Y sí, es necesario indignarnos. Pero no para convertirnos en quejosos consuetudinarios. Es necesario sorprendernos e indignarnos para que eso funcione como combustible de cambio, para accionar. Porque nos están cocinando a fuego lento y, sin darnos cuenta, tendemos a naturalizar una forma de vivir absolutamente aberrante.
Estamos perdiendo mucho, muchísimo, incluso nuestras vidas, literalmente. Porque naturalizamos tener miedo y vivir con miedo, ponerle alarma, rejas y cámaras de seguridad a nuestras casas.
También naturalizamos que el panadero, el fabricante de pastas o cualquier comerciante te atienda detrás de un vidrio. O que las plazas públicas tengan cercos de hierro y candados. Hasta que la Casa Rosada, la del pueblo, tenga vallas y pilotes.
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Naturalizamos sacar el estéreo del auto, polarizar los vidrios, ponerle tuercas de seguridad a las llantas y enrollarle una gruesa cadena a la rueda de auxilio. También que los porteros eléctricos dejen de ser de bronce porque se los afanan. O ponerle identificador a los teléfonos fijos porque tenemos miedo a los secuestros virtuales.
Naturalizamos que los pibes tomen hasta el coma alcohólico o injieran pastillas hasta la muerte. Además, naturalizamos los femicidios, uno tras otro, al igual que duerma gente en la calle. Te sorprende la primera vez, la segunda ... pero ya no la tercera.
Naturalizamos que familias enteras revuelvan todos los días los conteiner de basura para ver si hay comida. En fin, la pobreza: ¿o todavía alguien espera los últimos datos del Indec para saber lo que hace años sucede a nuestro alrededor?
Naturalizamos los limpiavidrios y los cartoneros que ya son parte del paisaje de la ciudad. Y que en Palermo Holywood, y en los alrededores de los estadios de fútbol, los trapitos te impongan el valor de la propina.
Los motochorros, que en todos los viajes de subte te pidan unas monedas, viajar como ganado a la hora pico. Y nadie hace nada. Eso también lo naturalizamos.
Naturalizamos la calle Warnes, la Salada y las distintas Saladitas -y por qué no, tantos otros locales-, donde las únicas facturas que encontramos son las de grasa o de manteca, nunca las de papel. O los manteros y el reino de lo trucho.
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Naturalizamos denigrar en la cancha, al extranjero y al rival de toda la vida, incluso al jugador de nuestro equipo si tiene una mala tarde. ¿Qué domingo no vemos a un hincha escupir al jugador del equipo contrario que se acerca al enrejado? Y hay enrejado en las canchas porque, desde ya, hace rato que lo naturalizamos. Peor aún, naturalizamos que la policía escolte a los delincuentes de los barrabravas. Sí, sí. La policía escolta a los que ponen en peligro a los demás y no al revés
También nos parece común y corriente la vengativa frase “que se pudran en la cárcel”, cuando los establecimientos penitenciarios no están para que los delincuentes se pudran sino para reeducarlos, con el propósito de reinsertarlos socialmente.
Naturalizamos que las empresas te cobren como bueno un pésimo servicio. Y que la razón nunca la tenga el cliente.
O que la existencia de cometa, sea en la obra pública o en la que se paga para conseguir un buen asiento en un espectáculo de la calle Corrientes.
Naturalizamos un Estado ausente o, peor, un Estado cómplice. Que la justicia demore años en hacer justicia, si la hace. Eso, naturalizamos la injusticia.
Naturalizamos tantas pero tantas cosas —cada uno puede hacer un listado infinito— que lo único que hacemos es consolidarlas, hacerlas parte de nuestra cotidianeidad. En otras palabras, lo que hacemos es aceptarlas, decir, pasivamente, “esto es lo que nos ha tocado”, de tal manera aquello que está mal, o es síntoma de que algo anda mal, que lo hacemos invisible.
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Y en el mejor de los casos creemos que con un voto, cada dos años, un grupo de personas, como si fuera una fuerza mágica y no parte de nuestra misma sociedad, va a resolver por nosotros esta forma aberrante de vivir que se nos coló despacito, casi sin darnos cuenta. Por eso es necesario indignarse. Indignarse y quejarse. Y hacerlo lo más fuerte posible.
Es necesario para que funcione como combustible de cambio, para accionar y transformar. Para terminar con tantas, pero tantas, injusticias. De lo contrario, seguiremos naturalizando.
Naturalizando muertes, como la de Morena, de apenas 11 años. Una muerte que sintetiza el drama que desde hace años atravesamos los argentinos.
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