ajedrecista Claudia Amura.
Entonces señoras, jueguen a lo que quieran, pero no pidan ventaja de género. No nos vengan con el fútbol feminista.
Volviendo a Oppenheimer, una crítica de cine, María Guerra, (citada en un artículo de El Español), se queja de haber crecido “viendo películas sobre hombres decidiéndolo todo” y acusa a Nolan de pertenecer “a ese mundo antiguo, tan viejo”. Y dice que la “aterra” (sic) que eso siga siendo así. Habla del cine, aclaremos.
En otro artículo, un tal Arturo López Gambito afirma que “la diversidad en Hollywood se ha convertido en un tema de amplia discusión y relevancia en los últimos años” y que hay “un reconocimiento creciente de la necesidad de representar de manera más fiel y equitativa a las diferentes etnias, géneros, orientaciones sexuales e identidades de género en el cine y la televisión”.
Este “reconocimiento” es en realidad una moda que está generando deformaciones tales como rehacer las películas sustituyendo a personajes reconocidos porque son blancos, varones y heterosexuales. Hay que cambiarlos por su opuesto de género, color y orientación. En vez de crear nuevas historias, nuevos argumentos y protagonistas, se han puesto a corregir, censurar o reescribir las historias pasadas y no se detienen ni ante los clásicos del cine y la literatura.
Eso sí, aunque parece confirmado que Nolan es un señor que ningunea a las mujeres, hay indignaciones anacrónicas, como quejarse porque no hay mujeres en Dunkerque, film bélico de principio a fin.
Pero también hay indignaciones que brillan por su ausencia: a las inspectoras de género no les molestó, por ejemplo, que en la biopic de Marie Curie se mintiera descaradamente, inventando una supuesta discriminación de Pierre Curie hacia su esposa.
Si hubo matrimonios “igualitarios” en la historia, que los hubo y muchos más de los que las feministas quieren admitir, ese fue uno. El padre de Pierre Curie cuidaba a sus nietas para que Marie fuese a trabajar. Al abuelito no le molestaba la emancipación femenina. Pero la película miente no sólo por omisión sino que muestra a un Pierre Curie canalla que se va a recibir solo el Premio Nobel concedido a los dos, dejando a su esposa en casa. Esto es sencillamente falso. Una mentira feminista.
Esto es lo que me aterra a mí, ver cómo la obsesión de género envenena el presente y deforma el pasado.
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